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Montgomery Clift Leyendas del cine El único hombre que Liz Taylor no pudo tener

No pudo ser. Pese a que él la trató con una ternura que jamás volvió a dedicar a una mujer y ella correspondió con incendiarias cartas de amor, Montgomery Clift, prototipo de actor atormentado, alcohólico y con una homosexualidad no asumida del todo, nunca quiso casarse con Liz. Su rechazo lanzó a la estrella a una frenética carrera nupcial. Ésta es la historia del único hombre que Elizabeth Taylor no pudo tener.

Juan Manuel de Prada

Viernes, 03 de Febrero 2023

Tiempo de lectura: 8 min

Cuando recibe el guión de Un lugar en el sol, la película que lo emparejaría por vez primera con Elizabeth Taylor, Montgomery Clift acaba de cumplir los 29 años. Es un actor de filmografía todavía exigua, pero ya bendecido por el éxito: alumno aventajado del Actor's Studio, su debut cinematográfico en Los ángeles perdidos le ha valido su primera nominación al Oscar; además, acaba de medir sus dotes interpretativas con John Wayne en la soberbia Río Rojo, y aguarda el estreno de La heredera.

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Angel perdido. Hijo de un banquero sureño, debutó con solo 13 años en Broadway, en cuyos escenarios trabajó una década antes de viajar a Hollywood. En 1948, a los 28, fue candidato al Oscar por su papel en Los Ángeles perdidos, y se convirtió en el referente de galán atormentado.

Una belleza vulnerada y esquiva y una mirada en la que parecen agazaparse angustias y padecimientos indescifrables lo aureola de malditismo. Tras leer entusiasmado el guión, Clift telefonea al director George Stevens para saber quién será su partenaire. «Elizabeth Taylor», le responde sin dubitación Stevens; al otro lado de la línea se hace un silencio agrio y exasperado. «¿Quién demonios es Elizabeth Taylor?», escupe, por fin, un insolente Clift. Se trata, por supuesto, de una pregunta retórica: aunque sólo cuenta 17 años, Elizabeth Taylor es, a la sazón, una actriz de enorme popularidad, heredera indiscutida de Shirley Temple, que ha alcanzado el estrellato protagonizando algunas de las películas más taquilleras de la época, como Fuego de juventud o Mujercitas. El perspicaz Stevens sabe que ha llegado la hora definitiva de conceder a la adolescente Taylor la alternativa como actriz adulta.

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Una vida en la sombra. Su relación con Liz Taylor en la película Un lugar en el sol fue el gran romance en la pantalla de los años 50. Y bien podría haber sido también un romance en la vida real si Monty se hubiese sentido atraído por las mujeres.

Clift acepta a regañadientes el envite, temeroso de denigrar su prestigio en compañía de una actriz de trayectoria algo merengosa. Coincidirán por primera vez en el estreno de La heredera, por imposición de la Paramount, que deseaba explotar las posibilidades publicitarias de la pareja. Pronto descubrirán que los une una común aversión hacia sus respectivas madres, que les han hurtado la infancia y se obstinan en encauzar su carrera. También que, en cierto modo, son criaturas complementarias: frente a las inseguridades y complicaciones psicológicas de Clift, la resolutiva y algo desnortada efusividad de la Taylor. Monty –que ya por entonces ha empezado a anegar sus penas en alcohol– la trata con una ternura que nunca antes ha destinado a una mujer; ella le corresponde con cartas de amor incendiadas de un fervor adolescente.

Durante el rodaje de Un lugar en el sol, no tardará en entablarse entre ambos una química especial: «Cuando él empezaba a temblar –reconocerá Elizabeth Taylor, muchos años después–, yo también empezaba a temblar. De los actores que he conocido, sólo dos se entregan hasta el extremo de entablar con la actriz algo casi físico, como un cordón umbilical, una electricidad que va de un lado a otro: él y Richard Burton». A medida que avanza el rodaje, su relación se va haciendo más estrecha, llegando a suscitarse en la prensa cotilla rumores acerca de una posible boda. Montgomery Clift, que había intentado en vano rectificar sus preferencias homosexuales mediante sesiones de psicoanálisis, creyó encontrar en Liz Taylor una especie de redentora. A su amigo y confidente, el fotógrafo Blaine Weller, le comentará sin rebozo que el cuerpo de Liz Taylor le enardece («¡Sobre todo sus pechos! ¡Son fantásticos!», pondera, en pleno rapto de entusiasmo), para concluir en el mismo tono exultante: «He encontrado por fin mi media naranja».

