Martes, 17 de Septiembre 2024, 15:48h
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Cada vez que mi madre me ve cuando voy a Vitoria, se sorprende y dice que me encuentra fenomenal. ¡Imagina la imagen que tiene de mí por la tele!». Laso es consciente de que no sale muy favorecido. «Dicen que parezco un señor mayor y cabreado».
Y sí, en el banquillo de los equipos de dirige, lo parece. Pero cuando llega apresurado para la sesión de fotos con XLSemanal, la imagen de este profesional del baloncesto de 56 años es otra. Un tío normal, lo que soy, bromea él. De hecho, ante la cámara incluso se ríe, aunque hay que recordarle que lo haga por su madre. Pero, hoy, motivos para sonreír no le faltan. Ha convertido a su equipo en campeón de Europa, después de tres finales continentales consecutivas con un juego que engancha y llena pabellones. El camino al éxito ha sido tortuoso.
Su llegada al Real Madrid hace cuatro años provocó manifestaciones de protesta y encuestas en las que el 80 por ciento de los aficionados blancos se mostraban en contra de su fichaje. Querían a alguien con más nombre, que los ilusionara más que un técnico sin palmarés y con apenas experiencia en la élite. Pero Laso, lejos de dejarse amilanar, hizo del desafío una causa. Tenía clara la filosofía de trabajo, le sobraba entusiasmo y estaba entrenado en la perseverancia. Estas son sus claves para triunfar.
«Vivimos pendientes de los resultados. Pero las cosas necesitan su tiempo. Yo he tenido días muy buenos, días malos, pero al final siempre he tenido la idea clara de lo que quería y eso es lo que me ha mantenido. Yo tenía un punto de partida, una filosofía de juego: querer ser atractivo, agresivo y optar por el campo abierto. Y he seguido fiel a ella».
«Es la mezcla de tu idea y el talento que tienes a tu disposición. Un entrenador o el director de un grupo de personas debe tener en cuenta que tiene un equipo con unas características determinadas y es importante valorarlas para saber lo que quieres conseguir de él. Si tienes jugadores muy defensivos, probablemente no puedas jugar al ataque, y viceversa. Entonces, la filosofía del juego viene marcada por tu idea de lo que debe ser un equipo y por el talento de los jugadores que tienes».
«No puedes dejarte arrastrar por los resultados, pero todos competimos para ganar. No nos engañemos, todos competimos para ganar. Al final, tu satisfacción es ganar. Los resultados determinan un buen o un mal trabajo. Eso algo que debemos aceptar. Pero no debes dejarte arrastrar por los resultados; si no, fracasarás. Ojo, además, ningún equipo del mundo gana siempre. Lo que sí puedes hacer es luchar siempre. Mantener la ambición y el deseo».
«Siempre se aprende más de las derrotas, porque muchas veces el éxito tapa los problemas. Las derrotas, en cambio, te obligan a revisar todo lo que has hecho. Pero no debería ser así, incluso en la victoria deberías pensar en el futuro y en las cosas que hay que mejorar».
«Aunque es verdad que el éxito eleva tu autoestima, la confianza en ti mismo no debe depender nunca del resultado. Ni eres tan bueno cuando ganas ni tan malo si pierdes. En el deporte profesional nada es fácil, pero yo nunca he necesitado más respaldo del que he tenido. Nunca he dudado de mí. No necesito un título que me refrende».
«Lo importante no es venderte, sino saber quién eres. Imagino que saber venderse es importante, pero en mi escala de valores no lo es tanto. Yo no voy a cambiar, no me va a salir pelo ahora ni voy a ser más alto. Desde que soy un crío el baloncesto ha sido mi vida, he jugado casi 20 años al máximo nivel y estoy muy orgulloso de mi carrera tanto de jugador como de entrenador. Lo primero que tienes que hacer es sentirte orgulloso de ti mismo. Yo no necesito venderme para que mi trabajo se vea más recompensado o alabado. No es una de mis prioridades».
