Aunque no todos viven en Fisterra, conservan el apego a la tierra y, sobre todo, la pasión por el fútbol, deporte que los Díaz practican desde hace 50 años
02 ene 2011 . Actualizado a las 02:00 h.Por Manuel Díaz en Fisterra pocos lo conocen, pero cuando alguien dice O Negro, no hay fallo. Cualquier fisterrán sabe que se está hablando del alma de la charanga Vendaval y de un histórico del fútbol local. A sus 71 años conserva intacta su pasión por el balompié y tiene en su casa un auténtico museo de la historia de ese deporte en la comarca, con fotos, trofeos y muchos otros recuerdos.
Las alegrías que le da el Barça últimamente seguramente ayudan, especialmente cuando el resto de su familia comparte pasión futbolera, pero milita en la afición del Madrid.
O Negro empezó a jugar en el Fisterra en los años 60. Fue su equipo, aunque en la temporada 66-67 jugó en el Soneira, formación con la que ganó ese año la Liga da Costa. En el 75, emigrado en Inglaterra, jugó también un año en la Tercera División Inglesa. En su palmarés están otro título de liga con el Fisterra y varios subcampeonatos. Jugó siempre de central y fue considerado en alguna ocasión el mejor de la liga.
Tiene en su haber otro dato revelador. En toda su vida solo le sacaron una tarjeta amarilla y fue, además, medio en broma en un partido homenaje. A eso se le llama saber jugar limpio.
Central fue también su hijo Andrés, que empezó a los 15 en el Corcubión para pasar al año siguiente al Fisterra. A los 16 ya estaba en el primer equipo y a los 17 lo fichó el Pontevedra. Fue tres veces campeón de Tercera y una vez campeón de Segunda B. En medio de esa meteórica carrera fichó por el Lugo, pero un mal día se rompió el menisco por tres sitios y tuvo que echar el freno más de un año. Aún volvería a jugar en el Marín cuatro temporadas más en Regional Preferente.
Al Marín sigue ligado hoy como entrenador y en el Marín B juega su hijo Urchi -de central también, como su hermano, su padre y su abuelo-, mientras Aitor lo hace en el Cerceda.
Lo del fútbol, en su casa, debe ser genético. Dice que por la Liga da Costa pasaron unos 20 familiares en algún grado. Hasta ocho llegó a haber simultáneamente en el Fisterra.
De su hijo Aitor habla con admiración. «De cabeza es un crack», dice. Siempre que puede se traslada a verlo jugar. Aitor jugó en el Pontevedra y quedaron de segundos en la liga de cadetes. En juveniles subieron a la liga gallega y la ganaron, luego a la nacional, y también, después a división de honor y quedaron de segundos. Ahora recala en el Cerceda. En el mundo del fútbol la suerte importa mucho. Veremos en el futuro.