Aún huele a espíritu juvenil

A CORUÑA

Dos pinchadiscos coruñeses ofrecieron en el Patachim una sesión para reivindicar la música de los noventa

14 sep 2007 . Actualizado a las 16:35 h.

Algún día, a finales de 1991. El menú de opciones adolescente se dividía entre heavys, pijos e incipientes raperos. En la sesión de tarde de la discoteca Baroke de Sada se escuchaba la música de las radiofórmulas del momento, hasta que de pronto se oyen los acordes de Smells Like Teen Spirit, de Nirvana. Sobresalto. En cuando entra ese estribillo con voz rasgada y batería pirotécnica, los jóvenes allí congregados se empiezan a empujar unos a los otros hasta estallar en un pogo desbocado. El pinchadiscos mira absorto. Al segundo estribillo la cosa se pone peor. Tiene que cortar la canción. La última gran revolución del rock había hecho efecto.

Septiembre de 2007. Noche de sábado. En el bar Patachim de la calle Orillamar se celebra una fiesta en honor a los años noventa. Cuando David Saavedra (DJ Tingugi cuando ejerce de pinchadiscos), toma el relevo en la cabina a su colega Alberto Ordóñez, DJ Kosmonauta, y ataca con Smells Like Teen Spirit. No podía ser de otra manera, Nirvana es uno de sus grupos favoritos y si existe una canción que puede condensar la década, es ésa. Sin embargo, como una metáfora de los tiempos, suena capada por algo tan poco punk como el limitador de volumen. Reprime la rabia. La sitúa a nivel de M-80. Nadie hace pogo, ni nada parecido. Simplemente se sonríe, evocando aquellos tiempos en los que fuimos algo más jóvenes, algo más soñadores, desconocedores de la nostalgia. Cuando la vida era vibración y no el recuerdo de haber vibrado.

«Revival» prematuro

«Más que reivindicar los noventa, lo que queremos es finalizar el revival de los años ochenta, que ya está siendo insoportable», explica Ordóñez, el DJ residente del local en el que se pinchó por primera vez en la ciudad a los Afghan Whigs, Ivy o Autor de Lucie. Pese a ello, la cosa no va de exclusivismo indie. No sonaron ni Stereolab, ni Lush, ni tan siquiera aquellos Belle and Sebastián gloriosos del 97. Todo lo contrario: los hits de Offspring, Spin Doctors o Green Day trasladaron directamente a noches de rock y alcohol de garrafa, con la camiseta a cuadros y vaqueros roídos.

También cayó la gran reina del pop de la década, Bjork, los manoseados himnos brit de Oasis o, ¡cómo no!, el inevitable Killing in the Name, de Rage Against The Machine, y sus versiones gamberras que se aprovechan de su particular fonética. «Buff, ¿recuerdas cuando los vimos en el Festimad?», decía un chico al que se le podía adivinar pasado grunge.

Variedad

«La música de los noventa está por reconocer», piensa Saavedra, que la califica como la época de la «indefinición y la pluralidad». No le falta razón. Si Nirvana nos recuerda que tuvimos latiendo esa angustia juvenil que no se sabe expresar, los Chemical Brothers evocan el hedonismo veraniego de carpas dance; si las Spice Girls refrescan la frivolidad universitaria de jueves por la noche, los Héroes del Silencio atestiguan que, bueno, todo el mundo tiene un pasado.

Y pasando las horas, las copas y los recuerdos entre Chimo Bayo y el Rap de la abuela, surge un impulso reprimido que casi está a punto de romper el encanto. Se trata del clásico «Aquello sí que era música y no lo que hay ahora». Era lo que se nos decía cuando otrora Suede nos ponían la piel de gallina. Afortunadamente nadie lo pronunció. Hubiera sido la certificación definitiva de la decadencia.