«Pintar es un vicio, no un trabajo»

A CORUÑA

Es uno de los grandes renovadores del arte gallego de las últimas décadas, «el último de una raza» que insiste en innovar utilizando las herramientas tradicionales

05 dic 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

«Artistas somos muy pocos, sobre todo al lado de otras profesiones, como abogados o médicos». Con una comparación tan carente de pretensiones abre la conversación Jorge Peteiro, uno de los referentes del arte gallego de las últimas décadas cuyo principal mérito estriba en haber conseguido poner de acuerdo a aquellos que pontifican sobre arte con los que realmente pagan por ella: «No pinto para vender cuadros. Lo único que intento es reflejar el lado positivo del ser humano, que los problemas sociales ya están en los periódicos. Mi pintura es, en ese sentido, terapéutica, ya que potenciando la alegría puede llegar a conseguirse», apunta como razón de su aceptación.

La vocación le vino pronto. Ya con trece años, participaba en grupos de teatro: «Hacíamos lo que entonces se llamaban happenings, provocaciones en la calle. Ahora les llaman montajes y los han metido en los museos. Me sigue gustando, aunque no sé cómo puede venderse. Incluso pensé en estudiar arte dramático, pero, para qué engañarnos, era malísimo», reconoce. Por culpa de los pinceles, el mundo se perdió un psicólogo o un empresario, dos carreras que abandonó para meterse en Bellas Artes: «Allí aprendes las técnicas y así no dicen que eres un sinvergüenza, sino un artista. Además me sirvió para comer durante los cuatro años que estuve dando clases». Y es que los comienzos no fueron un camino de rosas: «Me fui a Nueva York, pensando que si establecía mi estudio allí ya estaría todo hecho, en una ciudad llena de galerías. Pero resulta que había una crisis del carajo y allí no se vendía un cuadro. Estuve un año, y me volví». Fue a su regreso a tierras gallegas cuando descubrió que algo estaba cambiando por estos lares: «En Galicia hay un nivel cultural cada vez mayor, lo que potencia colecciones particulares, algo que hace unos años solo pasaba en Cataluña. Pero eso tiene su peligro, porque desaparece la necesidad de salir y te acomodas», asegura aunque no sea su caso. Su obra está presente en diversos rincones del planeta, entre ellos el parque eólico de Ossorio, en Brasil, donde realizó dos murales, y tiene previsto trabajar en Canadá y Montana.

Juegos de color

Calcula que debe de haber realizado unos 4.000 cuadros, sin contar serigrafías y dibujos. Y todavía le quedan cosas por pintar: «Con lo que disfruto es con las combinaciones de color, y estas son infinitas. Rojo, azul, amarillo y blanco; de ahí sale todo. La composición sí que me requiere cierto esfuerzo intelectual, buscando el equilibrio. Pero con los colores, es como si hubiera un enano en mi cabeza que me fuese diciendo dónde colocar cada uno». Como fuente de inspiración, su propia tierra: «El paisaje gallego da mucho juego, es diferente metro a metro, no como en Castilla, que lo tienes todo de un vistazo».

Mientras dura la inspiración, sigue trabajando, o quizás sería más correcto decir jugando, en su estudio oleirense, de donde siguen saliendo un sinfín de ideas optimistas vestidas de mil colores. Y parece que todavía hay para rato: «La mano de obra no la cobro, que para eso me lo paso bien. Pintar para mí es un vicio, como el golf, no un trabajo», afirma el artista.