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Psicología

¿Por qué con la edad nos comportamos como nuestros padres?

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¿Por qué de repente te descubres haciendo aquello que tanto te molestaba de tu madre o de tu padre? Un psicólogo está realizando un estudio con cuatro mil parejas de gemelos de diferentes edades en busca de respuestas

Por Lea Wolz

Domingo, 08 de Agosto 2021, 01:05h

Tiempo de lectura: 6 min

Hace dos año, un usuario de la red social Reddit preguntaba a otros en qué momento se habían dado cuenta de que se comportaban exactamente igual que sus padres. Las respuestas no tardaron en llegar. ¿Te suenan?

«Mi novio y yo estábamos terminando de hacer las maletas para ir a pasar el fin de semana con la familia. Mientras recogía un poco, me dijo: ‘No te pongas con eso ahora, ya limpiarás cuando volvamos’. Y yo respondí: ‘No quiero volver y encontrarme una casa llena de porquería’. En ese instante, me di cuenta de que me estaba convirtiendo en mi madre».

«Yo me di cuenta cuando me fijé en la cantidad de gomas para el pelo y de horquillas que tengo guardadas».

«La primera vez que le dije a mi hijo: ‘Cuando seas padre, comerás huevos’».

Ayer todavía nos esforzábamos en ser nosotros mismos, no queríamos para nada ser como nuestros padres, y hoy ya empieza a haber cosas en las que nos parecemos sorprendentemente a mamá o papá. ¿Cuándo tiene lugar este fenómeno? Y ¿por qué sucede?

Hay un componente hereditario en la personalidad. Aflora en hijos adoptados que desarrollan rasgos de sus padres biológicos

Para investigar la influencia de los genes y el entorno en nuestro desarrollo, no hay nada mejor que los estudios con gemelos. Por lo general, los gemelos crecen en el mismo hogar y en el mismo entorno. Los gemelos univitelinos son genéticamente idénticos, los bivitelinos o mellizos solo comparten en torno al 50 por ciento de los genes, igual que los hermanos normales.

Frank Spinath es profesor de Psicología Diferencial y Diagnóstico Psicológico en la Universidad del Sarre, en Alemania. Para este psicólogo, no es extraño que nos parezcamos a nuestros padres. «Al fin y al cabo compartimos genes con ellos», explica. Eso quiere decir que hay un componente hereditario en la personalidad. Es algo que se manifiesta con claridad en el caso de los niños que crecen con padres adoptivos desde que son bebés y que, pasado el tiempo, empiezan a mostrar rasgos de carácter propios de sus padres biológicos.

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Sin embargo, los genes no son el destino. Tampoco son un guion que nos ata irremisiblemente, sino que el entorno y la propia actitud personal siempre tienen algo que decir. «En el ámbito de la personalidad hay buenos ejemplos de que es posible seguir un camino distinto, de que los hijos también pueden ser muy diferentes a sus padres», dice el psicólogo.

Los gemelos y sus familias, bajo la lupa

En definitiva, ¿qué es lo que determina que seamos como somos? Para averiguarlo, Frank Spinath y el equipo del estudio TwinLife llevan desde 2014 observando e interrogando de forma anual a más de cuatro mil parejas de gemelos de diferentes edades, así como a sus familias. Los científicos van a acompañar a estos gemelos univitelinos y bivitelinos -que al comienzo del proyecto tenían 5, 11, 17 y 23 años- hasta el año 2023, con lo que cubrirán etapas de la vida totalmente diferentes, desde la preescolar hasta la laboral.

«El estudio ya nos está dejando ver que la influencia que tienen los genes y el entorno sobre la personalidad va cambiando con el tiempo», explica el psicólogo. En los primeros años de la edad adulta, nuestra personalidad se vuelve más heterogénea. Nos empezamos a desvincular de las reglas de la casa familiar, nuestro entorno nos va ofreciendo más posibilidades, podemos elegir por nosotros mismos. «Todo esto hace que nos sintamos más libres y que las influencias del entorno tengan un papel mayor».

Cuando remite la juvenil rebelión ante los padres y cesa el enfrentamiento con ellos, entonces emergen las similitudes

En algún momento de la vida, esa revolución contra los padres acaba remitiendo, lo que, en opinión del psicólogo, es una de las razones de que con los años nos vayamos haciendo más parecidos a ellos. Ya no existe esa presión que nos obligaba a enfrentarnos constantemente a las opiniones y conductas de los padres, a distanciarnos de una forma activa y la mayoría de las veces también muy emocional. «Es en ese momento cuando las semejanzas que probablemente tengamos con ellos, y que en parte están influidas por los genes, se hacen más visibles».

Por otro lado, el entorno nos plantea constantes exigencias. En el trabajo tenemos que hacer lo que se espera de nosotros y estar a altura de las expectativas. En esa fase de la vida en la que tenemos que rendir profesional o personalmente, «nos vemos recurriendo otra vez a nuestros esquemas genéticos -afirma Spinath-. Y es posible que descubramos cierta comprensión hacia nuestros padres, por ejemplo, al ver que es verdad que algunas cosas salen mejor si las planificas antes».

