Volver

Judea Pearl El padre de la Inteligencia artificial «Los robots hablarán entre ellos, tendrán voluntad propia, deseos... No sé qué le sorprende de esto»

Ha revolucionado la inteligencia artificial y ahora está dispuesto a revolucionar nuestras vidas. Este ingeniero computacional y filósofo ha sentado las bases matemáticas para que los robots piensen y sientan como los humanos y no solo acumulen datos. Por sus hallazgos acaba de recibir el premio BBVA fronteras del conocimiento.

Por Ana Tagarro | Foto: Mónica Almeida

Sábado, 23 de Abril 2022

Tiempo de lectura: 10 min

Tiene un currículum apabullante. El Premio Turing –el Nobel de las matemáticas–, doctorado en Ingeniería, máster en Física, galardones en Psicología, Estadística y Filosofía y, ahora, el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Comunicación. Y, por si fuera poco, es un dotado pianista. Judea Pearl, sin embargo, prefiere definirse como poeta. Al fin y al cabo hace metáforas con ecuaciones. En los ochenta desarrolló un lenguaje matemático, las redes bayesianas, imprescindibles hoy en cualquier ordenador, pero ahora, a sus 85 años, se declara 'apóstata' de la inteligencia artificial. ¿Por qué? Pues precisamente por ese porqué. No es un juego de palabras. Es que Pearl afirma que mientras no enseñemos a las máquinas a comprender las relaciones causa-efecto, en sus muy complejas variantes, no pensarán como nosotros. Y él sabe cómo lograrlo. Nos lo explica desde su casa en Los Ángeles. Allí, en la Universidad de California, sigue siendo profesor. Tan lúcido como aquel joven israelí, formado en una pequeña ciudad bíblica, que llegó a la soleada California hace 60 años.


XLSemanal. Su objetivo es construir máquinas con un nivel de inteligencia humano, que piensen como nosotros. 

Judea Pearl. Sí, porque hasta ahora no hemos hecho máquinas que 'piensen'. Solo simulan algunos aspectos del pensamiento humano.

«Entre humanos y máquinas, solo el 'hardware' es diferente; el 'software' es el mismo. Quizá puede haber una diferencia: el miedo a la muerte. Pero no sé...»

XL. Y, para hacer máquinas que piensen, sostiene que tienen que pensar en causas y efectos, preguntarse 'por qué'. 

J.P. Sí, pero hay niveles. Es lo que llamamos 'la escalera de la causalidad'. Las máquinas actuales solo crean asociaciones entre lo que fue observado antes y lo que será observado en el futuro. Es lo que permite a las águilas o las serpientes cazar a su presa. Saben dónde estará el ratón en cinco segundos.

XL. Pero no es suficiente…

J.P. No. Hay dos niveles por encima en esa escalera que las máquinas no hacen. Uno es predecir acciones que no se han llevado a cabo nunca antes en las mismas condiciones.

alternative text
Mekakushi

XL. Pero hay más…

J.P. El siguiente paso es el de la retrospección. Por ejemplo: he tomado una aspirina y mi jaqueca se ha ido. ¿La aspirina me ha quitado el dolor o ha sido la buena noticia que me dio mi mujer cuando la tomé? Pensar en esta línea: si un evento hubiera tenido lugar si otro evento en el pasado no hubiera ocurrido. Por ahora, esto solo lo hacemos los humanos.

XL. Porque hasta ahora esa forma de pensar no se podía traducir en fórmulas matemáticas, pero ya sí, gracias a usted...

J.P. Sí, ahora tenemos herramientas matemáticas que nos permiten razonar en los tres niveles. Solo falta aplicarlos a la inteligencia artificial.

XL. Permítame aclarar lo que ha dicho; significa que usted traduce a ecuaciones la imaginación, la responsabilidad y hasta la culpa…

J.P. Sí, correcto.

XL. Correcto y alucinante, ¿no? Los robots van a poder imaginar cosas que no existen. Y usted mismo dice que esa capacidad ha sido clave para el dominio del ser humano sobre el resto de las especies. ¿Ahora las máquinas van a hacerlo?

