Tres ourensanos desafían las bajas temperaturas del Miño

Fina Ulloa
fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

GALICIA

30 ene 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La niebla se ha levantado, pero en el aparcamiento superior de las piscinas municipales de Oira, en Ourense, el aliento se convierte en nube nada más salir de la boca. El termómetro marca cuatro grados y, a escasos metros de la presa de Velle, la fuerza del agua recién desembalsada mueve una brisa gélida. Tres hombres charlan animadamente mientras observan la fuerza de la corriente. Su aspecto es perfectamente respetable, y nada hace sospechar que minutos después se despojarán de toda su ropa y se lanzarán al Miño con el entusiasmo de cualquier mozalbete. Lo vienen haciendo todos los sábados y domingos, al margen de la estación del año y de la temperatura ambiente.

«Hoy va a ser rápido porque hay mucho caudal y mucha corriente», comenta Miguel Pavón, un profesor de biología de 49 años que cree que su aventura acuática ha pasado desapercibida para sus alumnos. «Siempre que uno que me descubrió un día no lo haya contado», matiza. Nada en el río desde niño, pero hasta hace cinco años no había cita establecida. Fue cuando entabló amistad con otros dos amantes del Miño: Ángel Castro, trabajador de Renfe de 57 años; y Fernando Carbajal, comerciante de 51. «Aquí el verdadero deportista es Fernando, que hace bicicleta y carrera, y hasta compitió alguna vez. Nosotros a su lado somos unos piltrafillas», bromea Miguel, que cuenta: «Cuando salimos del agua yo soy incapaz de correr más de cien metros sin descansar, y ya ves que también soy el único que se pone traje de neopreno».

Bañador y poco más

Sus dos compañeros de hazaña van a pecho descubierto. Aparte del traje de baño y las aletas, un gorro y unas gafas son los únicos complementos para cubrir el descenso que, en ocasiones, alcanza los tres kilómetros. Ángel apunta que a veces él lleva tubo respirador «porque hay zonas con oleaje, y como vamos de charleta, si te das un trago lo pasas mal».

Los tres son buenos conocedores del río. Saben dónde están los remansos y dónde los remolinos, y aprovechan la corriente en su beneficio para dejarse llevar con el mínimo esfuerzo, pero aún así reconocen que alguna vez han tenido percances. «Sobre todo por golpes contra las piedras cuando el río va bajo», cuentan. Más sustos se han llevado algunos vecinos que ven flotar sus cabezas desde los puentes o desde sus ventanas: «Una vez hasta llegaron los bomberos, y también llaman a la Policía Local, pero ahora ya nos conocen y al ver el día y la hora que es, ya saben que somos nosotros».