Además de la trifulca política entre PSOE y PP, el gran debate del verano es el del mapa futuro de las entidades de ahorro y de las condiciones en que se unirán algunas
16 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Los pavorosos incendios forestales se apagan, las lluvias torrenciales amainan y el intercambio de misiles PP-Gobierno se atenúa, toda vez que arrancaron con un esquema erróneo de comunicación política. Disparó Dolores de Cospedal desde Marbella, respondió Zapatero desde Lanzarote, se reafirmó Rajoy desde las costas gallegas y acudieron al rescate González Pons y Arenas. Pero cerró el ciclo Pérez Rubalcaba desde Madrid con su autoridad de ministro del Interior y su capacidad dialéctica inigualable para aprovechar errores ajenos. Nadie como Rubalcaba, después de Alfonso Guerra, para ridiculizar al contrario, manual en mano.
Primero: negar la mayor, a saber, «la Justicia y la policía no están conspirando contra el Partido Popular a las órdenes del Gobierno y la prueba es que no hay denuncia alguna en el juzgado». Segundo: el chiste, o sea, «eso lo dijo sin pruebas De Cospedal desde una playa y lo apoyó Rajoy desde un chiringuito». Se puede discutir la técnica del contraataque, pero acusaciones de ese calado merecen alguna prueba y una puesta escena solemne, no veraniega.
Eso es lo que nos ha deparado la primera mitad de agosto, además de la noticia de que en Europa comienza la recuperación económica, Tichet dixit, aunque en España aún no se alcance la orilla. Pero algo mejor iremos, si el entorno progresa.
La única asignatura que no se ha tomado vacaciones es la de las fusiones de cajas de ahorros. En plena canícula estival, Unicaja y Caja de Jaén han aprobado su fusión. Y CajaSur está llegando. Las catalanas Sabadell, Terrassa y Manlleu navegan hacia el mismo puerto, que alcanzarán antes de Navidad. Caja Madrid ya ha hecho saber, por boca del portavoz económico de Esperanza Aguirre, Antonio Beteta, que el proyecto de absorber Caixa Galicia era cosa inventada por quien no quiere marcharse a casa y se agarraba al inicio de un proceso de fusión.
Pero el Banco de España sigue insistiendo: de cuarenta y cuatro cajas hay que ir a la mitad, o incluso a la mitad de la mitad. Un cataclismo anunciado de difícil comprensión, porque si el sistema financiero español era tan elogiado internacionalmente hace un año por su solidez y su rigor no se sabe a qué vienen estas prisas y estos dramas, más allá de que si alguien gestiona mal, como en Castilla-La Mancha, pues a intervenir tocan.
La tentación y la realidad
En esa refriega y esas tensiones previas a las fusiones surge la tentación: mejor una gran caja autonómica que fusiones interregionales. Sobre el papel, el asunto suena bien, pero cuando se ponen números, estremece. Ya lo planteó Mariano Rajoy: una eventual fusión Caixa Galicia-Caixanova sería dolorosa porque sus redes están superpuestas y la pérdida de empleos sería alta y costosa. Mal negocio.
Algo así se empeñó en impulsar Manuel Chaves en sus últimos tiempos como presidente andaluz: la obsesión de una gran caja andaluza que pasaba por la fusión de las dos grandes, Unicaja y Cajasol.
Pero hubo en Andalucía dos golpes de suerte inesperados: el primero, Chaves ya se fue a Madrid y se llevó su proyecto de megacaja andaluza que a saber lo que costaba en sangre de empleos. Y dos: su sucesor, Griñán, parece más atinado al considerar que el disponer de dos cajas de importancia en la comunidad puede servir para hacer política; en definitiva, es mejor para la comunidad.
A eso se le llama la teoría de las dos torres, como en una partida de ajedrez de cajas: en vez de tratar de construir una reina, jugar con dos torres. Una torre, Unicaja, juega de momento en el espacio interior andaluz. Absorbe la clerical CajaSur, que debía andar mejor de indulgencias que de resultados contables, y Caja de Jaén, que según el ex presidente de El Monte Isidoro Beneroso, «más que una caja es una gestoría». La otra torre, Cajasol, parece llamada a protagonizar fusiones interregionales.
Algo así podría pasar en Galicia, con dos cajas solventes capaces de jugar la partida a la que están convocadas en vez de sacrificarlas en el altar de una fusión. Estamos, como se ve, ante un gran acierto o un gran error.