Sangre gitana en Montrove durante los comienzos de la Guerra Civil española

Carlos F. Santander

A CORUÑA

21 mar 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

La Guerra Civil española, iniciada en julio de 1936, fue una interminable cadena de crímenes por ambas partes. La ferocidad de la represión fue tal que nadie quedó a salvo de ella. Desde mujeres embarazadas a viejos impedidos hay un museo de los horrores que prueba la frase de Hobbes «el hombre es el lobo del hombre».

Cerca de A Coruña se produjo un asesinato de cuatro personas de etnia gitana. Curiosamente, un reciente libro sobre la represión franquista en Oleiros, del que es autor Carlos F. Velasco Souto (Ed. Trifolium), no lo menciona. Bueno será el recordarlo para ver hasta dónde llega el odio del ser humano.

El primer y triple asesinato ocurrió en la madrugada del primero de octubre de 1936 y sus cadáveres dejados en el kilómetro 2 de la carretera que desde Perillo conduce a Oleiros, cerca de una curva donde años más tarde se alzaría el Colegio Videlba, y también cerca de la casa Villa Galicia, donde pasaba los veranos el que fue ministro y presidente del Gobierno de la República, Santiago Casares Quiroga.

Fueron las víctimas Antonio Montoya Camacho, de cuarenta años; su hermano de dieciséis, con el mismo nombre y apellidos, junto con su familiar Antonio Camacho Montoya, de cuarenta y cinco años. Unos días más tarde sería asesinado el sobrino de los anteriores, Manuel Jiménez Montoya, un niño de tan solo catorce años.

Capricho

Su muerte se debió, pura y simplemente, al capricho de las brigadas represoras, que pasaron por las inmediaciones de un campamento y decidieron matarlos, pues, según dijo el jefe del grupo, no había «paseado» todavía a un gitano y había que darles un «escarmiento». Así, de forma tan caprichosa parece entenderse el violento final de estas cuatro víctimas de etnia gitana. En conexión con esta tragedia hay que citar también al cura párroco de Santa María de Liáns, Antonio Rocha Agrelo, que, después de tener que abandonar en 1934 su casa pastoral, tras sufrir, entre otros ataques, un apedreamiento, la destrucción de su vehículo particular y otras hostilidades por parte de algunos de sus feligreses, militantes de sindicatos de izquierda, que le acusaban de beneficios económicos abusivos, se negó, después del triunfo del alzamiento contra la República, a dar los nombres de aquéllos cuando le fueron requeridos por las brigadas represoras. Al ser recriminado por estas, el sacerdote les contestó: «Si quieren llevarse a alguien, llévenme a mí».

Sobre la tumba de los cuatro gitanos, y coincidiendo con la fecha en que fueron asesinados, aparecen, según oí comentar a varios vecinos de la zona, unos ramos de flores.

Asalto a Villa Galicia

Tras asaltar la casa de Casares Quiroga de la calle Panaderas (hoy convertida en casa-museo), las brigadas represoras se dirigieron a Villa Galicia, el chalé de Montrove donde pasaba los veranos. Su hija María se referirá a esta requisa-asalto en su libro de memorias Residente privilegiada en la que su tía Candidita, asustada ante la presencia de los represores se arrojó al suelo desde la segunda terraza, fracturándose la cadera, que la dejó tullida y patituerta para toda la vida.

Escribirá María: «Dado que los representantes de lo que iba a ser el nuevo régimen la juzgaron demasiado santa mujer para llevársela con ellos, allí la dejaron, partida en dos, y fueron la bella y generosa Pilar y su marido Arturo quienes la recogieron en su modesta casita de Montrove y quienes la cuidaron y asistieron durante años. Más tarde, consiguió acercarse al domicilio de su último marido sin poder visitarlo como siempre había hecho».