J.P. Correcto, totalmente. Los humanos creamos ese 'mercado de promesas', convencer a alguien de que haga algo a cambio de una promesa de futuro. Y las máquinas van a poder hacerlo.

«Creamos robots por lo mismo que tenemos hijos. Para replicarnos a nosotros mismos. Y los criamos en la esperanza de que tengan nuestros valores. Y la mayoría de las veces sale bien»

XL. Afirma usted con soltura, por ejemplo, que los robots jugarán al fútbol y dirán cosas como «tendrías que haberme pasado el balón antes».

J.P. Sí, claro, y el fútbol será mucho mejor. Los robots se comunicarán como los humanos. Tendrán voluntad propia, deseos... Me sorprende que le sorprenda esto [ríe].

XL. Lo que me sorprende es la naturalidad con la que usted habla de estas máquinas tan 'humanas'…

J.P. Mire, yo llevo en esto de la inteligencia artificial más de 50 años. Crecí teniendo claro que cualquier cosa que nosotros podamos hacer las máquinas serán capaces de hacerlo. No veo ningún impedimento, ninguno.

XL. Pero, entonces, ¿qué nos diferencia de las máquinas?

J.P. Que nosotros estamos hechos de materia orgánica y las máquinas, de silicio. El hardware es diferente, pero el software es el mismo.

«La inteligencia artificial tiene el potencial de ser aterradora y el potencial de ser extremadamente conveniente. Por ahora, solo es 'nueva'. Es demasiado pronto para legislar»

XL. Poca diferencia...

J.P. Quizá puede haber una diferencia: el miedo a la muerte. Pero no estoy seguro de que eso haga una gran diferencia, quizá.

XL. ¿Y enamorarse?

J.P. Las máquinas pueden enamorarse. Marvin Minsky tiene todo un libro sobre las emociones de las máquinas, The emotion machine, es de hace años…

XL. Da un poco de miedo…

J.P. No es para dar miedo, es que es nuevo. Tiene el potencial de ser aterrador y el potencial de ser extremadamente conveniente. Por ahora, solo es 'nuevo'.

XL. ¿Las máquinas podrán distinguir el bien del mal?

J.P. Sí, con la misma fiabilidad que los seres humanos; puede que incluso más. La analogía que a mí me gusta es la de nuestros hijos. Creemos que van a pensar como nosotros, los criamos con la esperanza de que inculcaremos en ellos nuestros valores. Y, con todo, existe el riesgo de que mi hijo resulte un Putin cualquiera. Pero todos pasamos por el proceso de criar a nuestros hijos en la esperanza de que adquirirán nuestros valores. Y suele funcionar bien...

alternative text
Album de familia. Judea Pearl, en varias fotos familiares: el día de su boda con Ruth, en la celebración del Bar Mitzvah de su hijo Daniel, y un retrato de los años 60. Su esposa, fallecida el año pasado, era también una brillante matemática y desarrolladora de software, de nacionalidad israelí y estadounidense, pero nacida y criada en Bagdad, Irak. Se conocieron en la universidad Technion en Israel y nunca se separaron.

XL. Pero ¿hay alguien trabajando en las bases éticas y morales de esa inteligencia artificial?

J.P. Mucha gente, sí. Pero creo que es demasiado pronto para legislar.

XL. Yo diría que es tarde…

J.P. Tenemos una nueva especie de máquina. Tenemos que observarla porque todavía no sabemos cómo va a evolucionar. Y no podemos legislar desde el miedo, desde los miedos infundados.

XL. Pero usted mismo cuenta que los creadores de una inteligencia artificial de gran éxito, el AlphaGo de DeepMind, no saben por qué es tan eficaz, que ellos mismos no 'controlan' su creación… 

J.P. Correcto. Pero mire: nosotros tampoco sabemos cómo funciona la mente humana. Tampoco sabemos cómo nuestros hijos desarrollarán su mente y, aun así, confiamos en ellos. ¿Y sabe por qué? Porque funcionan como nosotros. Y pensamos: probablemente piense como yo. Y así ocurrirá con las máquinas.

