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Tiempo de moverse

'Mi manifiesto verde', por Bill Gates

Gurú de la innovación, Bill Gates ha apostado por la tecnología para resolver casi todos los problemas, desde la comunicación en sus inicios en Microsoft hasta la salud en sus proyectos humanitarios. Ahora, su mayor interés es el cambio climático, para el que también tiene soluciones disruptivas. Él mismo nos las cuenta en este artículo.

Imagen: Gates Ventures

Viernes, 03 de Febrero 2023, 09:10h

Tiempo de lectura: 15 min

Cada vez que hablo con alguien sobre el cambio climático, la pregunta más frecuente que me hacen es: «¿Y yo cómo puedo ayudar?». A veces la formula un particular que sencillamente quiere saber si haría bien en dejar de comprar pajitas de plástico para los refrescos. (Respuesta: no sirve de mucho en relación con el cambio climático, pero sí es bueno para el medioambiente por otras razones). Sin embargo, con idéntica frecuencia, quien pregunta es alguien cuyo trabajo tiene mayor repercusión. Puede tratarse de un alto directivo que quiere saber: «¿Y la compañía para la que yo trabajo qué puede hacer al respecto? ¿Qué paso significativo puede dar en este sentido?».

Por desgracia, ni siquiera los más acérrimos defensores de la necesidad de combatir el cambio climático están en disposición de dar unas respuestas satisfactorias. Pero el hecho es que las empresas pueden tomar unas cuantas medidas objetivamente beneficiosas para el clima del planeta. Unas medidas que no siempre resultan fáciles, todo hay que decirlo. Si queremos evitar un desastre climático, es preciso hacer negocios de otra forma, tener la valentía necesaria para asumir unos riesgos que pocos consejeros delegados están acostumbrados a asumir… Unos riesgos que los inversores no suelen recompensar.

Son las conclusiones a las que he llegado después de muchos años. Cuando empecé a interesarme por el cambio climático, no lo hice porque fuera un ecologista, sino como un activista en pro del desarrollo económico y la mejora de las condiciones sanitarias en el mundo entero.

«Los combustibles fósiles son una competencia despiadada frente a los ecológicos. Hemos pasado décadas construyendo la infraestructura necesaria para extraerlos, procesarlos y transportarlos»

Desde comienzos de la década de 2000, Melinda y yo hemos estado subvencionando iniciativas destinadas a mejorar la sanidad y combatir la pobreza en diversos países con nivel de renta medio o bajo. Por mi parte solía visitarlos unas cuantas veces al año para ver el trabajo en el terreno. Muchas veces llegaba en vuelo nocturno a uno de estos países y me quedaba atónito al contemplar lo inmenso de la oscuridad que lo envolvía. Me enteré de que mil millones de seres humanos carecían de suministro eléctrico fiable. Cerca de la mitad de ellos vivía en el África subsahariana (la cifra global hoy es de unos 860 millones de personas).

Quedaba claro que sería virtualmente imposible reducir las enfermedades y la pobreza de forma significativa mientras más de una entre diez personas del planeta no tuviera acceso regular a los incontables beneficios proporcionados por la energía -iluminación de escuelas y centros de salud, transporte del hogar al trabajo y viceversa, abonos para las cosechas, incluso aire acondicionado- para soportar las temperaturas en ascenso.

Pero el disfrute de una forma moderna de vida depende de los combustibles fósiles. Y el problema es elemental: no podemos permitirnos seguir emitiendo más y más gases de invernadero. De hecho, tenemos que dejar de emitirlos por completo, y hacia 2050 a lo más tardar. El clima viene a ser como una bañera que poco a poco está llenándose de agua. Incluso si reducimos el flujo de agua a un goteo, la bañera terminará por llenarse del todo, con el resultado de que el agua rebosará por los bordes e irá encharcando el suelo. Para evitar que las temperaturas sigan en ascenso, para evitar el desastre, tenemos que cerrar el grifo por completo. Hemos de poner fin las emisiones de gases de efecto invernadero, reducirlas a cero.

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Alemania. Mina de carbón en Renania del Norte./ Gates Ventures.

