«Ahora ya estoy satisfecho», dijo el asesino de Olot cuando se entregó

Mónica Bergós OLOT/COLPISA.

ESPAÑA

El albañil recibió el lunes del empresario un cheque sin fondos que la entidad financiera no le quiso abonar

16 dic 2010 . Actualizado a las 09:42 h.

Pere Puig Puntí, albañil de 57 años, se despertó ayer bien temprano con un plan muy claro en la cabeza. Salió de casa, se cruzó con un vecino que le hizo un comentario sobre el intenso frío y respondió, misterioso, que «ya se lo haría pasar». Minutos más tarde, sobre las 8.30, entró en el bar La Cuina de l'Anna, en el núcleo urbano de La Caña, y mató con una escopeta de caza, sin mediar palabra, a un constructor y a su hijo, que desayunaban en el bar. Seguidamente condujo su coche hasta Olot, a dos kilómetros, irrumpió en una oficina bancaria de la Caja de Ahorros del Mediterráneo y mató a dos empleados.

Tras el segundo tiroteo fue detenido por una patrulla de la policía local, a la que se entregó sin oponer resistencia soltando un «Ahora ya estoy satisfecho». Con la muerte de esas cuatro personas habría saciado sus deseos de venganza. El hombre estaba ahogado por los problemas económicos. Víctima de la crisis, llevaba meses sin cobrar su sueldo, acababa de ser despedido, y la entidad bancaria con la que tenía la hipoteca iba a embargarle su piso.

Trabajaba para las que fueron sus dos primeras víctimas, Joan Tubert, de 62 años, propietario de Construcciones Tubert, y su hijo Ángel, de 35 años, que solían desayunar en el bar donde les dio muerte, por lo que para el homicida no fue difícil encontrarlos.

Según declararon ayer conocidos de Puig, el hombre habría recibido el lunes un cheque del constructor que debían saldar los pagos atrasados, pero al ir a cobrarlo a la sucursal de la caja se habría llevado la desagradable sorpresa de que el cheque no tenía fondos. Esto habría acabado con la paciencia del albañil, a quien más de una vez se le había oído decir: «Un día voy a matar a Tubert».

En la oficina bancaria, los empleados asesinados fueron Anna Molas y Rafael Turró, ambos casados y con hijos, que murieron casi en el acto, tras el fuerte impacto de los múltiples disparos del rifle de caza. Una tercera trabajadora salió ilesa del tiroteo. Cuando el homicida entró en el banco, encañonó a una clienta con la escopeta y la amenazó con quitarle la vida si no se apartaba inmediatamente. «Vete ahora mismo de aquí, si no quieres que te mate», le dijo.

La fortuna quiso que justamente en esos instantes una patrulla de la policía local pasara por delante de la oficina, y al ver el coche aparcado en doble fila bajaran a inspeccionar. Fue entonces cuando los agentes fueron alertados por una vecina que había oído los disparos.