La montaña no entiende de perdón

Sechu López

DEPORTES

30 abr 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El Annapurna es una de las montañas que en la búsqueda de ochomiles se suele dejar para el final porque su ascensión es muy peligrosa. Este año una pila de españoles se decidieron por esta cima porque con la presencia de Edurne Pasaban allí, sabían que iba a estar bien equipada. Hace unos días se produjo un récord mundial cuando 20 personas hicieron cumbre en una sola jornada, entre ellas estaba Tolo Calafat.

Cuando escalas tienes que saber que la mitad de las fuerzas son para subir y otro tanto debes dejarlo para la bajada. Los descensos son muy peligrosos por el exceso de confianza. Una de las motivaciones que pudo tener para seguir subiendo es que estaba muy arropado, y además con gente muy experta a su alrededor. Probablemente no estaba del todo bien, pero se animó a intentarlo por lo que lo rodeaba, y esa prisa la pagó muy cara.

Tolo iba ligero, tanto que se quedó sin material, y a esa altura si te pasa eso, lo tienes muy crudo porque estás vendido. A 7.600 metros no hay quien sobreviva dos noches a la intemperie. Con el saco o la tienda podría aguantar, pero sin nada es imposible. Cuando un alpinista pierde la vida en una montaña suelen darse un cúmulo de circunstancias, y eso también sucedió en este caso.

Para empezar, su cálculo de fuerzas falló. Primero creyó que le daban para todo, y después cuando siente síntomas de flaqueza invita a sus compañeros a continuar mientras se toma una pausa. Es muy probable que se desorientase en el descenso, y que perdiese el rastro de los demás cuando se encontraba a quinientos metros del campamento cuatro.

Hay que recordar que un rescate a esta altura es muy improbable. Los serpas son unas máquinas. Son los únicos que pueden llegar y donde ellos no llegan, no lo hace nadie. Ni con la ayuda de un serpa, ni con la avanzada de otro que salió tras la primera noche, pudieron encontrarlo a tiempo. El asturiano Jorge Echoeaga, además de un gran escalador es médico, si él hubiese podido contactar con el helicóptero también hubiese tenido alguna opción, aunque tuviese un principio de edema, pero nada de esto fue posible.

Es triste que una vez más se hable más de la montaña cuando un compañero pierde la vida, que por el mérito de una ascensión. En su caso fue todavía más dramático por el hecho de que había hablado con su mujer y sus hijos para comunicarles su éxito el día anterior.

El verano pasado, Luisma Barbero, compañero mío de expedición, se quedó en las laderas del Gasherbrum II de una forma muy parecida. No lo olvidaré nunca, pero esto me ha refrescado ese recuerdo amargo y la sensación de impotencia.