El mar se queda sin gallegos

GALICIA

El marinero autóctono está en peligro de extinción. Encontrar uno menor de 30 años es tan difícil como capturar una merluza de 20 kilos. El sector que ha sido santo y seña de la historia y la cultura de este país boquea sin oxígeno.

19 ene 2008 . Actualizado a las 21:11 h.

¿Al mar? Lo último». Clara y rotunda. Esa es la expresión con la que Abraham, un chaval de 22 años resume el futuro de la pesca en Galicia. Lo hace apoyado contra el viejo edificio de la cofradía de pescadores de Celeiro donde casi a diario se reúne con sus amigos, todos de entre 20 y 22 años, prácticamente todos con empleo y ninguno de ellos en la pesca.

Está claro que me he engañado. He viajado hasta aquí para intentar retratar cómo es este mundo golpeado esta semana por una nueva y desoladora tragedia y se me han puesto los dientes largos al ver al grupo de chavales en el entorno de la cofradía de pescadores. «Savia nueva», he pensado. Pero en este grupo todos abominan del mundo del mar: «Es muy fácil de entender. Solo tienes que encontrar a un marinero que hable bien de su trabajo».

La verdad es que en el grupo lo saben todo sobre el mar. Lo han vivido en su casa porque, en muchos casos, sus padres han sido marineros, cocineros, mecánicos de permanente ida y vuelta hacia el Gran Sol. Y justo por eso ni siquiera imaginan qué haría falta para que se vieran en la obligación de tomar el mismo camino que sus padres.

«Desde que soy un niño recuerdo a mi abuela diciéndome 'Para o mar non vaias, rapaz'». Es la voz de Borja, otro de los chavales que no seguirán con la tradición familiar a pesar de que en su casa ha visto lo mejor y lo peor de este mundo: «La casa en la que vivo me la compró mi padre con tres mareas. Aunque de eso hace ya veinte años, por lo menos». Un piso por tres mareas... Eran los llorados años ochenta, cuando en Celeiro muchos hogares recibían el ruego de familiares del interior para ver si podían enrolar a sus hijos en paro en alguna de aquellas tripulaciones que hacían dinero a manos llenas. Una marea es un viaje de ida hacia el Gran Sol. Los barcos salen del puerto, faenan durante un período variable de entre ocho y veinte días y tocan puerto en Escocia, donde descargan el pescado. El viaje de vuelta es otra marea con descarga en casa. Con tres de esos viajes, el padre de Borja pudo comprarle un piso a su hijo cuando era un bebé.

Mileuristas en el Atlántico

Pero las cosas han cambiado. Y mucho. Un marinero del 2008 es poco más que un mileurista. O poco menos, que el mar siempre entrega lo que quiere. Y, para ganar mil euros, hay suficiente oferta sin tener que embarcarse. En el grupo de chavales desgranan entre risas las penurias del marinero: dormir en un catre día sí y día también junto a otros hombres; beber de un vaso que tiene que estar siempre anclado en un agujero; sortear el peligro que permanentemente esconde el mar...

«De cada clase en el colegio igual uno acaba embarcado», calcula Marcos, el único del grupo que sigue estudiando. Alguien se acuerda de uno y otros dos contestan al unísono: «Porque no valía para otra cosa». Así de baja está la valoración del trabajo que ha dado forma y cultura a este lugar.

«Lo que pasa es que los chavales de ahora no quieren trabajar», sentencia un marinero jubilado en una taberna del puerto. «Es verdad que no se gana mucho, pero, tal y como están las cosas, da para ir tirando hasta que se encuentra algo mejor. Pero es lo que yo le digo, los chavales no quieren trabajar». El hombre está integrado en una pandilla en ronda por la media docena de bares repartidos por el puerto. Pandilla que, por cierto, no presta atención alguna a la televisión cuando conectan con Ribeira para dar las últimas noticias sobre la búsqueda de los desaparecidos del Cordero. En realidad, casi nadie en el bar gira el cuello hacia la tele. «A la gente le impresionan mucho las muertes en el mar», explica el patrón mayor de la cofradía, Domingo Rey, «pero para nosotros es como un accidente laboral, como los muertos en la carretera. Son trágicos, sí, pero son parte del trabajo». La tragedia del Cordero se vive como un accidente laboral para la gente del mar. Como máximo, la gente especula con las circunstancias del accidente, pero la tragedia parece más intensa en los medios que en la calle.

Desembarco indonesio

En Celeiro, en torno al 70% de los marineros ya son de origen indonesio. Han copado las tripulaciones del Gran Sol y han sustituido con rapidez y eficacia el nicho laboral que deja una generación de gallegos que huye del mar. Son unos doscientos y algunos patrones de la bajura (barcos que salen a faenar y vuelven a puerto en el mismo día) empiezan ya a plantearse emplear a alguno. Los indonesios van a sueldo fijo y cobran de los armadores entre 1.100 y 1.200 euros. A partir de ahí hacen sus propios arreglos con la empresa que los contrata en Indonesia y los aloja en Viveiro. Son el relevo de una orgullosa estirpe gallega que forjó su leyenda luchando contra el Atlántico para arrancarle sus tesoros. Hoy apenas queda sangre para recoger el testigo. Demasiadas penurias para tan poco dinero. Cualquier horizonte seduce más que la fuerza del mar. La flota, o al menos una parte de ella, tiene los días contados.