«Cuesta mucho más mantenerse que llegar porque es un ejercicio de inteligencia. En el deporte y en todo en la vida se cierra una puerta, se cierra un campeonato y se abre otro. Siempre hay alguien que quiere ganarte y por eso es fundamental mantener el hambre competitiva, la ambición de ser mejor. Hay valores como la ilusión, el trabajo, la fe, el creer, que dependen de tu inteligencia. Si te conformas, vendrá alguien que te superará».
«Es obligatorio entender que somos un equipo. En un grupo es muy difícil que todo el mundo sea igual, hay talentos más individualistas y otros más de equipo. Como entrenador es obligatorio hacerles entender que, al final, son personas antes que estrellas. Para mí, mis trece jugadores son trece estrellas, pero al final el que gana es el equipo, ningún jugador va a ganar nada él solo».
«Para mí, gestionar los egos tiene una solución muy sencilla, que es respeto. Si existe un respeto entre las partes, al final los egos van a ir reconduciéndose. Yo puedo respetar ciertas cosas, pero otras no porque hacen daño al grupo. Siempre les digo a mis chicos que tienen mi teléfono abierto para lo que quieran. Sé que un jugador puede tener una niña enferma o un problema familiar que afecta a su trabajo. Muchas veces pensamos que los deportistas son máquinas y no es así. Y cada uno es diferente. Para uno puede ser muy importante su familia y para otro lo son sus amigos. Uno viene de los Estados Unidos, otro de Lituania, otro de Túnez. Hay que saber respetar a todos y valorarlos con sus diferencias.
«Soy muy aficionado a la serie El mentalista, me gusta la actitud del protagonista. Tengo hasta frases apuntadas. Hay una que menciono siempre, que me hace gracia y muestra dos maneras de entender la vida. Llega el protagonista a un sitio, aparca el coche y le dice un policía. ‘¡Oiga, no puede aparcar ahí!’, y él le responde. ‘Poder, sí puedo’, y se va. Que luego le multen es otra cosa. Por un lado, está la prohibición y, por otro, intentar convencer a la gente de que se pueden hacer las cosas de otra forma».
«No creo que yo pierda autoridad por escuchar a los jugadores. Normalmente los que más me enseñan son ellos. Estoy muy alerta a lo que proponen porque al final la enseñanza es del que juega. Yo he sido jugador y lo sé. A veces debes corregirles, claro, pero no creo que la autoridad sea imponer tus ideas. Los que juegan son ellos».
«Nunca he sentido la presión. Me la quité muy pronto, cuando era jugador, y eso me ayudó a saber manejarla después. Depende de la pasión con la que hagas las cosas. Yo tengo la gran suerte de que el baloncesto es mi vida, es mi medio desde que tengo 16 años, que debuté en la ACB. Enfrentarse a ciertas cosas depende mucho de la pasión con la que lo hagas. Y a mí este deporte me apasiona».
«Yo no intento convencer a los ‘jefes’. Yo no intento convencer. Yo tengo que hacer un trabajo en el que creo y estoy abierto a que me puedan decir nuevas cosas. Yo siempre estoy abierto a aprender. Esto cambia muy deprisa y estás obligado a mejorar siempre. No es una meta mía el levantarme y decir ‘tengo que convencer a‘. Tengo que demostrarle con hechos, para que él mismo se convenza».
«Mi mujer es profesora de yoga. Yo no lo practico, pero sí me gusta hacer ejercicios de respiración y visualizar lo que puede ocurrir durante el partido. Busco tranquilizarme para transmitir al equipo lo necesario en cada situación. Unas veces hay que transmitirles que estás nervioso o que vean la dificultad del objetivo, y otras que estén tranquilos. La idea es tener un momento conmigo mismo para anticiparme a lo que va a pasar en la competición. No siempre lo consigo».
«La vida son ciclos. Uno no puede vivir pensando en la renovación. Si actúas así serías corto de miras, no disfrutarías y probablemente, como resultado, no te renovarían. Pero también es difícil saber cuándo debes apartarte. Mi mayor error como deportista fue abandonar el Madrid en 1998. Se produjo una situación absurda y me fui. Al poco tiempo destituyeron al entrenador [con el que Laso no se entendía] y ahí podía haber seguido yo. Pero me calenté y me fui al Cáceres en lugar de tener paciencia».
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