Aleta a la vista, terror seguro

GALICIA

Un marrajo moribundo atemorizó por momentos a surfistas y bañistas en una playa de Oleiros. El hombre ve al tiburón como un depredador, pero es el humano el que devora y mata al escualo. Galicia tiene la mayor flota de Europa dedicada a la pesca de este animal

08 ene 2011 . Actualizado a las 21:01 h.

Una simple aleta de tiburón sobre la superficie del mar tiene la capacidad de provocar auténtico terror en el hombre. Son muchas las razones de este miedo atávico. Los grandes escualos aparecen en todo tipo de relatos y leyendas ancestrales, pero lo que más ha contribuido a construir esa imagen de animal sanguinario y cruel fue la famosa película Tiburón, de Steven Spielberg. Desde su estreno, en 1975, no hay humano al que la palabra tiburón no le evoque piernas devoradas al son de la pegadiza y aterradora banda sonora del filme.

La realidad es bien distinta. El verdadero depredador no tiene aletas, sino piernas. Y un hambre insaciable. Del tiburón se come su carne, se aprovecha su piel para peletería y marroquinería, su hígado para aceite y también se hacen harinas con él. Pero el negocio más suculento es, precisamente, lo que tanto terror visual nos causa: su aleta dorsal. La sopa que se elabora con esta parte del pez es una delicatesen codiciada en las mejores mesas de Asia y el incremento de la capacidad adquisitiva de países como China está haciendo que se lleguen a pagar hasta a más de 300 euros el kilo. Un negocio demasiado jugoso como para que se escuchen las serias advertencias de ecologistas y científicos sobre la drástica regresión de las poblaciones de muchas especies de grandes tiburones en la mayor parte de los mares del mundo.

Galicia forma parte fundamental de este negocio. Si España representa el 95% de las exportaciones de la Unión Europea, la flota palangrera y espadera gallega supone el 90% del negocio en el país, según datos de la organización conservacionista Oceana. De hecho, Vigo es el puerto europeo más importante en lo que a descarga de tiburón se refiere.

Con estos datos, no sería extraño pensar que Galicia es una parte muy importante del problema que afecta al tiburón. En nuestro descargo está que las especies que pesca la flota gallega no están en peligro en el Atlántico, que es la mayor zona de influencia de nuestros pescadores. Según explica el investigador jefe del programa de grandes pelágicos oceánicos del Oceanográfico de A Coruña, Jaime Mejuto, los palangreros gallegos capturan en un 90% tiburón azul (Prionace glauca) -también conocido como quenlla o tintorera- y en un aproximadamente 8% marrajo (Isurus oxyrinchus) y solo el 2% restante corresponde a otro tipo de especies, normalmente del tipo de los jaquetones.

«Los estudios que ha hecho la ICAT -el comité internacional para el atún en el Atlántico norte- revelan que el tiburón azul, que es el más abundante del mundo, no solo no está en peligro en el Atlántico, sino que ni tan siquiera está sobreexplotado por la pesca. Poniendo el símil de un semáforo, estaría en verde», asegura Mejuto.

La situación del marrajo es menos halagüeña, aunque Mejuto también aclara que no está al borde de la extinción en el Atlántico. «Esta especie también ha sido evaluada por el ICAT y los estudios revelan que, aunque aún no está sobreexplotada, sí se está acercando a la máxima explotación en el Atlántico norte, donde estaría en ámbar por así decirlo, mientras que en el sur, aunque no existen datos tan fiables, aún podríamos decir que está en verde», explica.

Para los ecologistas, la realidad es otra. Oceana o Greenpeace y otras organizaciones que han lanzado campañas mundiales para salvar a los tiburones sí hablan de auténtico riesgo de extinción para muchas especies.

Estas campañas ya han tenido sus efectos y algunos tiburones, como el peregrino, el zorro o el martillo, entre otros, gozan de amplia protección en Europa. Uno de esos escualos protegidos es el que apareció la semana pasada en Oleiros, el marrajo sardinero o cailón. De hecho, como apunta Mejuto, lo más probable es que ese ejemplar hubiese sido capturado accidentalmente por pescadores y tirado medio muerto al mar para evitar la multa.