Del infierno a un «trocito de cielo»

GALICIA

Cientos de familias gitanas gallegas ejemplifican que la normalización no solo es posible, sino habitual. Algunas de ellas iniciaron este año el salto del poblado a un piso

19 abr 2009 . Actualizado a las 02:08 h.

«Estamos viviendo en un trocito de cielo», dice Santiago Barrul (33 años), con una sonrisa que no podría ser más grande. El trocito de cielo tiene tres habitaciones, cocina y salón. Y cuarto de baño. Para entender qué es lo que eleva un piso normal a la categoría de paraíso hay que conocer un poco el poblado de Penamoa en A Coruña. O escuchar a Santiago hablar de su vida anterior en una chabola de 30 metros cuadrados, con humedades y que, como él mismo recuerda, «cuando llovía por la noche, a veces hasta le caía el agua sobre los niños cuando dormían».

Santiago, su mujer y sus hijos de 10, 6 y 4 años, viven desde diciembre en un piso de alquiler y forman parte del programa de realojo de los chabolistas de Penamoa. Él ha conseguido un empleo y la familia mantiene la actividad de venta ambulante; los niños están perfectamente escolarizados y, según dice, no ha tenido problema alguno con los vecinos en su nuevo domicilio. La familia completa los primeros pasos de la normalización, un camino mucho menos dramático de lo que las protestas que se generalizaron en Galicia el año pasado podrían dar a entender.

Mudanzas en Lugo

En la casa de los Cortiñas, en Lugo, todavía quedan bastantes detalles por pulir. Solo hace un mes que se han mudado, porque el piso de antes se les había quedado pequeño desde que llegó el segundo bebé. «No habrá más», dice Lidia (26). Y el Choli (30) mira a su mujer como diciendo «ya veremos». Esta joven familia no conoció los poblados. El Choli nació en un piso de Lugo y allí se crió: «Esta es mi tierra», dice. Su mujer es de A Coruña. El salto lo dieron los padres de ambos, que con su esfuerzo salieron de los poblados para establecerse en la ciudad. Al Choli, como a los de su generación, el cole les duró hasta quinto de aquella EGB y acabaron casi todos en la venta ambulante.

Dice el Choli que nunca tuvo problemas para alquilar un piso. Pero no se engaña. «Conozco esos casos en que por teléfono no hay problema para alquilar y cuando te ven te dicen que ya está alquilado. Claro que hay racismo», dice.

No estamos tan normalizados, al fin y al cabo. La familia de José Barrul también se ha cambiado recientemente de piso. La dueña se lo ofreció porque lo acaba de comprar y prefería alquilárselo a ellos, a quienes ya tenía como inquilinos desde hacía diez años. Y acertó. En cuatro meses han convertido un piso blanco y vacío en una vivienda cálida, moderna y decorada con un gusto poco común. Pero José ha vuelto a enfrentarse a miradas raras en su nuevo vecindario: «Antes me liaba quince minutos hablando con un vecino en el ascensor, porque eso es lo normal, hacer amistad, mantener una buena relación. Pero aquí, de momento, no he visto eso».

A ninguna de estas dos familias lucenses les quedan ya parientes directos en el poblado de O Carqueixo, donde aún viven unas doscientas personas. Afortunadamente, pudieron criarse en el entorno que Santiago Barrul califica ahora como «un trocito de cielo». Santiago, además, llegó a Penamoa después de haber nacido en la ciudad. Se casó con una chica de allí y allí le montaron la barraca: «Me he arrepentido toda mi vida», dice. Recuerda años sin intimidad, porque dormían todos en la misma habitación, goteras, estrecheces... Ahora, se ducha al levantarse: «Parece poca cosa, pero para mí y mi familia ha sido un salto enorme».

Quizás, quien más gráficamente explica ese salto es José Ríos, otro gitano que abandonó Penamoa hace dos meses con su mujer. Ahora reside en un piso en la ciudad y muestra orgulloso el carné de socio de la agrupación vecinal del barrio: «Ya soy uno de ellos», dice. Habla encantado de su casa: «Tiene dos habitaciones, salita, cuarto de baño. Mejor que la chabola porque no hay gérmenes... ni ratas».