La Voz de Galicia

Ross Brawn, el cerebro de la máquina

Deportes

Mariluz Ferreiro

El éxito del que fue estratega de Schumacher en Benetton y Ferrari contrasta con los fracasos de Domenicali en el «cavallino rampante» y de Whitmarsh en McLaren

06 Apr 2009. Actualizado a las 12:29 h.

Brawn GP. La triple B. Bueno, bonito y barato. Para las fans, lo bonito de la escudería inglesa es Jenson Button. Lo barato, el equipo en sí. Y la historia demuestra que el bueno es Ross Brawn (Manchester, 1954), el cerebro de la máquina.

Brawn fue considerado el mejor estratega en ese muro que separa la pista de los boxes. Trabajó para Williams, Lotus y Arrows. Pero pasó a la historia de la fórmula 1 como el hombre gris que movía los hilos detrás de Michael Schumacher. El inglés trazaba un plan tranquilamente mientras se zampaba un plátano y el alemán lo ejecutaba de forma implacable sobre el asfalto. Lo hicieron así en Benetton y en Ferrari. Su impresionante saldo, siete victorias en el Mundial.

Pero ha demostrado ser un perfecto Maquiavelo fuera de los circuitos. En el 2008 dio el coche de Honda por muerto y se dedicó a trabajar en el monoplaza del 2009, temporada que sabía que iba a marcar un año cero debido a los cambios de las reglas. No había que evolucionar, era necesario crear, inventar. Tras los pobres resultados ofrecidos por el equipo el año pasado, la firma nipona abandonó el barco de la fórmula 1. Brawn decidió seguir. Pasó de director a propietario. Solicitó a Honda el dinero correspondiente a las indemnizaciones por despido para agregarlo a su presupuesto. Pidió un adelanto a Bernie Ecclestone. Y convenció al magnate de Virgin para que se convirtiera en su patricionador eventual.

Brawn tenía la llave de la caja de Pandora del Mundial 2009. Como delegado técnico para la Asociación de equipos de Fórmula 1 (FOTA) ante la Federación Internacional del Automóvil (FIA), estudió los cambios mejor que nadie. Encontró una laguna en las nuevas normas y se zambulló de cabeza: el difusor trasero. Lo desarrolló más allá de lo que imaginaron las grandes escuderías. Y lo convirtió en un arma mortal en el arranque de la temporada. Mientras todos pensaban en el KERS, Brawn dio un golpe de mano con el difusor que ahora todos quieren copiar.

Más allá del difusor

Ross Brawn disfruta de reverdecidos laureles. Ha logrado dos victorias en las dos primeras carreras del Mundial y el rendimiento de su coche va más allá del difusor. Es un clásico que vuelve a reinar. Su éxito contrasta con el fracaso las apuestas de los gigantes, los nuevos patrones. Stefano Domenicali se marchita en Ferrari y Martin Whitmarsh se estrella en su primer año al frente de McLaren. Dos escuderías con galones que no han logrado desarrollar un coche puntero y que naufragan además en otras decisiones de equipo.

Domenicali ya recibió en el 2008 varios tirones de orejas de Luca di Montezemolo. Y este año su equipo ha cometido errores de estrategia propios de un principiante. Whitmarsh ha sacrificado a Dave Ryan para intentar limpiar la imagen de Lewis Hamilton y de McLaren después de intentar engañar deliberadamente a la FIA en Australia.

Al filo de la legalidad

Brawn, convertido en inesperado rey de las pistas, escucha viejas acusaciones. Que sus coches son rápidos, pero siempre rozan la ilegalidad. Ayer respondió a sus rivales, tachándolos de maleducados. «Están desinformados. Yo tengo la conciencia muy tranquila», indicó. Incluso señaló con humor que aquellos que ahora analizan con ahínco las normas y su interpretación «antes no estaban tan interesados». Quizás porque no esperaban la última jugada maestra del veterano Ross Brawn.


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