XL. Pero luego los hijos salen como quieren… Aunque usted defiende que el libre albedrío es «una ilusión». ¡Y nosotros creyendo que decidíamos algo! Qué decepción…

J.P. Para usted es una decepción, para mí es un gran consuelo. Desde Aristóteles y Maimónides, los filósofos piensan cómo reconciliar la idea de Dios con el libre albedrío. Un Dios que predice el futuro, que sabe qué es bueno y qué malo y que, sin embargo, nos castiga por hacer cosas que él nos ha programado para hacer. Este es un terrible problema ético que no podíamos resolver.

XL. ¿Y usted lo va a resolver con inteligencia artificial?

J.P. Claro, porque la primera premisa es que no hay libre albedrío. Tenemos la ilusión de que estamos al mando cuando decidimos, pero no es así. La decisión se ha tomado en el cerebro antes. Son nuestras neuronas las que dicen cómo tenemos que actuar, las que por excitación o nerviosismo me hacen mover la mano o rascarme la nariz. Es determinista y no hay una fuerza divina detrás de ello.

«Llevaremos implantes e interactuarán con los de otras personas. Da miedo, ¿eh? (Ríe). Pero todos tenemos ya implantes: se llaman 'lenguaje', 'cultura'… nacemos con ellos»

XL. ¿Qué podemos hacer para que las matemáticas se enseñen o se aprendan mejor?

J.P. Eso mismo me preguntó Bill Gates. Y busqué en mi propia educación. Yo tuve la suerte de tener excelentes profesores, judíos alemanes que llegaban a Tel Aviv huyendo del régimen nazi. Ellos impartían la ciencia y las matemáticas cronológicamente, no lógicamente. Cuando nos hablaban de Arquímedes, de cómo saltó de la bañera y salió gritando «¡eureka, eureka!», nos implicábamos. La base de nuestra inteligencia son las historias, el relato, porque conectan a la gente. Las historias hacen historia. Es más fácil implantar ideas abstractas, como las matemáticas, a través de historias, de narraciones.

XL. ¿Y qué me dice sobre la filosofía, que ahora está siendo relegada en la educación?

J.P. Es terrible. La filosofía es muy importante. Nos conecta con al menos 80 generaciones de pensadores. Crea un lenguaje común, construye civilización.

XL. Pero no es útil para encontrar un empleo… o eso dicen. Y se da prioridad a las ingenierías que hacen esos robots que, precisamente, nos van a quitar el trabajo…

J.P. Sí, eso ya está ocurriendo. Y va a pasar más. Esto tiene dos aspectos: uno, cómo vamos a sentirnos útiles cuando no tengamos un trabajo. El otro, de qué vamos a vivir, cómo conseguimos un salario. El segundo es cuestión de economía y gestión. No tengo una solución para eso. Pero la hay. La habrá.

XL. ¿Y para el primero?

J.P. Podemos resolverlo. Yo tengo 85 años, soy inútil y encuentro alegría cada hora del día.

XL. [Risas]. Usted no es para nada inútil y lo sabe.

J.P. Mire, casi todo es ilusorio. Vivo con la ilusión de la respuesta de mi entorno, de mis hijos, mis estudiantes. Si doy una clase, me siento feliz porque tengo la ilusión de que a alguien le beneficia. Es posible crear ilusiones. Uno se las crea a sí mismo.

«La base de nuestra inteligencia son las historias, el relato, porque conectan a la gente. Las historias hacen historia. Es más fácil implantar ideas abstractas, como las matemáticas, a través de narraciones»

XL. Hablábamos antes del bien y el mal. Usted ha sufrido el mal de una forma inimaginable, cuando asesinaron a su hijo (véase el recuadro); ahora hay una guerra… ¿Pueden las máquinas cambiar eso, hacernos mejores?

J.P. No tengo la respuesta. Pero quizá, cuando implementemos en las máquinas la empatía o el arrepentimiento, entenderemos cómo se forman en nosotros y podamos ser algo mejores.

