La arousana es la mejor atleta de España en pruebas de ultrafondo, competiciones en las que los deportistas deben correr cien kilómetros o durante veinticuatro horas
14 nov 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Cristina desborda optimismo. Rezuma optimismo. Lógico. En lo suyo, el optimismo es fundamental. Sólo con la moral muy alta se pueden afrontar retos como los que ella aborda: correr cien kilómetros, o veinticuatro horas sin parar, o seis días, que esa es su siguiente locura. Porque Cristina es atleta de ultrafondo. La mejor de España en lo suyo. Una especialidad tan olvidada que ella, a pesar de ser la número uno, no tiene ningún tipo de ayuda. Ni institucional (Xunta, Diputación o Concello) ni privada. Únicamente ha encontrado hasta ahora el apoyo de una marca de ropa deportiva que le suministra el material. Las zapatillas, alrededor de una docena gasta cada año, se las tiene que pagar de su bolsillo. Al igual que los viajes cuando acude con la selección española a un Campeonato del Mundo. Cuando son en Europa, lo puede asumir. Cuando haya que cambiar de continente, se verá obligada a renunciar.
Cristina llegó al atletismo por casualidad. Sucedió en Murcia. Hasta allí se había desplazado para aprovechar una beca que le permitía jugar al baloncesto y estudiar. Pero la canasta -era base y destacaba ya desde muy joven en las categorías inferiores del Cortegada- empezó a deprimirla más que a alegrarla. «El baloncesto me recordaba mucho a mi padre», dice. (Su padre era Miguel Ángel González, alma máter de lo que hoy es el Extrugasa y fallecido repentinamente en el 2003). Y decidió colgar las botas.
En su club decidieron hacer un nuevo intento por recuperarla para la causa de la canasta y mandaron como emisario a Alberto Meléndez. Surgió el flechazo. Un doble flechazo. El atletismo y Alberto engancharon a Cristina. No se sabe muy bien en qué orden. Probablemente a la vez.
Paso a paso, Cristina se fue metiendo en el mundillo del atletismo. «Poco a poco me di cuenta de que me estaba gustando correr, que me lo pedía el cuerpo», recuerda. Alberto pronto vio su potencial y, casi sin querer, llegó el debut. «En mi primera carrera me emocioné», recuerda.
Prima el compañerismo
La larga distancia es una disciplina especial. Entre los corredores hay la lógica rivalidad deportiva, pero prima más el compañerismo. Se animan unos a otros durante las pruebas y este ambiente especial es una de los aspectos que más le gustan a Cristina de su especialidad. «Siempre hay un respeto por el compañero porque sabes que está llevando su cuerpo al límite», apunta. Lo curioso, sobre todo para el neófito en este mundillo, es que ella disfruta más cuanto más duro es el reto. «Cuantos más kilómetros o más horas tenga la prueba, más ilusión me hace», dice. Pero claro, para llegar a la competición antes hay que entrenar mucho. Cristina está estudiando y también trabaja, claro, porque como ya quedó dicho, el atletismo le da tantas alegrías como gastos. Así que los entrenamientos son a las ocho de la mañana. Entre 130 y 160 kilómetros hace cada semana, además del obligado paso por el gimnasio. Esto implica un mínimo de dos o tres horas al día, aunque hay jornadas en las que se pueden alargar hasta las siete horas. «Lo bueno que tiene que mi entrenador sea también mi novio es que hablamos mucho sobre la preparación. No hay un programa rígido salvo cuando hay una competición cerca», explica.
El cambio de Valencia, donde residía en los últimos años, por Vilagarcía no le incomoda a la hora de entrenar por las distintas condiciones metereológicas -«ya estoy curtida», dice-pero sí por el lugar de los entrenamientos. Allí tenía un sitio perfecto a la vera del Turia donde poder rodar kilómetros y kilómetros. Aquí es mucho más complicado. A veces llega hasta A Illa o Vilanova, pero si puede prefiere evitarlo. No por la distancia, casi un paseíto para ella, si no por los acompañantes de cuatro ruedas. La mayoría de los vehículos no respetan a los corredores y ese recorrido lo suele guardar para los domingos, que es cuando hay menos tráfico.