Una rueda en mal estado obligó al piloto a frenar el avión, que se desplazaba ya a gran velocidad vibrando
21 ago 2009 . Actualizado a las 02:13 h.Silencio absoluto en la cabina del vuelo JKK2528, ya detenido. Sudor en las manos y el corazón a doscientos por hora, la misma velocidad que debió de alcanzar el avión de Spanair que rodaba puntual para su despegue a las 17.55 por la pista de Lavacolla con destino a Ibiza. Segundos antes, la aeronave de Spanair era una auténtica batidora y parecía que en cualquier momento la estructura de los portaequipajes se iba a desplomar sobre las cabezas de unas 170 personas, entre viajeros y tripulantes.
Ni un solo grito, a pesar de que muchos eran niños y de que seguro que muchos de ellos sabían que, hacía exactamente 365 días y tres horas, un avión del mismo modelo y la misma compañía -un MD-82- corría peor suerte en Barajas. Las explicaciones que se le niegan a los supervivientes del trágico vuelo de hace un año no tardaron en llegar en Santiago. Tras media hora de tensa espera en la cabina, el piloto iluminó a los asustados pasajeros sobre lo sucedido. Minutos antes ya hiciera una intervención por megafonía para tranquilizarlos. La segunda vez «el que parecía nervioso y agitado era él», según varios testigos.
No era para menos. Los técnicos de mantenimiento de Iberia -Spanair ha desmantelado sus servicios en tierra en el aeropuerto compostelano- acababan de informar al comandante de que el motivo de las vibraciones durante la fase de despegue se debía a un «abombamiento de una de las ruedas delanteras», según se pudo escuchar en todo el avión. La deformación se produjo al tocar tierra en la fase de aterrizaje, pero o pasó desapercibida o nadie se lo advirtió al responsable de la nave, que se mostraba contrariado.
Con ritmo lento, el avión se dirigió de nuevo a la terminal compostelana para dejar salir al pasaje que, sin llegar a perder los estribos, sí elevaba el nivel de las conversaciones propias de un vuelo con destino turístico en pleno agosto. Todo apuntaba a que las vacaciones iban a sufrir un revés, pero aún necesitaron un par de horas para digerirlo. Los viajeros fueron trasladados junto a sus equipajes de mano hasta una sala de la terminal y allí esperaron inquietos por las novedades en torno a la aeronave. Más de uno sugirió en los corrillos que no pensaba subirse al mismo avión. No hizo falta. Spanair no tenía capacidad de respuesta en Lavacolla para solventar la avería, y tras retirar las maletas de la panza del MD-82 lo retiró a un lado del aparcamiento de aeronaves.
Espera larga
Pasadas las 20.00 horas, la megafonía de la zona de embarque anunciaba que los pasajeros del JKK2528 debían dirigirse a los mostradores 11 y 12 para recibir unos vales con los que le entregarían un refrigerio en las cafeterías. La ordinaria escena veraniega contrastaba con la excepcional situación de emergencia que acababan de vivir, pero sentirse como unos pasajeros que sufren un retraso aéreo como otro cualquiera les ayudó a despejar la cabeza con otras banalidades, como intentar enterarse de cuándo partía de nuevo el vuelo. A su alrededor, otros viajeros con diferentes destinos hacían sus gestiones con normalidad.
Finalmente, les informaron que saldrían rumbo a Baleares a las 22.45 horas. Un avión que iba a cerrar su jornada con la ruta A Coruña-Madrid regresó a Compostela para trasladarlos. Otra batalla fue conseguir una tripulación completa para atender a un delicado vuelo en un día tan señalado.
Todos lo podrán contar y a medida que pasen los días tenderán a aderezarlo con anécdotas, pero la primera impresión de una de las pasajeras tras lo sucedido ayer en Lavacolla es lo que cuenta: «Yo me dije: no puede ser, no puede ser, no puede ser, justo un año después, no puede ser». Y no fue.