El Camino de Santiago es un hervidero

GALICIA

El viaje a Compostela es una de las actividades estrella del verano: la ruta está jalonada cada pocos metros de caminantes y ciclistas procedentes de todos los rincones del mundo y los albergues están a rebosar

16 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

O Cebreiro, a 1.300 metros de altura, posee uno de los paisajes más hermosos de Galicia. La subida recompensa al viajero con una vista de las montañas gallegas y leonesas de las que quitan el aliento. Pero aire es precisamente lo que les falta a los peregrinos que han coronado el ascenso a una cima cargada de simbolismo en el llamado Camino Francés a Santiago. Desde aquí, la entrada a Galicia, restan 152 kilómetros hasta el pórtico de la Gloria. El campanario de la iglesia todavía no ha señalado el mediodía, pero los peregrinos llegan agotados después de varias horas de caminata. El calor, cerca de los 30°, también aprieta, pero nadie se detiene al fresco del santuario. Sellan sus credenciales -a un ritmo constante que permite a la chica que maneja el cuño simultanear su mecánica labor con una larga conversación de móvil- y se dirigen al albergue. La asignación de plazas por orden de llegada deja una estampa curiosa: la cola de mochilas que se forma ante la puerta del refugio, mientras decenas de peregrinos esperan su apertura entre el tañido de una guitarra y el recuento de la jornada.

-¿A qué hora habéis empezado hoy?

-A las cinco.

En vísperas de año santo, el Camino ya está a rebosar. El primer semestre del 2009 ya ha marcado distancias con el 2008: de enero a junio se han concedido 45.526 compostelas, el certificado que acredita que el peregrino ha cubierto cien kilómetros a Santiago a pie o doscientos en bicicleta o a caballo, mientras que en el mismo período del año anterior fueron 43.840. Pero agosto ha supuesto un punto de inflexión. El número de viajeros ha subido visiblemente, como ilustra el incesante flujo de caminantes y ciclistas que salpican cada pocos metros la ruta francesa, la más frecuentada.

Alojados en polideportivos

Los datos también lo confirman: en Sarria, desde el primer día del mes no ha habido jornada en la que en los albergues -uno de la Xunta y seis privados- no cubriesen sus 600 plazas. Las pensiones también se han llenado y tanto en la villa como en otras poblaciones se han tenido que habilitar pabellones polideportivos para acoger a grupos de 50 o 100 personas.

La mayoría se ponen en marcha con noche cerrada para tratar de conseguir plaza en los albergues y al mediodía han dado por concluida la jornada. Pero a las dos, y a las cuatro, y aun a las cinco, bajo un sol que no perdona, continúa el discurrir de peregrinos. En el Camino concurren madrugadores y rezagados, familias con niños y adolescentes, parejas, pandillas, scouts, hermandades, solitarios, pequeños grupos que empezaron juntos en Roncesvalles, León o Astorga, y otros que se han conocido en ruta y han trabado amistad... En el Camino, la norma es la variedad y lo excepcional aflora a diario. La única conclusión totalizadora es que el fenómeno jacobeo ha vuelto a ser, como en su apogeo medieval, una experiencia global.

Chang, Nayoung y Taekoo han volado desde Corea para empezar a andar en Roncesvalles. La bandera de su país, sobre la mochila de Taekoo, apenas se mueve en el bochorno del alto do Poio, un distintivo tan identificador pero de menos utilidad que el sombrero cónico que protege a Chang del sol. ¿Cómo conocieron el Camino? «Vimos un documental en Corea -explica Chang- y luego leímos varios libros sobre el tema». Les llama la atención las diferencias del paisaje y de la arquitectura popular. La suya es una peregrinación cultural. En cambio, la de Paul Clark, inglés de Manchester, es una difusa búsqueda de su origen. «Tengo ascendencia gallega. Parte de mi familia eran gitanos de Galicia, que emigraron a Dublín y luego a Inglaterra», explica. También es una búsqueda espiritual: que haya empezado a andar en Lourdes no es casual.

Por motivos religiosos también peregrinan los miembros de una hermandad sevillana de El Viso del Alcor, ataviados todos con una camiseta que conmemora los 20 años del Corazón Morado. Para ellos, sin embargo, O Cebreiro es el final: «Cada año hacemos un tramo y este hemos llegado hasta aquí. El año que viene volveremos para alcanzar por fin Santiago». Los que se estrenan aseguran que repetirán. Es el caso de Jesús García, de Elche, que sacia su sed con una cerveza bien fría en Sarria y la frente perlada de sudor. «Es mi primera vez y estoy encantado. Tanto, que aún no he terminado y ya estoy pensando en volver».