Acabo de escribir un libro en el que propongo un plan práctico destinado a eliminar dichas emisiones por medio del desarrollo y la utilización de las herramientas necesarias para conseguirlo. Soy optimista y creo que podemos lograrlo, pero es necesario un fuerte compromiso por parte de los únicos grupos capaces de operar a escala global: los gobiernos nacionales, las organizaciones no gubernamentales y las empresas del sector privado.

¿Hasta qué punto resulta difícil? Mientras escribía How to avoid a climate disaster (‘Cómo evitar un desastre climático’), se me ocurrió una forma de responder a esta cuestión. Es lo que yo llamo green premiums (‘primas verdes’), las diferencias en coste entre realizar una actividad fiándolo todo a los combustibles fósiles y llevar a cabo esa misma actividad de forma limpia, sin generar emisiones.

Las primas verdes nos indican qué coste tendrá reducir las emisiones a cero en todos los sectores de la economía que tienen que ver con los combustibles fósiles, incluyendo la producción de electricidad, la manufacturación, la agricultura, el transporte y la calefacción y refrigeración. Con la ayuda de estas primas verdes podemos ver qué herramientas para la reducción de las emisiones a cero son de utilidad práctica actualmente y qué otras herramientas es necesario mejorar o inventar.

«Un solo litro de petróleo contiene tanta energía como 34 cartuchos de dinamita. Casi ninguna otra alternativa ecológica hace gala de semejante poderío energético»

En el curso de mi investigación, me he llevado unas cuantas sorpresas esperanzadoras. Por poner un ejemplo, en Estados Unidos, la implantación de una red eléctrica sostenible a partir de las actuales tecnologías (eólica, solar, hidráulica y nuclear) incrementaría los precios de la electricidad en torno a un 15 por ciento sobre las tarifas actuales. Lo que supone un aumento relativamente accesible para muchas personas –algo así como 18 dólares al mes–, si bien tendríamos que hacer lo posible para que las familias con bajos ingresos no se vieran obligadas a asumirlo. En Europa –continente con abundantes fuentes de energías renovables–, la situación es parecida.

Por desgracia, en muchos países no hay tanto viento y luz solar como en Estados Unidos y en Europa. En estas naciones, los sobreprecios ecológicos de la electricidad serán bastante más elevados, lo que obligará a recurrir a la innovación para cubrir tal diferencia.

De hecho, los sobreprecios ecológicos relativamente bajos de la electricidad en Estados Unidos y Europa son la excepción, que no la norma. En lo tocante a la gran mayoría de las actividades causantes de emisiones –desde la fabricación de cemento y acero hasta el vuelo de los aviones–, no contamos con alternativas ecológicas ni remotamente tan baratas como sus equivalentes convencionales.

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Nigeria. Vertido de petróleo. Delta del Níger./ Gates Ventures.

Por ejemplo, los buques de carga consumen un combustible que sale a cerca de 1,29 dólares el galón en Estados Unidos (1 galón estadounidense equivale a 3,79 litros). Las alternativas verdes a este combustible cuestan entre 5,50 y 9,05 dólares el galón, dependiendo de su proceso de elaboración. Estamos hablando de un aumento de entre el 300 y el 600 por ciento. Ninguna compañía naviera va a incrementar sus gastos en combustible de forma tan descomunal, no de forma voluntaria por lo menos.

¿Por qué casi todas las primas verdes salen tan caras? Por la competencia despiadada que ofrecen sus equivalentes contaminantes. Los combustibles fósiles están al alcance de la mano, y nos hemos pasado décadas construyendo la infraestructura necesaria para extraerlos, procesarlos y transportarlos por el mundo entero. Además, sus precios no reflejan los daños que causan a las personas o al medioambiente. Y sirven para lo que sirven de un modo muy eficiente. Un solo litro de petróleo, por ejemplo, contiene tanta energía como 34 cartuchos de dinamita. Casi ninguna otra alternativa ecológica hace gala de semejante poderío energético. Motivo por el que necesitamos innovar en el sector de la energía. La tecnología verde ha de ser lo bastante barata como para que todo el mundo la adopte.

