Por qué no detenemos el drama de la inmigración
Opinión
23 Apr 2015. Actualizado a las 05:00 h.
Los movimientos que siembran de cadáveres el Mediterráneo, que en África revisten forma de emigración necesaria y en Europa de inmigración ilegal, tienen tres causas fundamentales: la miseria, las guerras de todo tipo y condición -desde conflictos de universales hasta matanzas tribales-, y el grave desorden político que hace imposibles los controles en origen. Y por eso cabe temer que la gente seguirá cruzando el mar en todo tipo de artilugios hasta que la acumulación de cadáveres les permita pasar a pie sobre las calaveras.
Europa podría impulsar el desarrollo del Norte de África y disminuir la presión sobre el territorio de la UE, pero no quiere. No quieren los Gobiernos y las instituciones europeas, porque piensan que nuestro modelo de vida y desarrollo no se puede compartir. Tampoco queremos los ciudadanos, a los que nos es suficiente la caída de un punto del PIB para levantar grandes oleadas de indignación contra los asesinos de nuestros derechos y del Estado de bienestar. Y no quieren tampoco ni las grandes multinacionales ni las alianzas políticas de alcance global, porque piensan que sin zonas de miseria política y económica no tienen sentido -ni son posibles- las grandes potencias. Así que por ahí no vendrá la solución.
La guerra tampoco se va a acabar, porque todas nuestras intervenciones «pacificadoras» apagan el fuego con gasolina; porque creamos o derribamos dictadores sin lógica ni justicia; porque destruimos hasta los cimientos los poderes institucionales y estables (Libia, Irak, Afganistán); porque el control caótico de África y Medio Oriente nos sale mucho más barato que el control legal y democrático; y porque seguimos armando a los tiranos y a los que derriban a los tiranos, a las milicias multinacionales y a las tribus y religiones, sin que nadie reconozca ninguna enfermedad social o política que no se pueda curar con cazas supersónicos y misiles de alta tecnología. Y tampoco va a aumentar el orden interior de los pobres países afectados. Porque son pasto de matones que solo buscan enriquecerse rápidamente para lograr un plácido y civilizado retiro en una villa de Lausana.
Dirá usted, casi seguro, porque está siendo adoctrinado como yo, que no cito a las mafias de las pateras. Pero no las cito a propósito. Porque las mafias no son causa del caos migratorio, sino consecuencia, y no vale -o «no se vale», como diríamos en Forcarei- desviar los tiros hacia los últimos eslabones del problema. Por no tener, ni siquiera tenemos intención sincera de solucionar el asunto. Por eso carecemos de política común de migraciones y defensa. Para que cada cual describa problemas y soluciones a su medida, interpele a los demás con utopías y cuentos de hadas, e impida la conciencia clara de que en realidad somos los malos. Malos a rabiar, pero con los ojos vendados.