La máquina de tirar dinero público

X.?R. Castro

DEPORTES

El Club Ourense Baloncesto, perdido en la LEB Plata, solicita la Ley Concursal tras dilapidar más de 2.324 millones de pesetas en subvenciones en dos decenios

02 abr 2009 . Actualizado a las 02:56 h.

El Club Ourense Baloncesto es un ejemplo del derroche económico en el deporte. La entidad ourensana, con Diputación y Concello como principales accionistas, ha dilapidado más de 14 millones de euros (2.324 millones de pesetas) en ayudas públicas en las dos últimas décadas para terminar solicitando en la jornada de ayer su acogida a la Ley Concursal. En estos 20 años ha pasado de los tiempos de opulencia en la Liga ACB a malvivir en la LEB Plata con impagos a los jugadores, que incluso han visto cómo les cortaban el suministro eléctrico en las viviendas.

Desde 1989, año en el que dio el salto a la ACB, el COB ha sido una máquina de gastar dinero público, siempre bajo la tutela política, especialmente de la Diputación provincial de José Luis Baltar. Para comenzar, las instituciones se hicieron cargo de la mayoría accionarial. Entre ambas superan el 60% de los títulos de la conversión del club en sociedad anónima deportiva -el resto se lo repartían la asociación de constructores y los pequeños accionistas-, que se hizo por un valor de 112 millones de pesetas (730.000 euros). «Era la cantidad que en teoría debía el equipo en junio del 92», recuerda José Perla, entonces concejal de deportes y directivo del equipo que participó en la comida en la que se decidió el capital social. En el almuerzo estaba Jordi Bertomeu representando a la patronal de clubes y Sabino López, al CSD. Lo curioso es que el COB como empresa ya nació en causa de disolución, porque días más tarde se conoció que el club debía 400 millones de pesetas a Hacienda.

Y eso que para entonces ya funcionaba la política de subvenciones. Lo que en 1989, el año del ascenso, eran 14 millones de pesetas entre Concello y Diputación, se disparó con el cambio de categoría hasta los 45 porque la Xunta también decidió participar. Además, durante una temporada el club tuvo como patrocinador al Xacobeo.

Las subvenciones no pararon de crecer -se revisaron al alza en cada ejercicio- hasta llegar a los 90 millones (45 de Concello y 45 de Diputación) y la aportación pública llegó a suponer más del 80% del presupuesto del equipo. La institución provincial todavía le mantiene a día de hoy, y pese a estar en la tercera categoría del baloncesto español, esos 270.000 euros.

El momento culminante de las ayudas públicas llegó en el verano del año 2000, cuando un acuerdo entre PP y PSOE en la Diputación posibilitó que el club saldase con dinero de todos los contribuyentes una deuda con Hacienda y la Seguridad Social por valor de 3,7 millones de euros. Era el precio por volver a la ACB saneado (como pedía la patronal) tras conseguir el retorno en la cancha del Menorca.

El mapa del dinero público a paladas se completa con un acuerdo plenario de las dos instituciones locales en 1997 comprometiéndose a abonar veinte millones de pesetas durante una década a cambio de organizar el Trofeo Cidade de Ourense. Se celebró un año.

En esta travesía en el desierto, la entidad siempre ha sido utilizada como apéndice político. Los nombres de sus presidentes coinciden con relevantes personalidades del PP ourensano, como Jorge Bermello, José Manuel Baltar Blanco, José Luis Gavilanes o Alfonso Juanes, aunque el mayor dislate surgió cuando Baltar Pumar nombró máximo dirigente a su propio interventor en la Diputación. Lejos de racionalizar el gasto del dinero público, Baños Campo dio rienda suelta a una competición europea por invitación que a punto estuvo de quebrar la estructura del club. De hecho, bajo su mandato se negoció la venta de la plaza a Dimitri Piterman a cambio de 140.000 euros.

Este saco sin fondo no ha servido para dejar poso en la sociedad ourensana. En dos decenios, el COB ha sido incapaz de formar una estructura de cantera y su base se ha reducido al Colegio Salesianos, ningún jugador de la tierra ha encontrado sitio en la ACB y el público le ha ido dado la espalda a medida que la decadencia se hacía patente. O Pazo, un pabellón que nació para uso y disfrute del equipo -incluidas sus oficinas- a coste cero, ve como sobran cada semana 5.500 de sus 6.000 butacas.