«Perdí mi trabajo, estoy a tratamiento y soporté durante un año hasta amenazas de muerte»

A. Mahía A CORUÑA/LA VOZ.

A CORUÑA

30 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Óscar Ulla había ido a cenar aquella noche con unos amigos. Bebió solo dos cervezas porque tenía que coger el volante para regresar a casa. De hecho, en su pandilla siempre era él quien se ocupaba del coche, «pues no le gusta beber», cuentan sus padres.

Nada más salir del coche por su propio pie aquella madrugada de abril del 2009, sabía que no tenía culpa ninguna en el accidente. «Iba despacio y el semáforo lo tenía en verde», recuerda. Pero en cuestión de minutos todas las miradas se dirigieron a él, al conductor del Citroën C4 que circulaba por la ronda de Outeiro en dirección a San Cristóbal. Se le culpó en base a su índice de alcoholemia y a un atestado que el propio juez definió con la expresión «ciencia ficción». A medida que avanzaban las investigaciones y el juez tomaba declaraciones, Óscar Ulla se fue descargando de culpa. Pero para eso tuvo que luchar mucho. Su abogada, Esther Muñoz, tuvo que demostrar las irregularidades que presentaba el atestado policial. Las destapó y el juez las vio, de ahí que terminara sobreseyendo el caso.

Si hay alguien a quien esta familia le estará eternamente agradecida es al hombre que aquella madrugada fumaba un cigarro en su ventana porque no podía dormir. Gracias a que estaba allí pudo ver el accidente y, mejor aún, contárselo al juez. Declaró, sin atisbo de duda, que fue el vehículo policial quien se saltó el semáforo, que puso las luces de emergencia al llegar al cruce, por lo que a Óscar Ulla no le pudo dar tiempo a verlas, y que el conductor del Citroën circulaba despacio y con la iluminación correspondiente.

Esas palabras, unidas a las lagunas e incorrecciones que presentaba el atestado, daban por cerrado el caso. Pero a pesar de todo, a pesar de que las pruebas lo exculpaban, Óscar Ulla «nunca volvió a ser el mismo», lamentan sus padres.

El mismo Óscar recuerda la angustia que arrastra desde entonces, lo mal que lo pasó al verse involucrado «en un desgraciado accidente en el que murió una persona». Perdió su trabajo, está a tratamiento desde entonces y «hasta tuve que soportar amenazas de muerte de gente anónima, tanto por teléfono como por Internet». «Sale a la calle con la cabeza baja, hundido», lamenta su madre.