Pensar las cosas y hacerlas bien merece la pena. Si no dejamos que el calor de la calefacción se escape por la ventana abierta, nuestro bolsillo lo agradece. Y arreglar la casa antes de irse no está de más. Con cada ración de vida que atesoramos también tenemos más material para comparar y encontrar semejanzas. Aunque soltar durante una discusión la frase «eres como tu madre» pueda resonar más que un portazo, «ir pareciéndose cada vez más a los padres no tiene por qué ser siempre malo», asegura Spinath.

Dejando a un lado la violencia o el alcoholismo, por supuesto. Este tipo de traumas y malas experiencias en la infancia dejan huella y representan un riesgo real. «El que las ha sufrido de niño acaba necesitando apoyo para evitar el peligro de reproducirlas», dice Spinath, y añade: «Los niños que crecen en esas situaciones no solo toman como modelo conductas negativas, sino que es probable que también compartan una predisposición genética a mostrar comportamientos como la impulsividad o la irritabilidad».

Trucos para cambiar la personalidad

Todo el que lo ha intentado sabe que cambiar no es fácil, aunque solo se trate de pulir algunas menudencias poco agradables. «La personalidad es una criatura muy estable», cuenta el psicólogo. Si queremos cambiar algo, es fundamental que primero seamos conscientes de ese algo y luego que aceptemos que no queremos seguir siendo así. En este proceso puede ser de ayuda buscarse aliados -como, por ejemplo, nuestra pareja, que nos diga cómo vamos-, quizá también comprometernos con otra persona, firmar una especie de contrato con ella.

Esta estrategia «no sirve para cambiar la personalidad como tal, pero sí nuestra forma de actuar -prosigue Spinath-. No me despierto una mañana y ya soy más lanzado solo porque me lo haya propuesto. Pero sí puedo aprovechar situaciones concretas para ejercitar reacciones nuevas».

No es fácil cambiar la personalidad, pero se puede modificar la forma de actuar. Conviene contar con aliados

También hay algunas cosas que no hay que forzar, que acaban sucediendo por sí mismas. «Hay tendencias asociadas a la edad, ciertas propensiones que en nuestros estudios hemos observado que aparecen en todas las personas», dice Spinath. Por ejemplo, con los años tendemos a ser más organizados simplemente porque nos hemos dado cuenta de que así nos apañamos mejor con las exigencias del día a día y de que las cosas se vuelven más fáciles. Nuestra estabilidad emocional también aumenta: con 40 años sabemos mejor que con 14 de lo que somos capaces, hemos trabajado nuestra seguridad y todas las tareas que hemos realizado a lo largo de nuestra vida nos refuerzan. Por otro lado, con la edad perdemos espontaneidad y curiosidad, «aunque naturalmente eso no significa que no haya aventureros de 80 años», comenta Spinath.

Su hijo, cuenta el psicólogo para terminar, ha cumplido 10 años y también va poniendo caras cuando papá empieza a criticar, aunque solo sea a media voz, el comportamiento de otras personas. «Por lo que se ve, nosotros ya estamos cerrando el círculo».

Los 'cinco grandes' de la personalidad

Los genes no determinan comportamientos concretos, sino tendencias: los psicólogos hablan de los ‘Big Five’, los ‘cinco grandes’ de la personalidad.

→ Sociabilidad. ¿En una fiesta se pone a hablar con desconocidos? Los extrovertidos lo hacen. Son alegres, habladores, asertivos y suelen ser el centro de atención. Les atrae el mundo externo y evitan la soledad. Ah, pero piensan menos que los introvertidos, que, además, no son asociales per se, sino que prefieren soltarse en petit comité. Eso dice este modelo de clasificación ideado por los psicólogos.

→ Apertura a nuevas experiencias. Predomina en quienes se sienten atraídos por lo nuevo, lo no convencional. Son imaginativos y curiosos. No les importa aventurarse en lo desconocido. Sus opuestos prefieren lo familiar a lo nuevo, son conservadores en todo y se resisten al cambio.

→ Organización. Es un factor presente en las personas concienzudas que se ponen metas y las alcanzan a base de esfuerzo y tenacidad. Son persistentes, escrupulosos, responsables. Deben tener cuidado con el exceso de perfeccionismo y la adicción al trabajo.

→ Inestabilidad emocional. Manda en quienes tienen tendencia a la ansiedad y la preocupación. Son depresivos y negativos. Tienen poca tolerancia al estrés. Son impulsivos y vulnerables, propensos a los cambios de humor.

→ Amabilidad. Este factor prima en la gente altruista, considerada, conciliadora, solidaria y confiada. Es gente empática y con buenos amigos.

@ Der Spiegel