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Un molino de tres siglos sigue en activo en As Grañas do Sor

Victoria Díaz Castañeira

AGRICULTURA

José Antonio López Sánchez es el último de una saga familiar de muiñeiros que se dedican a moler trigo en Arganzo

27 ago 2008 . Actualizado a las 19:44 h.

En As Grañas, sorteando la ladera del monte Caxado, el río Sor se convierte en frontera natural entre A Coruña y Lugo. Tras su bifurcación, uno de los ramales forma un recodo y se adentra en una hacienda hacia un molino que en épocas de antaño se hacía imprescindible, y que aún hoy sigue generando su propia luz. Es el molino de Arganzo.

En aquellos tiempos de escasez, la agricultura era la única fuente de alimentación y la actividad más importante para la subsistencia de las familias. Eran años en los que conseguir el grano suponía un gran sacrificio, y se aprovechaba hasta la energía que proporcionaba el caudal de los ríos.

Hace ya tres siglos que el bisabuelo de José Antonio López Sánchez comenzó una larga saga de muiñeiros. En torno al molino giraba entonces más que una actividad: era una forma de vida. Mientras el grano de trigo, maíz o centeno se transformaba en harina, la diversión estaba asegurada: historias, leyendas... Y, sobre todo, ambiente festivo. Hoy en día, 300 años después, José Antonio es el único que continúa en plena actividad y cumple con la misión de su antecesor: mantener el molino en activo.

Allí todo es artesanal, como en sus inicios: las piezas se van reponiendo, pero están elaboradas por el propio dueño. Su estructura es simple: una modesta edificación de piedra por cuyo interior discurre el tramo de un río previamente encajado en un canal que da paso a una especie de cascada. El agua cae torrencialmente y mueve las aspas de hasta tres ruedas conocidas como rodicios en la jerga de los molinos: el que genera electricidad y proporciona la luz, y los del maíz y el trigo. A las ruedas se les hacen 28 incisiones o pelas con las cernas de caballo que, entrelazadas con hierro, conforman las aspas.

El último engranaje duró 30 años, siempre bajo un esmerado cuidado y pendientes en todo momento de que permanezca en el agua, ya que no puede quedar en seco.

Hace 50 años que José Antonio comenzó esta actividad con la ayuda de su padre. Entonces, molían día y noche sin parar. De hecho, por aquella época, todos los habitantes cosechaban lo suficiente para mantenerse durante todo el año. Cada dos como máximo bajaban con una molienda que llegaba a los 50 kilos a lomos de un burro por un camino estrecho, la congostra, donde sorteaban rutas que iban desde San Pantaleón, pasando por Ambosores, en la provincia de Lugo, hasta As Grañas.

El único en pie

La continuidad del único molino de la zona viene dada por la gran vocación de José Antonio y por el hecho de que la instalación siempre perteneció a una sola familia. Del resto de los que antaño poblaban la zona, hasta cuatro en un corto tramo del río, solo quedan restos.

El de José Antonio continúa moliendo grano de todo tipo a pequeña escala. Eso sí, su dueño lamenta que en esta zona no siembren trigo del país, según el, debido a que la contaminación altera sus propiedades, sobre todo el sabor e incluso el color blanco. En sus mejores tiempos, el cobro de la mercancía -que se conocía como maica- se hacía en especias: así, un kilo se daba por cada ferrado, que equivalía a 14.

En las fiestas más importantes de la zona, San Antonio, San Pantaleón y San Mamede, el horno no cesaba de cocer en tres días: se cocinaban durante estas festividades casi un centenar de dulces de una repostería única en la zona: roscón de anís, bizcocho, brazo de gitano, tarta de almendra y manzana, empanada... La madre de José Antonio ponía la harina y cada uno de los asistentes, lo que podía aportar a la celebración.

La historia ha cambiado por completo estos pueblos. Ahora, todos están prácticamente despoblados. Como ejemplo, el caso de As Grañas: de 700 vecinos, la villa ha llegado a los 130. Pero aún así, hay elementos que consiguen sobrevivir al paso del tiempo. Como el molino de Arganzo.