XL. Y qué opina de incorporar la tecnología a nuestro cuerpo. Ser transhumamos…

J.P. No veo ningún impedimento a eso. Llevaremos implantes e interactuarán con implantes de otras personas u otros agentes.

XL. ¿A usted le gustaría llevar un implante en el cerebro? 

J.P. Da miedo, ¿eh? [Ríe]. Yo ya tengo un implante. Todos tenemos: se llaman 'lenguaje', 'cultura'… nacemos con ellos. Pero, como estamos acostumbrados a ellos, no nos sorprenden.

XL. ¿Pero por qué se empeñan ustedes en hacer máquinas más listas que nosotros?

J.P. Porque estamos intentando replicarnos y amplificarnos a nosotros mismos.

XL. ¿Para qué?

J.P. Por lo mismo que tenemos hijos.

XL. Le 'compro' el símil, pero creábamos máquinas para ayudarnos; ahora nos reemplazan.

J.P. No, no. Creamos máquinas para que nos ayuden. Nos reemplazarán, sí. Pero crearlas, las creamos para que nos ayuden [ríe]. Aunque nos superarán.

XL. ¿Hay una fórmula matemática para la justicia? 

J.P. Tiene que haberla. Así no habría ambigüedad y ningún dictador podría decirnos lo que es justo. Para combatir a un Putin, se necesitarían más matemáticas.

«Yo no hago predicciones, pero el futuro va a ser totalmente distinto, una revolución. Soy optimista, aunque no sé a dónde nos llevará»

XL. Tiene un montón de libros antiguos.

J.P. Los colecciono. Tengo una primera edición de Galileo [la coge].

XL. Usted viaja en el tiempo. Va de esos libros a la inteligencia artificial. No puedo evitar preguntarle, aunque ya me dijo que no lo hiciera, cómo ve el mundo en 10 o 20 años…

J.P. [Ríe]. Yo no hago predicciones. Pero va a ser totalmente diferente, una revolución. No sé a dónde nos llevará, pero soy optimista. Aunque es triste que mis nietos ya no disfruten, por ejemplo, leyendo mis libros antiguos. El gap cultural entre generaciones va a aumentar. Y eso me preocupa. Porque van a perder toda esa sabiduría que transmitimos de padres a hijos.

XL. ¡Y lo dice usted, que está haciendo robots pensantes!

J.P. Sí, pero yo hago máquinas que piensan para entender cómo pensamos nosotros.

XL. ¿Cuál es el consejo para los jóvenes aún 'rescatables'?

J.P. Leed historia.

XL. ¿Leer? Es usted demasiado optimista…

J.P. Vale, pues que vean documentales. Sobre las civilizaciones, la evolución, cómo hemos llegado a ser como somos. ¡Sed curiosos! Ese es mi consejo: intentad entender las cosas por vosotros mismos.


DANIEL PEARL

El drama de que retransmitan el asesinato de tu hijo

alternative text

El hijo de Judea Pearl, Daniel, reportero de The Wall Street Journal, fue secuestrado y asesinado en Pakistán por un grupo yihadista en febrero de 2002. Sus captores, que iniciaban un camino de terror que luego seguiría el Estado Islámico, difundieron un vídeo en el que mostraban su decapitación. La esposa de Daniel, Marianne Pearl, estaba embarazada entonces. La terrible tragedia no logró minar los principios de la familia Pearl. Crearon una fundación que lleva el nombre de Daniel para fomentar «el entendimiento entre culturas a través del periodismo, la música y la comunicación innovadora». Judea dice que la fundación recoge el espíritu de su hijo, para quien «un extraño era objeto de curiosidad, no de temor».

Organizan conciertos porque Daniel era, además, un talentoso violinista, pero sobre todo están centrados en apoyar iniciativas periodísticas y educativas; muchas de ellas, en Pakistán. Judea y su esposa, Ruth (fallecida el año pasado), tienen otras dos hijas. El hijo de Daniel, Adam Pearl, nació en París tres meses después del asesinato de su padre.