Las cárceles, a punto de rebosar

CURTIS

Los funcionarios de prisiones de Galicia denuncian la masificación en los penales, lo que desemboca en continuas situaciones de peligro para los trabajadores

13 nov 2009 . Actualizado a las 12:33 h.

El penal de Teixeiro vivió esta semana un curioso incidente que podría contagiar al resto de cárceles gallegas en los próximos días. Los seis representantes sindicales se encerraron en el despacho de la directora como medida de presión para cambiar lo que consideran «una situación de trabajo degradante». El mismo calificativo usan los trabajadores de otros penales de Galicia. Y todos los problemas que describen se originan en un punto común: la masificación en los módulos.

En el caso de Teixeiro, en el municipio coruñés de Curtis, la cárcel está diseñada para albergar a 1.008 presos, «pero actualmente el número de internos asciende a 1.800». Y mientras crece la población reclusa, se reduce la de funcionarios. Ese es el germen de las situaciones más peligrosas con que se ven obligados a convivir.

«Hace solo unos días intentaron pinchar a un funcionario de vigilancia cuando este quiso mediar en una pelea», señala Pedro Vázquez, que trabaja en el penal desde su fundación. El pincho es el término genérico para referirse a las armas blancas que fabrican los propios presos con materiales aparentemente inofensivos. Se trata de varillas de sujeción o vierteaguas. Incluso el palo de una escoba puede ser materia prima de la que crear un puñal. «Muchos los hacen para defenderse, porque la situación es insostenible», explica Vázquez. «Si en un sitio en el que caben cincuenta personas pones a cien, la convivencia se hace más complicada. Pues imagínate cuando eso ocurre con gente conflictiva», añade.

Los trabajadores son muy críticos con la filosofía de separación por parte del centro penitenciario. Si bien los inadaptados están recogidos en el primer grado, el principal quebradero de cabeza es el segundo grado. «Aquí se agrupan los veteranos con los que entran por primera vez, entra gente que no tiene un perfil delincuencial y que le puede tocar un módulo muy complicado», relata Vázquez.

Para casos así, el interno que se siente amenazado por otros compañeros puede pedir refugio a la dirección. Pero en el código carcelario solicitar ayuda a los funcionarios es una fuente de represalias. Así, los altercados se suceden «y en muchos casos se procura que no trasciendan a la prensa», relata Miguel Escapa, representante sindical. «La semana pasada hubo uno en el módulo 3 y al día siguiente en el 4, y aquello concluyó con un interno en el hospital», relata. Y hace diez días, el módulo de aislamiento fue escenario de un conato de motín. Dichos conflictos salpican a los trabajadores (hay uno por cada 140 internos). Este año ya van más de diez agresiones a funcionarios.

La indignación de los trabajadores crece al ver ciertas prebendas para con los presos. Estos disponen de un aula de informática, mientras los funcionarios realizan los recuentos con tablillas de madera. «Tenemos que mendigar un bolígrafo y un folio cuando a algunos presos se les pagan fines de semana en casas rurales o un paseo en barco por Arousa», denuncian.