«En Bazán jugábamos con amianto como si fueran bolas de nieve»

Ana de Antonio

GALICIA

Tres ex trabajadores del antiguo astillero de Ferrol afectados por la enfermedad de la asbestosis relatan cómo fueron sus años de exposición al material contaminante

14 dic 2009 . Actualizado a las 12:31 h.

Son Ramón, Emilio y José Luis. Tres hombres que aún hoy se sienten afortunados por haber tenido la oportunidad de trabajar en Bazán, actual Navantia Ferrol. Rondaban los años cincuenta y sesenta cuando siendo unos chavales, con apenas catorce años, comenzaban a trabajar como aprendices en la empresa, donde estuvieron en contacto con el amianto durante 38, 45 y 33 años, respectivamente. A pesar de padecer asbestosis, serios problemas respiratorios y de cruzar los dedos cada vez que se someten a un control sanitario para que el médico no pronuncie la temida palabra cáncer, los tres aseguran que siguen siendo afortunados, pues a diferencia de muchos compañeros, ellos aún pueden contar su historia.

José Luis Castro (Ferrol, 1945) estuvo dieciséis años en calderería de hierro, donde «forrábamos calderas y tuberías con mantas de amianto». Más tarde pasó otros veintidós años en el departamento de bomberos, en el que «vestíamos trajes ignífugos que contenían un 40% de esta sustancia». Hace quince años dejó de trabajar y desde hace tiempo no se separa de la máquina que le permite respirar cada noche, un regalo que le dejó su contacto con un material altamente contaminante que se presenta en fibras flexibles de aspecto sedoso. «Si algún día no tengo este aparato lo paso mal», asegura. Pero hasta que no se descubrió todo el pastel, «los trabajadores no sabíamos nada de todo esto». Tanto, que «en Bazán jugábamos con el amianto como si fueran bolas de nieve». Recuerda que «estaba por todos lados, se respiraba hasta en el ambiente».

Una de las cosas que más reprocha a la empresa es que «lo sabía». El amianto «venía en cajas desde Canadá, Estados Unidos y Francia. Recuerdo que después de unos años nos enteramos de que quitaban las etiquetas en las que se advertía de que era malo, por eso en otros países se tomaron medidas de precaución a partir de los años cuarenta. En los astilleros se dejó de usar en 1982». La empresa, repite, «lo estuvo tapando».

Una empresa que a día de hoy considera «completamente antisocial, una actitud que responde al sistema capitalista de entonces». Y es que, recuerda, el amianto es un aislante muy bueno y también muy barato. Agradece que la compañía le permitiera dar de comer a su familia, «pero ahora me debe una recompensa por mi trabajo y por mi salud».

Los colores de la empresa

El caso de Emilio Rodríguez Espiñeira (Ferrol, 1940) es bastante parecido. También con catorce años consiguió una plaza en Bazán, en la que durante 45 años trabajó montando la maquinaria de los barcos. En 1999 lo prejubilaron, una «maniobra» que «ahora creo que fue para quitarse del medio lo que se les venía encima con el amianto». Como muchos otros compañeros, padece engrosamiento pleural bilateral, una dolencia que le ha dejado una importante deficiencia respiratoria.

Su ignorancia era tal que entre compañeros creían que se quitarían los restos de amianto con mangueras de aire, «cuando lo que realmente estábamos haciendo era levantar una polvareda». A pesar de que le cuesta respirar, mientras cuenta su historia, este hombre de 69 años no se arrepiente de haber trabajado en Bazán y presume de haber defendido los colores de la empresa en todas las competiciones deportivas en las que ha podido. «Por mi brazo derecho corre la sangre de ser ferrolano, y por el izquierdo la de haber pertenecido a Bazán».

Veneno contra el frío

No solo hacían bolas con este material, sino que cuando tenían un rato «nos echábamos a descansar tapándonos con mantas de amianto. Lo hacíamos todos», recuerda Ramón Tojeiro (Ferrol, 1951), quien durante 33 años se encargó de hacer, instalar y reparar tuberías. Todas, recuerda, «forradas de amianto». «Pero además de exponernos de forma directa, también lo hacíamos indirectamente». Explica que en una sala de máquinas, «aunque no estuvieras en ese momento con el amianto, otros compañeros lo podían estar manipulando a tu lado». Al echar la mirada atrás recuerda que «enseguida protestábamos cuando algún compañero generaba humo o polvo, notábamos que era agresivo para la respiración. En cambio, las partículas del amianto no nos molestaban. Es tan suave que no te enteras de que está en el ambiente». A pesar de padecer también placas pleurales, asegura que lo lleva bien, «soy de los que aún están vivos».