China tensa la cuerda

Zigor Aldama

ECONOMÍA

Con el primer mundo sumido en la crisis, el gigante asiático se perfila como el salvador de la economía mundial, pero ya ha dejado claro que lo hará a su manera

26 jun 2010 . Actualizado a las 02:12 h.

La tortilla ha dado la vuelta. Es la hora de China. Su denominación oficial, Zhongguo , literalmente 'reino del centro', cobra ahora significado. La crisis que ha provocado el peor batacazo económico en Occidente y en Japón desde la Segunda Guerra Mundial, cuyo impacto en el gigante asiático ha sido casi nulo, ha permitido que un país en el que hace solo cuatro décadas la población moría de hambre sea ya el principal exportador del planeta, vaya a convertirse en la segunda potencia mundial, se haya establecido ya en esa posición en el número de milmillonarios, y esté destinado a superar el año que viene a Estados Unidos como la principal base manufacturera del globo.

Por si fuera poco, China se ha convertido en el país que posee más deuda pública de la superpotencia americana, casi un billón de dólares, y también está aprovechando los saldos que ha dejado la crisis europea para diversificar sus compras. Hasta el punto de que ya es la segunda mayor compradora de deuda y atesora el 18% de la española. Poco a poco, el Gran Dragón le va dando bocados al mundo. No en vano, tiene toda la liquidez que les falta a sus colegas del primer mundo.

Estado chino en la empresa

El sector empresarial tampoco se libra. La caída de las bolsas y las dificultades económicas de importantes marcas han permitido que China haya completado con éxito adquisiciones cuyo planteamiento, hace una década, habría sido tomado a broma. La más sonada ha sido la compra de Volvo por parte de Geely. Pero los ejemplos abundan. El sector de automoción es el que más lo está sintiendo, y no es de extrañar: el año pasado, China se erigió también como el principal mercado del sector.

En cualquier caso, el interés por las compañías extranjeras no es nuevo. Ya en el 2004, SAIC entró a sangre y fuego en la surcoreana SsangYong con la compra por 522 millones de dólares del 48,9% de la compañía. Le siguió al año siguiente la adquisición de la británica MG Rover por Nanjing Automotive, que desembolsó 97 millones de dólares.

Pero la ambición china va mucho más allá de las cuatro ruedas, y está centrada en el sector energético. Así lo ha demostrado la compra por 1.000 millones de dólares del 45,5% de Singapore Petroleum Company (SPC) por PetroChina, actualmente la mayor empresa del mundo por valor bursátil, y la primera que supera el billón de dólares en esa categoría. El acuerdo, al que le seguirá la compra del resto de SPC cuando las autoridades chinas den luz verde, es de especial importancia porque supone la primera adquisición de una empresa pública extranjera por parte de PetroChina.

No todo son grandes compras en potencias económicas. África y Latinoamérica están en el punto de mira del Partido Comunista, que tampoco le hace ascos a la pyme europea. Buen ejemplo ha sido la toma de control de la cántabra Plastidon, dedicada a la fabricación de menaje de limpieza del hogar, por parte de la china Verdeboos. Con este acuerdo, la empresa española espera adquirir mayor dimensión. Para empezar, la plantilla ha crecido un 50% de forma inmediata. Sin duda es solo una pequeña gota en un océano cuya magnitud continuará creciendo incluso cuando haya pasado el chaparrón económico.

En cualquier caso, el Gobierno de Pekín es consciente de que su poderío también conlleva una responsabilidad a la que no puede dar la espalda en la esfera internacional. Lo dejaba claro un artículo publicado el miércoles en el diario chino Global Times, que llevaba como título una frase contundente: «El peso de salvar la economía mundial». El último episodio de ese proceso se vive estos días, y tiene al yuan en el punto de mira. Es fácil manipular una divisa cuando se tienen 2,4 billones de dólares en el sótano. Más todavía si el cambio se fija de acuerdo a una bolsa de otras monedas cuyo contenido no conoce nadie. Es de lo que Estados Unidos acusa a China, un país al que, hasta ahora, le ha interesado mantener la moneda artificialmente baja.

Según diferentes estudios de entidades financieras occidentales, el yuan está infravalorado entre un 25% y un 40%, un hecho que facilita las exportaciones del Gran Dragón y mantiene a raya a los competidores extranjeros. Pero esta situación podría acabar. Esta semana, justo antes de la reunión del G-20, el Ejecutivo chino ha anunciado el comienzo de una nueva era en la que se permitirá la apreciación del yuan, que ya ha ganado un 20% de valor frente al euro en los últimos meses. El martes, la divisa se apreció casi un 0,5%, la mayor subida de la historia, y todo el mundo aplaudió la medida. No obstante, el miércoles volvió a perder valor, un hecho que demuestra la determinación china de hacer las cosas a su manera. Y puede que no sea negativo.

La posición de España

Empresas españolas consultadas por La Voz de Galicia reconocen que tendrán que cerrar si el euro baja de 8 yuanes por unidad. Y es que muchas de nuestras compañías están establecidas en China para exportar, y la revaluación de la divisa china es un mazazo en plena línea de flotación. Además, tampoco está nada claro que un yuan fuerte vaya a conseguir reducir el déficit de Estados Unidos (226.826 millones de dólares en el 2009) y de la Unión Europea con China. La mayoría de analistas apuntan a un hecho incontestable que va en esa dirección: desde que la moneda de Mao dejó de estar pegada al dólar ha ganado casi un 25% de valor, pero las exportaciones han continuado creciendo, lo mismo que el superávit comercial del país.

No cabe duda de que el yuan continuará su apreciación. Pero lo hará de forma muy lenta, para evitar la especulación y permitir que las empresas chinas se adapten al nuevo escenario. Pekín continuará adquiriendo deuda pública y empresas extranjeras, de forma que su peso específico en la economía y la política mundiales aumentará junto al valor de su divisa, que conseguirá robustecer el mercado interno, una de las principales esperanzas de las grandes corporaciones. ¿Conseguirán los comunistas salvar el capitalismo?