La movida desperdigada por toda la ciudad vuelve locos a los vecinos

GALICIA

21 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

La chica apenas apoya un pie en el escalón de la entrada de un edificio del centro de Vigo. Son las dos de la mañana y se balancea con las manos en los bolsillos, sin copas. Un vigilante de seguridad privada, que se uniforma solo los fines de semana, la reprende: «Por favor, póngase en otro lado», y la empuja ligeramente para ayudarla a moverse. Ese edificio de la calle Joaquín Loriga, perpendicular a Ecuador y Venezuela, no tenía vigilancia privada hasta hace unos meses. Pero las mañanas de los viernes, sábados y domingos no eran en absoluto agradables para los vecinos, que se topaban con un amanecer lleno de vomitonas, restos de vasos y botellas y un penetrante olor a orina.

Es el choque de dos realidades. La cama y el botellón. El sueño y el alcohol. El viernes ganó el segundo por goleada. Las escaleras de la calle se desbordaron. Joaquín Loriga se quedó pequeña para albergar a tantos botelloneros al mismo tiempo. Aunque en rigor no hacen botellón, ya que beben en la calle las copas que adquieren en los bares de los alrededores -los que aparecen allí con bolsas y botellas no son mayoría.

Es viernes por la noche y Joaquín Loriga se ha convertido en un hervidero de universitarios. Los exámenes de diciembre acaban de terminar. Uno se mueve por la calle como por un local de copas, apretándose entre el personal, con el vaso levantado para evitar choques y, en general, incómodo. Un poco más de frío, eso sí. El bullicio es tal que la gente tiene que hablar a gritos. Uno de esos berridos se adelanta cuando alguien observa a un fotógrafo trabajando. «Yo entiendo a los vecinos, es que tienen razón», se tambalea una voz, «pero bueno, nosotros...». Ya me entiendes, quiere decir, nosotros no vamos a renunciar.

Al mismo tiempo la plaza de la Estrella, junto al puerto deportivo, se aburre vacía. En esa zona no vive nadie y otros días, sobre todo sábados, es el centro neurálgico del botellón vigués, que acampa en quince zonas de la ciudad.

Hoy no habrá contenedores invadiendo la calzada ni chavales parando a los coches. Habrá lo típico: vomitonas, gritos y una porquería monumental cuando, a eso de las cuatro, el campo de batalla quede vacío. Solo ha sido viernes.