La restauración de los frescos de San Martiño se hace sin productos químicos

La Voz

A MARIÑA

16 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Para Blanca Besteiro, la licenciada en Bellas Artes que se encarga de realizar la restauración de los frescos de la basílica de San Martiño, el hallazgo de unas pinturas románicas del Siglo XII, únicas en Galicia, escondidas tras las capas de cal de los muros del templo, ha sido el sueño de su vida.

Pacientemente, ayudada por sus compañeras Marien González, Carmen Fernández y Elva Rico, han retirado con sumo cuidado esas capas que durante siglos ocultaron las magníficas policromías. El trabajo que realizan es de auténtica paciencia. La importancia del hallazgo requiere el máximo cuidado y con esa máxima trabajan. Según explicó, realizan el proceso de forma manual y sin utilizar absolutamente ningún producto químico. Haberse valido de ellos seguramente hubiera facilitado la labor, pero también habrían corrido riesgos de dañar las pinturas, alterando sus cualidades ópticas y materiales. Unas pinturas que, además, están ya bastante deterioradas en algunas zonas debido al paso del tiempo, a las inclemencias climatológicas o al poco cuidado que en ese largo período pusieron alguno de los obreros que pasaron por el lugar. En este aspecto, señala Besteiro que se nota perfectamente cuando el deterioro se debe a algún arazaño que se le infligió a la pared o a la acción de la humedad o al desgaste natural.

Pese a todo y teniendo en cuenta que en el Siglo XIX el edificio estuvo sin techo durante cinco años, resulta un verdadero milagro, por así decir, que se hubieran conservado con tal calidad los frescos situados en la parte más elevada de la basílica que son, curiosamente, los de mayor importancia del conjunto.

En algunas zonas presentan una gran cantidad de pequeños agujeritos que este equipo tiene que rellenar, intentando igualarlos con el resto del conjunto. A la hora de trabajar, indica, es muy necesario no inventarse nada. Si una línea recorre una zona y falta un trozo, se puede reponer porque se conoce lo que había allí, pero si falta cualquier elemento cuya forma, color, etcétera se desconoce, no se puede de ninguna manera restituir; a lo sumo, se echa mano del rigattino , como denominan a la técnica que consiste en realizar un rayado que ayude a facilitar la lectura iconográfica del conjunto, permitiendo diferenciar lo que aporta el restaurador del original.

En resumen, que es una labor complicada, metódica, cuidadosa y, sobre todo, apasionante. Mirar frente a frente el trabajo de aquellos maestros que trabajaron por el año 1000, tocar sus trazados, es todo un privilegio, tanto para el que tiene la responsabilidad de recuperarlos como para todos los que en un futuro, cuando los trabajos terminen, puedan acudir a la basílica a contemplarlos y disfrutar del arte.