La obsesión alemana con España

Por Enrique Clemente

SANTIAGO

La crisis de los pepinos ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de muchos españoles después de que la canciller Merkel pidiera que trabajaran más, tuvieran menos vacaciones y se jubilaran más tarde

05 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Va de sobrada. A sus 56 años, Angela Merkel rige la envidiable economía de la locomotora europea, con una tasa de paro del 7%, su nivel más bajo desde la reunificación, un crecimiento del PIB interanual de más del 5% y un espectacular aumento de las exportaciones. Fue la primera mujer canciller alemana y es la política más poderosa de la tierra, pero su comportamiento, a veces prepotente, demagógico, populista y avasallador, la está haciendo muy antipática e impopular en Europa, sobre todo en los países que atraviesan más dificultades. Imparte lecciones y certificados de buena conducta a sus socios comunitarios más débiles, con una especial atención a su voluntarioso alumno español, se inmiscuye en sus políticas internas, se muestra timorata a la hora de consolidar el euro y, en asuntos clave, va por libre.

La crisis de los pepinos ha sido la gota que ha colmado el vaso. Tanto criticarnos, se comenta en el trabajo, los bares y las reuniones, para luego meter la pata hasta el fondo. Atrás quedaron los tiempos de indestructible amistad hispano-germana con Helmut Kohl, ahora se mira con recelo, resentimiento y animadversión al gigante teutón, mientras el mito de la infalible Merkel se derrumba.

Llueve sobre mojado

Es cierto que fue la responsable de sanidad socialdemócrata de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storcks, la que irresponsablemente dio la voz de alarma contra los pepinos españoles. Pero nadie en el Gobierno federal salió a desmentirla y, a posteriori, cuando se descartó que fueran los causantes de las muertes, Berlín refrendó su actuación. Luego, en conversación con Zapatero, la propia Merkel solo se comprometió a estudiar posibles indemnizaciones a los agricultores españoles «en el marco europeo». «Ha sido una actitud prepotente y generadora de recelos», asegura el vigués Antón Costas, catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona. Para el analista Carlos Buhigas Schubert, fue un «claro error de comunicación política».

Llovía sobre mojado. Dos semanas antes Merkel había causado estupefacción al llamar prácticamente vagos a españoles, griegos y portugueses. «No podemos tener una divisa [común] y que unos tengan muchas vacaciones y otros muy pocas. A la larga esto no funciona», dijo. No se quedó ahí: «En países como Grecia, España y Portugal no se puedan producir jubilaciones antes que en Alemania». No le importó que los datos la desmintieran. Los españoles se jubilan más tarde, tienen casi las mismas vacaciones y trabajan más horas que los alemanes. Con la acusación a los pepinos asesinos se completaba el círculo de la obsesión alemana hacia España: trabajamos poco, estamos siempre de fiesta y somos chapuceros, incluso en el control de los alimentos.

«Lo de las vacaciones y horas de trabajo es un entretenimiento para consumo interno, aunque pueda ser humillante para los ciudadanos de otros países es una muestra más de la visión equivocada que una parte de las élites políticas alemanas tienen de los problemas de la economía de la UE», sostiene Costas, gran conocedor de la realidad alemana. «No creo que haya animadversión, pero en una parte de las élites políticas alemanas hay una visión equivocada de las causas que han llevado a algunos países a tener el problema de déficit y deuda pública», afirma Costas. «Creen que es debido a que los ciudadanos de los países que despectivamente llaman pigs son poco trabajadores y pedigüeños, que sus Gobiernos son manirrotos y que eso ha provocado el déficit», continúa. «España e Irlanda son un claro ejemplo de la errado de esa visión, tenían superávit antes de la crisis y el déficit ha sido consecuencia de la recesión», añade. «Sin duda, esa visión tiene un componente de consumo hacia el electorado interno», concluye.

Ahora España tiene dos señores

La prepotencia alemana viene de lejos. En marzo del año pasado Merkel pidió la expulsión de los países que incumplieran reiteradamente las condiciones del Pacto de Estabilidad mientras Grecia agonizaba. «Dejó claro que los alemanes ya se habían olvidado de que fueron ellos mismos junto con Francia los primeros en no solo incumplir sino también evadir las sanciones que ellos mismos habían apadrinado, erosionando la credibilidad del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y sentando un precedente intolerable de impunidad política dentro de la Unión Europea», escriben Buhigas Schubert y András Inotai en un informe para el Real Instituto Elcano.

Desde entonces, Merkel ha multiplicado sus advertencias, sugerencias e intromisiones. Antes de su viaje a España en febrero, pedía al Gobierno que adoptara el modelo alemán de subidas salariales, ligándolas a la productividad, no a la inflación. Durante la visita, la profesora Merkel dio su bendición al alumno Zapatero con una suficiencia insultante para algunos. «España antes tenía un señor, el mercado, y ahora tiene dos, el mercado y Alemania, a partes iguales», aseguraba gráficamente hace unos meses a Mercados el destacado economista francés Daniel Cohen.

Dos recientes decisiones de la nueva dama de hierro resultan muy inquietantes. La primera, no participar en el operativo europeo contra Gadafi. La segunda, decretar el cierre de las centrales nucleares alemanas en el 2022. El accidente de Fukushima y una opinión pública cada vez más contraria a la energía nuclear provocaron ese giro copernicano, que tendrá repercusiones en otros países europeos.

La aparición en escena de una Alemania nacionalista que actúa demasiadas veces por su cuenta y solo en su propio interés y no como motor europeo resulta perturbadora. Muchos ven en estas posiciones de Merkel un mero cálculo electoralista impropio de una estadista. Las sucesivas derrotas en varios Länder y su baja popularidad en las encuestas parecen dictar sus erráticos movimientos de cara a las elecciones federales del 2013 en las que se juega su futuro político.

Los alemanes se quejan constantemente de que no quieren seguir siendo los paganos de Europa, de los rescates de Grecia y Portugal. Pero esa impresión sólidamente instalada no es cierta. Es verdad que Alemania es la que más dinero aporta en cifras totales al fondo de estabilización del euro. Pero en contribución per cápita los alemanes están en el sexto puesto de 17 países, por debajo de españoles, portugueses e italianos. En porcentaje del PIB baja incluso al décimo puesto, también por detrás de esos tres países.

«Merkel ha hecho lo necesario para salvar el euro, y lo seguirá haciendo, pero nada más; la duda es qué tipo de crecimiento económico quiere para Europa, si una economía lánguida o fuerte», señala Costas.