De pedir referendos a demandar una casa

J. becerra a coruña / la voz

A CORUÑA

27 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La quincena de personas agrupadas bajo la denominada Plataforma Sin Techo eran el último coletazo del 15-M en el lugar en el que el movimiento había alcanzado mayor visibilidad: el Obelisco. En aquellos primeros días, cuando el escepticismo y la curiosidad se entremezclaban en la ciudadanía, los más negativos vaticinaban que todo iba a degenerar en un botellón en cuanto llegase el jueves universitario. Los indignados reaccionaron rápido y, junto a la prohibición de lucir banderas o propaganda política, impusieron una norma: nada de drogas ni de alcohol.

Una visita en los últimos días del campamento dejaba claro que todo aquello había pasado a mejor vida. Los tetrabriks de vino pasaban de mano en mano, las litronas se bebían a cualquier hora del día y el olor a marihuana resultaba habitual. Además, la Policía Nacional y Local tenía que pasarse por la zona con frecuencia ante las escaramuzas violentas o las denuncias de robos cometidos en los puestos de artesanía de Méndez Núñez.

Ello generó que los ciudadanos -los mismos que en su día no se fiaban, pero que luego simpatizaron y valoraron la labor de los indignados- pusieron su dedo señalando hacia un lugar que se había convertido en un foco de marginalidad. Allí cada vez se hablaba menos de la Ley D? Hondt y más de cómo conseguir dinero para la próxima litrona.

Una escena ocurrida el día del desmantelamiento de la Acampada Coruña resulta harto elocuente. En medio de los reproches que algunos indignados lanzaban contra los periodistas que cubrían la noticia, uno de los sin techo que optaba por quedarse fue más allá. Primero amenazó a un joven. Supuestamente se había reído y le preguntaba amenazante: «¿Quieres llorar?». Al darse la vuelta, tomó un cartón de vino y lo echó sobre los presentes con desprecio. Dos de los integrantes del campamento lo intentaron detener. Y en medio del barullo, uno dijo en voz alta: «¿Ahora ya os dais cuenta de que tratamos con enfermos?».

En ese interrogante se encerraba la idea de muchos de los indignados que aguantaron hasta el final: la de visibilizar y poner de manifiesto en pleno centro de la ciudad un problema generalmente oculto en otros puntos más remotos de la urbe. «Con esconder las lacras sociales no se arreglan los problemas», señalaba. «Las autoridades tienen que ocuparse de estas personas y poner personal cualificado para que las trate». Una semana después el Ayuntamiento se ha comprometido a hacer ese trabajo.