La vida en una vía de ferrocarril

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Alfonso «Cheka» Arines o la memoria del «camiño de ferro» en Galicia

28 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La historia del ferrocarril en Galicia puebla los cajones y armarios de una de las antiguas viviendas que Renfe construyó para sus trabajadores en la actual avenida Rosalía de Castro, en Vilagarcía, a la sombra de la vieja estación de Carril. No se trata de la retahíla de presupuestos, inauguraciones, proyectos y grandes obras que acostumbran a figurar en los libros. Esta es otra historia, la de los detalles que construyen el día a día y poco a poco, sin que nadie repare en ello, hilan la vida de cuatro generaciones. En el caso de la familia Arines, podría decirse que el tren corre por sus venas. O lo hacía, hasta que la reestructuración del sistema ferroviario y su gestión, adaptados ahora a unos tiempos de usura y depredación privada, están a punto de finiquitar lo que Renfe significaba y cortar por lo sano un oficio que se transmitía de padres a hijos. Incluso la fonética de las siglas del actual operador, ADIF, que suenan a estornudo ahogado, parece simbolizar esta triste decadencia.

El cuento es que en una de las habitaciones de las casas de Renfe habita Alfonso Arines Otero. Su abuelo fue ferroviario, su padre, Fermín, jefe de estación en Vilagarcía, entre otros destinos, él mismo trabajó como factor durante largo tiempo y dos de sus hijos, Alfonso y Fermín, continúan la tradición de la saga familiar. Teniendo en cuenta que la andadura del tren gallego se inicia en 1873, con la apertura de la vía entre Cornes (hoy perteneciente a Compostela) y Carril, hablar de los Arines significa recorrer la historia completa del ferrocarril en Galicia.

Alfonso nació hace 84 años en Frieira, uno de los destinos que ocupó su padre, a orillas del Miño, con Portugal siempre a la vista. El mote por el que es conocido, Cheka, tiene su origen, precisamente, en la forma en la que las «rapazas bonitas» de la banda de enfrente pronunciaban el diminutivo de su nombre, «Zeca». Infatigable registrador de canciones, letras, coplas y ocurrencias variadas, Cheka no salía de casa sin bolígrafo y papel en el bolsillo de la camisa. Gracias a esta afición por la escritura, su domicilio es hoy una suerte de pequeño y errático museo en el que es posible encontrar composiciones propias, sonetos y temas populares que se cantaban en la raia, como Tangreliños, mítica tonada que relata cómo el noble sucesor del nabo y la nabiza es capaz de generar atronadoras digestiones a poco que el comensal dé rienda suelta a su apetito. Dicho de otra forma, «faguer mal».

Las marionetas «ricocós»

Tiene siete nietos, pero son cuatro Ana, María, Clara y Ángel (Clara, María Dolores y Fermín son los nombres de los otros tres), quienes más batallas han compartido con él y están al tanto de sus secretos. En sus buenos tiempos, a Cheka no le faltaban dotes de comediante. Posee cuatro marionetas de madera, talladas por uno de sus hermanos, Rafael. Con estos monicreques competía con éxito cada Nochevieja frente a Martes y 13 y demás animadores televisivos del tránsito al año nuevo. Son los ricocós, un cura, un gallego, un portugués y un demo a los que, oculto tras una sábana, daba vida el ferroviario. El asunto, claro, acababa a palos. Pero, sobre todo, Cheka atesora material relacionado con el tren. Manuales añejos, códigos de señales, fotografías, nóminas... Si en Vilagarcía funciona un Museo do Tren, debería notarse.

una saga dedicada al tren cuatro generaciones de la familia arines