Arroyo a la escuadra y adiós a la crisis

Marcos Pichel

CDLUGO

29 mar 2010 . Actualizado a las 11:54 h.

El Lugo necesitaba ganar, y ganó. Valía con un gol, y sólo marcó uno. Pero qué uno: zurdazo de Arroyo a la escuadra. Miedo, alivio y prisa, los estados por los que pasaron los de Setién durante el partido. La racha sin triunfos se cerró en diez. La víctima, el Zamora.

Hasta la versión más conservadora del Lugo es capaz de hacer disfrutar a sus aficionados. Con el lastre que acarreaban sobre sus espaldas, no es extraño que su principal preocupación consistiera en defender con solvencia. Los gritos de Setién desde el banquillo cada vez que se levantaba, felicitaban a sus futbolistas por impedir que el Zamora diera dos pases consecutivos. El tan mentado achique de espacios cobró carta de naturaleza en el Ángel Carro. El dos contra uno cuando un castellano se hacía con el cuero se multiplicaba hasta cuatro contra uno, ahogándolo, sin posibilidad de pase, recuperando la posesión con mucha rapidez.

En principio, el planteamiento local parecía demasiado estático. Un esquema de 1-4-1-4-1, en el que Maikel quedaba como una especie de isla, muy desatendido, lejos de sus compañeros. No había movilidad ofensiva, muy pendientes de no descolocarse atrás, de no dejar resquicios a un Zamora que no tuvo reparos en olvidarse del cuero y esperar. Lo notó Marcos, que en varias ocasiones dio vueltas sobre sí mismo en busca de alguien a quien entregar la pelota. Circulaba más entre los defensas que entre los que de verdad debían conducirla. Por ejemplo, un Sergi Maestre que, en paralelo a Marcos, no encontraba su sitio.

Las áreas quedaban demasiado lejos de todo, ni se encontraban caminos por las bandas para alcanzarlas. Era el tipo de encuentro que no se rompería sin una acción individual. Y en el Lugo, si alguien se ha destacado en esta especialidad, no es otro que Rubén Arroyo, quizás el jugador con mayor calidad técnica del equipo. Corría el minuto 12 de la primera mitad cuando le llegó el balón a la altura de la media luna del área, se dio la vuelta, y en apenas una décima de segundo el cuero limpiaba las telarañas de la escuadra derecha de la meta visitante. Un zapatazo fuerte, colocado, imparable.

Goleada frustrada

En otras circunstancias parecería que todo pintaba para que el Lugo se sacara de golpe la represión, la angustia de diez jornadas sin ganar. Que se animaría con un festival de fútbol. Pero no tocaban alardes. No se quería correr un solo riesgo y, sin embargo, esa goleada sí que pudo llegar. Porque el gol aturdió al Zamora, más que espabilar a los locales, que se encontraron de repente con muchos más espacios de los previstos.

El tanto también encendió a Arroyo, que se convirtió en el adalid de un ataque local in crescendo en esa primera parte, hasta el desmelene total. También apareció Maikel, que mostró su facilidad para vivir en el área, y que se encontró mejor con el paso de los minutos. En sus botas tuvo el 2-0, solo en el área. También Arroyo, en un gran desmarque por la banda, pero su remate con la zurda se escapó por poco; otra de Manu... Falló la puntería, como en la segunda mitad acertó el meta visitante con otro tiro raso de Maikel, casi en el área pequeña. El gol, ese gran problema del equipo durante todo el curso.

Pero el balompié es un deporte de máximas, de tópicos cimentados en casi dos siglos de historia. Y uno de los más socorridos, ese que lleva la contraria a los tiempos de reflexión pascual en los que se adentra el mes, habla del castigo al perdón. Así, en la segunda mitad, el que entregó la pelota fue el Lugo y el Zamora se le subió a las barbas. Eso sí, pese al acoso y a la intención, Escalona sólo tuvo que hacer dos paradas, ninguna con excesivo peligro. Porque Masini se confundió cuando, solo en el área, decidió centrar en vez de rematar. Ya al final, Curro remató muy alto cuando tuvo ocasión para lograr el empate.