«Como no contamos con estructuras que ejerzan verdadero impacto, muchas veces se hacen cosas que resultan aparentes pero que no terminan de ayudar a resolver el problema. Plantan árboles, por ejemplo»

Es difícil exagerar en lo referente a la envergadura de este problema. El de la energía es un negocio que factura cinco millones de millones de dólares al año (cinco billones españoles) y resulta poco proclive a las transformaciones rápidas. Hace falta tiempo para conseguir los cambios necesarios, en la escala exigida, por lo que tenemos que ponernos a trabajar cuanto antes en el establecimiento de las políticas, tecnologías y estructuras de mercado que los harán posibles.

Lo más positivo es que las organizaciones más indicadas para liderar estos cambios –las  corporaciones privadas y los gobiernos nacionales– se muestran crecientemente dispuestas a hacerlo. El factor negativo: ahora mismo no contamos con las estructuras necesarias para que ejerzan verdadero impacto en este sentido, por lo que muchas veces hacen cosas que resultan aparentes, pero no terminan de ayudar a resolver el problema.

Plantan árboles, por ejemplo. Lo que parece ser una solución sencilla y adecuada, y a todos nos gusta –porque los árboles nos gustan–, pero el hecho es que se exagera al hablar de sus beneficios en relación con el cambio climático. Es verdad que los árboles absorben algo de carbono, pero ni de lejos absorben el suficiente para contrarrestar los perjuicios causados por nuestra moderna forma de vida. A fin de absorber las emisiones generadas en el curso de sus vidas por los estadounidenses actuales –nada más que el 4 por ciento de la población mundial—, sería necesario plantar árboles (y asegurar su mantenimiento permanente) en más de 6,5 mil millones de hectáreas, más o menos la mitad de la superficie terrestre total.

Sin embargo, para un dirigente empresarial deseoso de publicitar su compromiso con la lucha contra el cambio climático, plantar árboles es una solución interesante. Tampoco hay que culparlo por ello. Es una simple muestra de que el mundo no le brinda los medios precisos para hacer algo que resulte más efectivo.

¿Y qué se puede hacer que resulte más efectivo? Hay cuatro ámbitos en los que las empresas privadas pueden cambiar las cosas de verdad. No todos ellos son de aplicación para cada compañía, pero este listado incluye aspectos de interés para la mayoría de ellas.

El primero de estos ámbitos tiene que ver con la aportación de capital para reducir los sobrecostes ecológicos. En el caso de determinados productos –como los automóviles de tracción eléctrica, solar y eólica–, las primas verdes (el sobrecoste de una producción ecológica) ya son bastantes reducidas, pero es de esperar que bajen más todavía si otras compañías los asumen. En otros casos –como el acero bajo en carbono o los combustibles de los aviones y los navíos–, los sobrecostes ecológicos resultan prohibitivos. Son los sectores en los que tenemos que poner más dinero y más esfuerzo.

En la práctica, esto significa que las compañías han de estar dispuestas a financiar soluciones innovadoras que reduzcan las emisiones de carbono allí donde los sobreprecios verdes son más elevados. Los inversores, por ejemplo, pueden reducir el coste del capital necesario para desarrollar estas tecnologías y facilitar su financiación antes de pasar a la fase de los proyectos de demostración a gran escala.

En algunos casos, los inversores han de estar dispuestos a conformarse con unos dividendos menores. Lo que es arriesgado de por sí: yo mismo he perdido más dinero financiando compañías de baterías eléctricas del que creía posible perder. Pero la práctica de aunar recursos e invertir juntos, y no de forma aislada, reducirá el riesgo que corre un inversor individual. Al proporcionar capital a bajo coste y hacer otras concesiones financieras en las distintas fases del desarrollo de una tecnología, facilitarás que los innovadores con talento sorteen los obstáculos existentes en el camino que va de la idea de laboratorio hasta la aceptación por parte del mercado. También puedes apadrinar a los emprendedores de las energías ‘limpias’, patrocinar proyectos piloto e invertir dinero en fondos innovadores que otorguen prioridad al impacto ejercido sobre el clima.

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China. Postes para señalización en Dongying./ Gates Ventures.

El segundo ámbito en el que tu compañía puede hacer algo útil tiene que ver con los productos adquiridos por ella. Si tu empresa utiliza una gran flota de furgonetas, por poner un ejemplo, en tu mano está tomar la decisión de comprar vehículos eléctricos. Con ello no solo reducirás de forma considerable las emisiones generadas por tu compañía, sino que también enviarás un mensaje a los fabricantes automovilísticos: el mensaje de que el mercado para los vehículos eléctricos es cada vez mayor. Lo que a su vez alentará la competencia, con las subsiguientes bajadas de precios. Los pedidos empresariales también son una forma excelente de facilitar el establecimiento de mercados para otros productos adicionales, como los combustibles hidrogénicos y alternativas más ecológicas al acero y el cemento.

