El buen hacer de jóvenes que alimentan la esperanza

paulo garcía

AROUSA

04 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Nadie se atreve ya a negar que corren tiempos difíciles en términos de economía. Y eso es algo que, por desgracia, tiene consecuencias nefastas en otros aspectos tan vitales como el social. Sin embargo, hay gente que se presta a tender su mano siempre que el prójimo la necesite. Ese es el concepto que promueve el grupo de jóvenes voluntarios, provenientes de Valladolid, llegados al centro de Cáritas de Vilagarcía. Aquí pasarán nueve días, de los cuales ya han cumplido su mayoría, realizando tareas de colaboración en apartados tan diversos como la cocina, el ropero, o el cuidado del invernadero que Cáritas tiene en Sobradelo, cerca de la casa de acogida habilitada para los jóvenes muchachos vallisoletanos. Su día a día como voluntarios en la localidad vilagarciana comienza a las siete y cuarto de la mañana, cuando se levantan para desayunar y prepararse para, a las ocho, estar disponibles en el invernadero o media hora después en la cocina del centro. Sus nombres son Ignacio, Beatriz, María, Alejandro, Pablo, Samuel, Patricia, Benito y Lola. Y el de los monitores que los acompañan, Carlos y Mónica. Once almas solidarias cuyo objetivo es prestar su ayuda y apoyo a quienes más lo necesitan.

Esta es la primera experiencia de estos jóvenes, con edades comprendidas entre los 16 y 18 años, en actividades fuera de su comunidad. Pero no es un contacto novedoso con el admirable arte de la colaboración, pues en su ciudad ya han tomado parte en diferentes propuestas solidarias con personas mayores y niños. Sin embargo, sin en algo coinciden los voluntarios es en destacar la emocionante experiencia que supone vivir en primera persona la situación por la que muchas personas están pasando en la actualidad. Los consejos de desafortunados exprotagonistas del mundo de las drogas para evitar caer en ese infierno, las experiencias personales de gente a las que el destino les ha propinado un duro revés, lanzándolos a la calle, o los relatos de otras personas que trabajan colaborando con los necesitados, hacen que los muchachos contemplen las cosas desde otra perspectiva, la más humana posible. Y eso que a ellos es difícil ganarles en lo humanitario, pues que unos chicos tan jóvenes estén dispuestos a invertir su tiempo de ocio estival en ayudar a los más necesitados es algo que, por desgracia, no se ve todos los días ni en todos los sitios. Y eso que la comida cura el hambre, y el abrigo el frío. Pero no hay nada más agradecido que estas dos funciones básicas sean suministradas con cariño y humanidad. Pues de este modo no solo se alimentan los estómagos que lo necesitan, sino también la ilusión, y la esperanza.