«Esta aula es lo más parecido a una ONU que tenemos en el centro»

X.?F.

GALICIA

14 feb 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

A pesar de los esfuerzos por dotar a la rutina escolar una normalidad semejante a la de cualquier otro centro, las condiciones en que se desarrolla la actividad docente en Teixeiro acaban por marcar las clases. No se trata solo de la historia personal de cada preso y su forma de relacionarse con sus compañeros y el profesor. También cuenta la diversidad de nacionalidades que se han reunido bajo un mismo techo. «O punto de inflexión foi o 2002. A partir de aí comenzou o traslado de moitísimo inmigrante», confirma el director de la escuela, José Antonio González. «Esta clase es lo más parecido a una ONU que tenemos», añade el jefe de estudios, Juan Luis García.

En efecto, el aula en cuestión acoge a internos extranjeros que están aprendiendo gallego o castellano. Para algunos, además, son sus primeras lecciones en cualquier idioma. «Nos encontramos con personas que son analfabetas en su propia lengua, por lo que lo primero que tenemos que hacer es enseñarles a leer y a escribir», detalla García. Hay presos a los que les extraña la coexistencia de dos lenguas en Galicia. Ocurre sobre todo entre los procedentes de América Latina. Lo primero que quieren tener claro es si el gallego tiene condición de idioma o si se queda en un dialecto. También hay quien disfruta con estas clases y las afronta con interés y hasta con cariño. Es el caso de Manuel Medina, canario de nacimiento. O incluso de presos cuyo origen es más lejano. José Antonio González recuerda la «boa actitude» que Witold, natural de Polonia, demostraba en las clases de gallego. «Tiña moito interese», subraya.

La convivencia de nacionalidades distintas impone sus propias reglas. Subsaharianos y árabes no suelen mezclarse, por ejemplo. Y los choques culturales son una constante. En la mañana del pasado martes, un alumno marroquí expresó en voz alta su opinión muy negativa sobre las mujeres que trabajan fuera de casa, así como sobre los maridos que se lo permiten. Una situación a priori complicada que el docente desactivó con humor y mucha mano izquierda. Esa misma mañana le llegan al director dos nuevas solicitudes de presos que quieren asistir a clase: uno es alemán y el otro de Liberia. Las edades son igual de dispares: hay alumnos de 20 años y los hay de 60.

Poetas gallegos

En una de las aulas conviven en el tablón de anuncios un cartel con los rostros de poetas gallegos y otro con el protocolo de actuación ante la gripe A. Sobre la mesa de la sala de profesores descansan ejemplares de los Hamlet de Shakespeare y Cunqueiro. En las estanterías, literatura y manuales escolares. La prisión dispone de biblioteca; la de la escuela se encuentra «en proceso», según su director.

En sus pupitres, los alumnos trabajan sobre fotocopias. La división de las materias se reparte en tres grandes áreas: la científico-tecnológica incluye las ciencias y las matemáticas; las otras dos son la social y la dedicada a comunicación, donde se imparten las lenguas. Se trata de un currículo más generalista que el que se imparte en los centros normales. Los días de mayor actividad son los lunes, martes y miércoles. El jueves es día de cobro y las ausencias son altas, lo mismo que los viernes, cuando los presos reciben visita. En todo caso, y siguiendo la premisa de que el centro debe funcionar como otro cualquiera, si un alumno falta a clase, por enfermedad, traslado a los juzgados o asistir a una ronda de reconocimiento en la policía, debe presentar un justificante.

Cuando suena el timbre las aulas se vacían y el pasillo se llena. La señal fue una idea reciente, que al principio se topó con el escepticismo del director, recuerdan los profesores. Pero González decidió probar. Y el timbre funciona, dicen. ¿Hay recreo? «El recreo... si no lo hay, lo cogen por lo civil o por lo penal», explican los docentes. En estas expresiones queda patente que al acabar las clases ningún alumno se va a casa. El módulo y la rutina están esperando.