Otro ejemplo de la utilización de pedidos empresariales para reducir los sobrecostes ecológicos relacionado con el transporte aéreo: tu compañía puede compensar las emisiones provocadas por los viajes de los empleados mediante el canje de millas de vuelo por combustible de aviación sostenible. Lo que crea demanda de combustibles limpios, fomentando la innovación en el sector, y lleva a que tu empresa tome decisiones de negocio teniendo en cuenta las emisiones generadas por los viajes del personal. El año pasado, Microsoft y Alaska Airlines cerraron un acuerdo de este tipo en relación con ciertas rutas. Otras corporaciones están poniendo un precio al carbono emitido por todas sus divisiones, lo que obliga a cada una de ellas a tener muy en cuenta las emisiones que causan. El grupo Swiss Re hace poco impuso un coste de 100 dólares por tonelada generada por cada una de sus divisiones.

«Para combatir el cambio climático con algo más que palabrería, los consejeros delegados han de tener el valor de asumir costes a corto plazo, y los inversores y miembros del consejo deben hacer gala de la paciencia necesaria para reconocer dicha valentía»

Hay muchos otros ejemplos de empresas que están obteniendo resultados mensurables mediante la financiación de tecnologías incipientes que reducen o compensan las emisiones. Algunas de ellas, como Stripe, respaldan la denominada ‘captura de carbono’, una tecnología prometedora que necesita de inversores para crecer. A través del proyecto Hybrit, ciertos fabricantes de acero están integrando el hidrógeno limpio en sus métodos de producción. Y las compañías de servicios públicos están adoptando soluciones de almacenamiento duradero para la electricidad limpia, como Great River Energy hizo hace poco con Form Energy.

El tercer ámbito lo constituye la expansión de la investigación y el desarrollo. Un ejemplo lo ofrece Impossible Foods, una de las principales empresas productoras de carnes de origen vegetal, en la que fui temprano inversor. (El ganado es uno de los primeros productores de metano, un gas de efecto invernadero). En 2020, Impossible Foods hizo pública su intención de duplicar el número de empleados dedicados a investigación y desarrollo, con el objetivo de reducir el precio de sus hamburguesas y ampliar la cuota de mercado. En marzo pasado, sus productos estaban a la venta en 150 comercios de alimentación. Hoy lo están en más de 15.000.

El último ámbito en el que puedes ayudar a reducir los sobrecostes verdes es la intervención pública en defensa de la toma de medidas políticas. Puedes dejar claro que los gobiernos están obligados a invertir en investigación y desarrollo de energías sostenibles, a incentivar al sector privado a innovar en este sector, a favorecer la competitividad de las energías sostenibles mediante el establecimiento de tasas sobre el carbono o de unos mínimos cupos para la utilización de energías sostenibles.

El trabajo en estos cuatro ámbitos no siempre será fácil. Si el banco para el que trabajas presta dinero a una empresa que después entra en quiebra, la cuenta de resultados se verá afectada de forma negativa. Si asignas a tus mejores investigadores un proyecto de energía sostenible, existe el riesgo de que acaben por encontrarse ante un callejón sin salida. El tiempo que dediques a hablar con un político sobre medidas relacionadas con el clima será un tiempo que bien podrías dedicar a tu actividad principal de negocio.

Pero esos son unos costes a corto plazo exigibles a toda figura de los negocios que de verdad quiera combatir el cambio climático con algo más que simple palabrería. Los consejeros delegados han de tener el valor de asumir estos costes, y los inversores y miembros del consejo deben hacer gala de la paciencia necesaria para reconocer dicha valentía. Por lo demás, a largo plazo, estos pasos sin duda arriesgados serán buenos para el negocio. Las primas verdes terminarán por atenuarse, y los consumidores tendrán presente qué compañías se comprometieron de verdad con la lucha destinada a evitar un desastre climático.

