El sueño que siempre sale a flote

Rosa Estévez
Rosa Estévez VILAGARCÍA |

AROUSA

Con ochenta años soplando en sus velas, el «Nauja» ha sobrevivido a varios naufragios. El último, en A Coruña, en 1985. Nadie imaginaba que el velero acabaría entre nosotros

03 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El mar hace un sonido especial cuando bate contra el casco de barcos como el Nauja. Si se presta atención, parece que el océano y la nave están en diálogo permanente, con momentos de comunión absoluta. Con momentos, también, de ruido y de furia. Alcanzar esa complicidad exige tiempo. Y el velero y el mar se conocen desde hace mucho. En concreto, desde 1930, cuando la nave de elegante figura salió de los astilleros de Frederikssud (Dinamarca). Por aquel entonces no se llamaba Nauja, sino Maagen (gaviota en danés). Y su destino no era otro que trabajar como barco de pesca en las islas Feroe.

Pero el destino del Maagen pronto iba a cambiar. El barco fue adquirido por el Ministerio de Defensa y destinado a realizar tareas de inspección en Groenlandia. Como una gaviota (eso signica su nombre, gaviota), vigiló los fríos mares del círculo polar durante años, incluidos los oscuros años de la Segunda Guerra Mundial. Como todo viejo soldado, el velero se licenció del ejército. Fue en 1957. Aunque aún se encontraba en buena forma, su nuevo propietario, la Real Cámara de Comercio Groenlandesa, tuvo que invertir una pequeña fortuna (140.0000 coronas danesas) en repararlo y en reconvertir al duro soldado en el barco destinado al transporte que iba a ser desde entonces. El Maagen había pasado a la historia y había nacido para los archivos el Nauja.

Rebautizado con ese nombre de mujer, la gaviota de los mares del norte comenzó a surcar las aguas entre Holsteinsborg y Qutdligssat cargado con pasajeros, correo postal y mercancías de todo tipo. Fue haciendo ese recorrido cuando el Nauja vivió su primer naufragio. Ocurrió a finales de octubre de 1959, cuando una fuerte tormenta de nieve hizo enloquecer al instrumental del barco, que acabó encallando. El capitán, Kaj Andersen, ordenó que todos los pasajeros fuesen trasladados a tierra en los botes salvavidas y comprobó que la nave no había sufrido heridas de gravedad. No las tenía y por eso, mientras pasajeros y tripulantes luchaban contra el frío tras convertir las lanchas salvavidas en improvisados refugios, la nave volvió a mirar al mar con fijeza y a librarle un gran pulso a las fuerzas oceánicas. Lo ganó. El mar se rindió, la marea subió, los vientos soplaron favorables y el Nauja se liberó sin ayuda de su cadena de piedra.

El velero fue cambiando a medida que cambiaban sus circunstancias. A principios de los sesenta, por ejemplo, fue remodelado para mayor comodidad de sus pasajeros. Se remozó el salón, los camarotes, las cocinas y se instalaron tomas de corriente en los baños: las maquinillas de afeitar eléctricas ya se habían universalizado.

El velero cruzó el mar del tiempo con rumbo firme y algún que otro incidente. Como el registrado el 2 de septiembre de 1968, cuando en una noche de densa niebla chocó contra un encalladero. O como el más grave suceso del 19 de diciembre de 1973, cuando el Nauja sufrió una navería y tuvo que ser rescatado. El hombre que lo dirigía, el capitán John Petrussen, relató que el barco se encontraba a 19 millas de Nissingmiut cuando se encontró en medio de un festival de fuertes vientos polares, vientos del este, una intensa nevada y olas de gran altura. El agua comenzó a entrar en el barco, y el motor dejó de funcionar. Petrussen, que en el naufragio había perdido mercancías por valor de mil coronas, echó la culpa de lo ocurrido al barco y a los muchos años que llevaba sobre el mar. Aseguraba que el Nauja no podría volver a surcar las aguas. Pero se equivocaba. Las heridas dejadas en su estructura por el paso de los años y la irrupción de nuevos medios de transporte podrían haber acabado con el velero, pero un hombre lo impidió. En 1976, Jensen Svend adquirió el viejo barco por 80.000 coronas danesas e invirtió una buena suma en ponerlo a punto. Nueve años más tarde, el Nauja estaba listo para realizar un largo periplo entre Brest y A Coruña, una aventura en la que se embarcó su propietario en compañía de sus hijos, Jens y Carl. Los tres fueron portada de La Voz de Galicia el 28 de septiembre de 1985. «Un yate, con tres daneses a bordo, embarrancó en la playa coruñesa de Barrañán». «La niebla era muy densa y un fuerte mar azotaba la zona, lo que unido al total desconocimiento de la costa hizo que Jensen Svend se creyera que la ensenada de Barrañán era el puerto coruñés. Las luces de las casas cercanas a la playa posiblemente confundieran también al marino», cuenta el periódico, que informa de que los tripulantes fueron rescatados sanos y salvos y de que no parecía existir dificultad para reflotar la nave.

El barco, efectivamente, volvió a surcar los mares y volvió a vivir una etapa oscura. Su intachable historial de servicio se vio manchado cuando en sus bodegas se encontró la policía seis toneladas de hachís. Encarcelado en un rincón del mar de Alborán, el Nauja podría haberse dado por perdido. Pero la justicia decidió cedérselo a la Sociedad Española de Cetáceos. Y esta decidió buscarle al mejor de los padrinos: Alfredo Fernández, un grovense que ha convertido el mar y sus historias en su forma de vida, y que ha hecho del Nauja todo un símbolo del mundo que podemos llegar a crear.