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La confesión. La vida privada de Monty fue tortuosa desde su infancia. Ya en Hollywood, donde ser abiertamente gay era un suicidio profesional, no iba nunca a fiestas ni tenía apenas amigos. Nunca se le conoció una novia. Solo después de fallecido, algunas biografías apuntaban a que había tenido dos relaciones sentimentales con hombres, un coreógrafo y un actor. En la foto, en el papel de sacerdote en la película Yo confieso.

Hacia el final del rodaje, Monty extrema su identificación con el personaje que interpreta -un condenado a muerte- y se aísla del mundo circundante. Luego, emprenderá un largo viaje por Italia, buscando quizá el sosiego que le permita clarificar sus embrollados sentimientos. Aunque mantuvieron durante esta época una copiosa correspondencia, Liz se sintió algo despechada por la marcha de Monty e inició sus relaciones con Nicky Hilton. Al parecer, Liz rogó encarecidamente a Monty que se casara con ella, para no tener que hacerlo con el heredero del emporio hotelero; ante la negativa del actor, Liz estrena en mayo de 1950 su prolijo currículum nupcial, que incluye ocho bodas. En febrero de 1951, sin embargo, ya se ha divorciado y reunido otra vez con Monty en Nueva York. Planean incluso su matrimonio. Según Blaine Waller, Monty lo consideró seriamente, pues le agradaba la idea de ser padre, pero al final se decantó por permanecer soltero. Por estas mismas fechas, se somete a varios tratamientos de desintoxicación alcohólica; los psiquiatras no tardan en detectar, entre las causas de su inclinación a la bebida, una homosexualidad atormentada y nunca asumida del todo.

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El accidente. El 12 de mayo de 1956, el coche de Clift se empotró contra un poste de teléfono tras salir de una fiesta en casa de Taylor. Ella llegó al lugar del siniestro donde él agonizaba y lo salvó de morir ahogado extrayéndole dos dientes que se le habían clavado en la garganta. El actor quedó desfigurado y profundamente traumatizado.

Elizabeth Taylor viaja a Londres, para rodar Ivanhoe. Allí conocerá al actor inglés Michael Wilding, que no tardará en incorporarse a su repertorio de cónyuges pasajeros. Pero antes la actriz regresará a Nueva York, exhibiendo un ostentoso anillo de compromiso, con el propósito de provocar los celos de Monty. Juntos se corren algunas juergas que dejarán su rastro de comidillas en la prensa de la época. Wilding, a quien llega el eco del escándalo, vuela a Nueva York, para acelerar los trámites de una boda que agigantaría la soledad de Clift.

Hacia 1954, la depauperación de Monty es ya indisimulable. Los amigos que acuden a visitarlo en su dúplex neoyorquino coinciden en deplorar su perenne embriaguez y su dependencia de los barbitúricos. Paralelamente, el matrimonio Wilding comienza a mostrar signos de acabamiento. En 1956, Liz y Monty volverán a trabajar juntos en El árbol de la vida, un drama sureño. Pese a su alcoholismo, Clift –acaba de estrenarse De aquí a la eternidad– se halla en la cúspide de su éxito.

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Liz siempre la lado de Monty. Tras su accidente, Taylor estuvo al lado de Clift durante toda la convalecencia. El rostro del actor fue reconstruido con la mejor cirugía plástica de la época e, incluso, logró terminar unos meses después la película que rodaba entonces. Pero a partir de ahí su inseguridad frente a la cámara desestabilizaría aún más su frágil personalidad.