Como es natural, los gobiernos también están obligados a desempeñar un papel fundamental. Al igual que los dirigentes empresariales que se toman el problema en serio, los gobernantes han de tener en cuenta el factor del cambio climático a la hora de tomar decisiones. Por ejemplo, han de incrementar la financiación de la investigación y desarrollo de las energías sostenibles, y deben incrementarla de forma drástica. En el caso estadounidense haría falta quintuplicar dicha financiación para que la investigación de la energía sostenible se situara a la par que la de la investigación médica realizada con fondos gubernamentales. Las subvenciones en tal alto grado dejarían patente que los gobiernos efectivamente están empeñados en resolver los peores problemas vinculados al clima.

«Los gobiernos tendrían que incrementar las ventajas fiscales para las tecnologías que necesitamos desarrollar y encarecer del coste de la emisión de gases de efecto invernadero por medio de penalizaciones económicas sobre el carbono»

Los gobiernos nacionales también tendrían que hacer uso de su capacidad para efectuar pedidos masivos a fin de reforzar la demanda de productos con emisiones bajas o de nivel cero. Los gobiernos compran productos en enormes cantidades, ya estemos hablando de aviones o de material de oficina, y son unos clientes particularmente relevantes en muchos de los sectores en los que más difícil resulta erradicar el carbono, como los del cemento y el acero. La decisión de hacer importantes pedidos de productos sostenibles transmitiría una clara señal a los mercados, poniendo de relieve la existencia de demanda para tales productos.

Los gobiernos, asimismo, tendrían que poner fin a aquellas políticas ineficientes que ponen palos en las ruedas de las nuevas tecnologías. Y tendrían que brindar igualdad de oportunidades a la tecnología sostenible mediante la adopción de políticas tales como el establecimiento de unos niveles mínimos de energía sostenible, el incremento de ventajas fiscales para las tecnologías que necesitamos desarrollar y el encarecimiento del coste de la emisión de gases de efecto invernadero por medio de penalizaciones económicas sobre el carbono.

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Kenia. Reciclaje de plásticos en Nairobi./ Gates Ventures.

Por último, los que podemos poner nuestro grano de arena de forma relevante también estamos obligados a dar ejemplo. Como responsable que soy de una notable huella de carbono, me he propuesto encontrar las formas más efectivas de reducir las emisiones generadas por mi propia familia. Estoy comprando todo el combustible sostenible necesario para compensar las emisiones producidas por los viajes en avión que mis familiares y yo realizamos. También estoy adquiriendo compensaciones por medio de una compañía especializada en la captura del aire, al tiempo que respaldo una organización sin ánimo de lucro que instala sistemas de mejora energética en viviendas para personas con pocos recursos en Chicago.

Las iniciativas de este tipo me parecen efectivas, pero su precio desmesurado impide que sean adoptadas de forma masiva. La mayoría de los programas de compensación energética tiene un coste de unos 10 dólares por tonelada de carbono que se evita. Por mi parte estoy pagando unos 400 dólares por tonelada. Necesitamos contar con programas que permitan que millones y millones de personas aporten su contribución –lo que redundará en la disminución del coste por tonelada– y dediquen sus recursos a financiar aquellas innovaciones que resulten ser más eficientes. Estoy trabajando con varios asociados en la creación de un programa de este tipo.

La experiencia me dice que es raro que exista una causa a la que el mundo entero quiera sumarse. Estoy acostumbrado a trabajar en la mejora de la sanidad a escala global, un ámbito en el que a veces es necesario recordar a gobiernos nacionales y empresas privadas que tienen determinadas obligaciones.

No es lo que sucede con el cambio climático. Las personas del mundo entero, de toda condición social, ansían hacer algo al respecto. Ahora, después de años de incertidumbre, por fin empezamos a ver que los dirigentes empresariales comienzan a actuar en serio. Que tienen la valentía necesaria para asumir riesgos.

Las imágenes que ilustran este artículo proceden de The Anthropocene Project, una colaboración entre el fotógrafo Edward Burtynsky y los cineastas Nicholas de Pencier y Jennifer Baichwal. Se exponen en el Tekniska Museet de Estocolmo hasta el 31 de agosto.

Bill Gates/ 2021/ Publicado con la autorización de Financial Times. Traducción: XLSemanal.