De Bremen al «paraíso» de Ponzos

La Voz

FERROL

Susan y Jens descubrieron las playas de Ferrol hace quince años y desde entonces siempre repiten: «Este es el mejor lugar de Europa»

17 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

A las diez de la mañana, en Ponzos solo se escucha el rumor de las olas. El aparcamiento está prácticamente vacío y por la carretera no se ve ni un solo coche. De repente, a lo lejos, una pequeña figura se va haciendo más y más grande al tiempo que le da al pedal. Es el alemán Jens Anderssohn, que llega sonriente y con una buena barra de pan colgando del manillar para preparar el desayuno.

Frente al mar salvaje del Atlántico, con la autocaravana bien aparcada y la mesa portátil ya desplegada sobre la hierba, le dan la bienvenida su mujer, Susan, y sus tres hijos: Jule, de once años; Tammo, de nueve; y Yette, de tres. También anda revoloteando por la zona Robin, un simpático chaval medio alemán-medio canario, sonriente y muy charlatán, que se presta a hacer de traductor.

Con el café humeante sobre la mesa y la mantequilla lista para untar en el pan, Susan y Jens cuentan que llevan viniendo a las playas de Ferrol, con la casa rodante a cuestas, desde hace quince años. «Antes de descubrir este lugar, en vacaciones nos dedicábamos a viajar por Europa: estuvimos en Francia, Grecia, Italia, Dinamarca, Suecia... Pero un día llegamos aquí y ya no quisimos buscar más», explica Susan muy amable. «Para nosotros, este lugar es el mejor de Europa para pasar las vacaciones», apostilla Jens a continuación.

Ambos parecen enamorados de Ponzos y al preguntarles por qué les gusta tanto este rincón no tardan ni un segundo en responder. «En primer lugar -dice Susan- por la naturaleza». Y en segundo y tercer lugar, explica su marido, por la gente y los mares de Ferrol, que son perfectos para el windsurf y el surf, dos deportes que apasionan a toda la familia. «Lo bueno de este lugar es que en una pequeña área tiene playas orientadas al norte, al oeste y al noroeste y así resulta mucho más fácil encontrar buenas olas: si en una no las tienes, te vas a otra y ya está», explica Jens.

Además, hay otra cosa que esta familia originaria de Bremen aprecia como si fuese oro: la escasa masificación de las playas. «Puede que aquí el agua esté más fría y el tiempo sea más inestable, pero a nosotros no nos importa; si no fuese así, esto estaría lleno de apartamentos y ya no sería lo mismo», apunta Susan mientras un pequeño rayo de sol se cuela apacible entre las nubes.

Por eso, y después de charlar un rato con ellos, no resulta extraño que esta pareja confiese que nunca ha participado en un viaje organizado, ni que jamás se iría de vacaciones a Benidorm o la Costa del Sol. Ellos prefieren el contacto con la naturaleza; las ondas que dibuja el mar en Esmelle, Ponzos y Santa Comba; y el pulpito, los chipirones o las almejas que a menudo suelen catar en los restaurantes de Ferrol.

Pero, en medio de esta idílica visión del «paraíso» que los Anderssohn han hallado en Ponzos, también hay cosas que les chocan. Lo dicen con la boca chica, después de mucho insistirles, porque no quieren ofender a nadie. Pero lo cierto es que ni Susan ni Jens comprenden por qué en Ponzos se ha instalado un cartel de tamaño descomunal para informar sobre la construcción de unas simples rampas. Ni tampoco encuentran congruente que estas mismas rampas se hayan hecho con piedra y hormigón, mientras a muy pocos metros de ellas unos pequeños carteles prohíben el paso a una zona de la playa para que las dunas se puedan regenerar. «Tal vez habría que ser más cuidadoso con el paisaje y el medio ambiente», dice Susan con sinceridad.

Sin embargo, y a pesar de los pesares, esta pareja no cambia Ponzos por nada del mundo. «For us, it's the best place in Europe!», repite Jens antes de la despedida.