El 12 de mayo de 1956, Monty cena en casa de los Wilding, en compañía de otro invitado ilustre, el cripto-homosexual Rock Hudson, que acude a la reunión acompañado de su esposa, Phyllis Gates, y del actor Kevin McCarthy. Tras la cena, Monty se queda dormido en el suelo. Cuando por fin sus amigos logran despabilarlo, Monty decide abandonar la reunión, un tanto mohíno o avergonzado; Kevin McCarthy se ofrece a adelantarse con su coche, para servirle de guía por la carretera. Unos 20 minutos más tarde, McCarthy regresa descompuesto y sollozante: Monty ha derrapado en una curva y se ha testado contra un poste de teléfono. Antes de que lleguen las ambulancias, Elizabeth se adentra entre el amasijo de hierros y posa en su regazo la cabeza destrozada de Monty. El actor se ha roto el tabique nasal, los pómulos y la mandíbula, sus facciones están desfiguradas y bañadas en sangre, su belleza hecha añicos para siempre. Rock Hudson contaría después que nunca había visto a la actriz tan serenamente emocionada como en aquel momento.

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El último verano. Montgomery Clift vivió una lenta autodestrucción tras el accidente; consumía grandes dosis de alcohol y se hizo adicto a los analgésicos. En algunos rodajes se hicieron patentes sus excesos y tenía dificultades para memorizar el guion, como sucedió en De repente, el último verano (en la foto).

Monty nunca fue el mismo tras el accidente. La cirugía estética no acertaría del todo a recomponer su belleza vulnerada y esquiva. Se convirtió en un hombre más introvertido y amargado si cabe, más irritable y descreído de sus posibilidades interpretativas. El rodaje de El árbol de la vida se completará a trancas y barrancas. Mientras el matrimonio de Elizabeth con Wilding agoniza, aparece en su vida un nuevo pretendiente, el productor Michael Todd, que acabará siendo su tercer marido. Cuando Elizabeth enviude en 1958 (Todd fallece en un accidente de aviación), encontrará en Monty el celoso guardián de su intimidad. Consciente de que éste nunca podrá ofrecerle un amor carnal, Liz no tardará en engrosar la plural historia de su corazón con el crooner Eddie Fisher. En 1959, el productor Sam Spiegel propone a Elizabeth trabajar de nuevo con Clift en De repente, el último verano, adaptación cinematográfica del drama homónimo de Tennessee Williams que dirigirá Mankiewicz. Aunque el rodaje estuvo erizado de dificultades, la calidad del texto original acabaría sobreponiéndose a las deficiencias interpretativas de un Monty que suele quedarse en blanco en mitad de sus parlamentos.

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Vidas acabadas. En 1962, John Huston juntó en Vidas Rebeldes, a Clift y Marilyn Monroe, dos de los actores más atormentados de Hollywood, lo que estuvo a punto de arruinar la película. Ella moriría ese mismo año de sobredosis de barbitúricos. Él tardó unos años más, pero ya estaba abocado a un trágico final. Cuando su cadáver apareció en su piso de Nueva York, en 1966, se habló de «el suicidio más largo de la historia». La autopsia reveló una «oclusión de la arteria coronaria». Tenía 45 años.

Monty fallecerá algunos años más tarde, el 23 de julio de 1966. El forense dictaminó una defunción por causas naturales, pero se sospecha que se suicidó con una sobredosis de drogas. La noticia pilló a Elizabeth en mitad del rodaje de La fierecilla domada; aunque la noticia no le causó una excesiva sorpresa, la golpeó con una depresión de la que tardaría bastante en reponerse. Aunque para entonces ya se ha zambullido en la pasión más absorbente de su vida –Richard Burton–, Elizabeth nunca logrará extirpar de su memoria la sombra de aquel ángel caído y fragilísimo al que amó sin esperanza de recompensa. Quizá de ahí nazca su vocación de redentora de criaturas desahuciadas –recordemos su amistad con Michael Jackson, otro maldito de sexualidad brumosa, fugitivo de su propio rostro– y cierta bulimia sentimental que ni siquiera el coleccionismo de amantes y maridos logró saciar del todo.