Hermanas que valen un riñón

A CORUÑA

Andreína y Dayana comparten algo más que la sangre. La primera necesitaba un trasplante renal y su hermana pequeña no lo dudó. Las dos están sanas y salvas

07 may 2009 . Actualizado a las 14:06 h.

Hace ocho años, la vida puso a Dayana Gabriela Liendo Huggins en un vuelo transoceánico. Con un par de maletas y su hija, de entonces nueve años, llegó a España. No conocía a nadie. Atrás dejaba Venezuela y su familia y, por delante, la esperanza de un futuro mejor. Pronto se puso a trabajar -es empleada de Inditex- y poco a poco consiguió atraerse a buena parte de sus apegos. Su mamá, algunos de sus hermanos... Crió a su hija, hoy mayor de edad, y encontró el amor de Mario. En marzo pasado, la misma compañera de viaje, la esperanza, la empujó con idéntica valentía a otro viaje, esta vez atravesando la puerta de un quirófano para encontrar una salida a la enfermedad. «Ni lo dudé», resume. Tiene 38 años y un solo riñón. El otro, funciona en su hermana, Andreína Coromoto.

Hace cosa de año y medio, a esta mujer de 41 años la sorprendieron síntomas a los que apenas si dio demasiada importancia. «Yo me sentía cansada, tenía dolor en la espalda...», describe gráficamente Andreína, que por entonces trabajaba en una casa, cuidando niños. No parecía nada más que un malestar banal.

Una tarde «tosí sangre», prosigue. Alarmados, llamaron al centro del Ventorrillo, pero rápidamente una ambulancia la trasladó al Hospital A Coruña. De eso, se cumple un año el próximo 19 de mayo. «Nunca antes había tenido nada», se explica. El ingreso en el hospital desencadenó una cadena de pruebas para tratar de explicar la tensión disparada, el corazón desbocado, los pulmones encharcados... «La llevaron a la uci y fueron descartando cosas, hasta el mal de Chagas», explica Dayana.

Pronto le dijeron que sus riñones comenzaban a necrosarse. No funcionaban. En septiembre, el día 15, entró en diálisis. «Iba todos los martes, jueves y sábados, tres horas y media», recuerda ahora sonriente Andreína. Así es de atada la vida de los que padecen insuficiencia renal.

Entretanto, Dayana ya había iniciado su particular camino. «Ella estaba en el hospital y fui a Alcer, la asociación de enfermos renales, a investigar; nos invitaron a ver una película en Santiago, conocía a gente en nuestra misma situación...» Así supo de la posibilidad de convertirse en donante en vida. Internet aportó más datos y los médicos «me resolvieron todas las dudas», añade. Su razonamiento es simple: «Averigüé todo, me dieron mucha confianza y si no tenía por qué pasar nada... no lo pensé».

La primera en hacerse las pruebas fue su madre, pero las condiciones de Dayana eran más adecuadas. Pasó por el comité de ética y firmó ante el juez a la espera de que se programase la doble intervención.

«Cuando me dijo que me iban a colocar su riñón, no la creí», recuerda Andreína, todavía casi sorprendida por haber recibido el órgano de su hermana pequeña. El 24 de marzo las llamaron y el 29 ingresaron. «El doctor me preguntó a dónde quería viajar y le dije que para Venezuela... y ya no recuerdo más». Se despertó de la operación «como volando», con su madre al lado y Dayana muy cerca.

«Al entrar en el quirófano les dije que aprovecharan para hacerme algún arreglito, así que me desperté preguntando dónde estaba ese arreglito», bromea la donante, que salió del hospital cuatro días más tarde y «sin notar que me faltase nada». Poco después, poco más de una semana tras la intervención, recibió el alta Andreína, ya desenganchada de la máquina de diálisis.

Ambas, y su madre, se deshacen en agradecimientos; a la doctora Lorenzo, a González Martín, Rivero, Ruibal, Janeiro, Hernández, Alonso, Gómez, Carmona, Casas... «no quisiera olvidarme de ninguno -dice - ni tampoco de Pablo, ni de ninguna enfermera». «Nos trataron de cinco estrellas», añade su hermana.

Ahora, los planes de Andreína son «llevar una vida normal». Así de sencillo. Piensa en salir al campo, hacer una excursión y, desde luego, como con la anestesia, en abrazar al resto de su familia de ultramar para celebrarlo. «Haremos una fiesta», agrega Dayana, mujer resolutiva que anima con su ejemplo a enfrentarse a la amenaza buscando siempre salidas. «Lo consulté con mi familia, con mi marido y con mi hija, pero nunca tuve miedo; si no tenía porqué pasar nada... cómo no hacerlo», dice. Así de claro.