«Hace 50 años, cuando llegué a Ferrol, de cocina no sabía nada»

J. M. Orriols LA VOZ/FERROL.

FERROL CIUDAD

Sus mayores satisfacciones se las dan esos clientes de toda la vida que aún hoy llegan al restaurante y piden que sea ella la que les prepara la comida

24 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Celestina Martínez nació en Coirós pero, ya casada con José Martínez, O Parrulo , se instaló en Catabois hace más de medio siglo y, desde la cocina, consiguió llevar la gastronomía tradicional gallega hasta su más alta expresión. A Celestina no le gustan los medios de comunicación. «Iso é para o Parrulo», expresión que revela ya su personalidad. Es reservada, prudente, seria, trabajadora, amiga de sus amigos, no se le escapa ningún detalle y lo controla absolutamente todo, hasta el punto de que conoce todos los gallos y gallinas que tiene en la parte trasera de su restaurante. Cariñosa, especialmente con sus nietos Alberto y Malena: «¿Apetéceche algo máis?, o que comiches non che chega a nada», les dice continuamente. Malena, su nuera, es para ella una persona muy especial, aunque su hijo Julio es el niño de sus ojos y tiene una complicidad muy especial con Conchita, la empleada de toda la vida. Acostumbrada a que la llamen A Parrula, está especialmente pendiente de su esposo, con el que consiguió crear uno de los más importantes restaurantes de Galicia. Se jubiló hace algún tiempo, pero su rincón preferido sigue siendo la cocina. «Gústame estar alí, ver o que se está a facer e dar as miñas opinións, porque ninguén mellor que eu sabe o que queren os nosos clientes». Confiesa que «de cocina no sabía nada» cuando llegó a Ferrol. «Era costurera, hice el curso de corte y confección y por eso no cocinaba. Pero poniendo interés se aprende todo. Parrulo fue mi maestro y yo me fijaba en lo que hacía. Así llegué a preparar prácticamente lo mejor de la cocina tradicional gallega». Cuando le hablamos de inventos de gastronomía dice que «todo está inventado; la clave está en tener siempre los mejores productos; a Parrulo sí le gustó siempre hacer cosas nuevas; las preparaba, me las daba a probar a mí y, si me gustaban, las hacía yo a mi estilo e incluso, en muchas ocasiones, las superaba». Comenzaron con una tienda en la que se podía comprar de todo y en la que, poco a poco, fue empezando a vender vasos de vino y tapas. «Un día vinieron a que les hiciésemos la comidad y quedaron tan contentos que volvieron, lo que nos dio pie a que pensásemos en hacer un pequeño restaurante. Primero era mi marido el que cocinaba, pero después ya era yo, hasta tal punto que llegué a estar sola en la cocina. Esto me animó y, como me gustaba, poco a poco fui atreviéndome a hacer platos. Tuve grandes satisfacciones, sobre todo cuando llegaban y aún siguien llegando, esos clientes de toda la vida que preguntan por mí, entrando incluso en la cocina, para felicitarme y pedir que les haga yo la comida. Pero disgustos también llevé porque, cuando un comensal se quejaba de algo, ya me amargaba el día». Si hablamos con ella (que no es nada fácil, no porque no sea accesible, sino porque su natural timidez y prudencia se lo impiden), comprobaremos que no acepta con agrado la jubilación y hasta recuerda con emoción sus largas jornadas en la cocina a la que, por supuesto, aún no renuncia, preparando ella misma la comida de sus familiares. Pero ya no es lo mismo, porque se le nota que no quieren entrometerse en el trabajo de su cocinero y ayudantas y sufre cuando ve algo que se podía mejorar o que ella misma no haría de una determinada forma. «Toda mi preocupación, como siempre -dice-, es que los clientes se vayan satisfechos. O Parrulo se ganó un nombre y tiene que mantenerlo».