Momentos increíbles de la Alianza Atlántica
Momentos increíbles de la Alianza Atlántica
Durante 73 años se han vigilado, amenazado y espiado, aunque nunca han combatido de manera directa. Sus respectivas historias están tan entrelazadas que no se entiende la una sin la otra. Lo que pocos saben es que también se han cortejado, como en la Cumbre de los Cuatro Grandes, en la imagen superior, en Ginebra, en 1955. Desde arriba a la derecha, en el sentido de las agujas del reloj, se ve a los representantes de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética.
Por entonces, la URSS llevaba un año negociando en secreto su adhesión a la OTAN. «¿Pero son los ruskis sinceros?», se preguntaba Eisenhower, presidente de EE.UU. y primer jefe militar de la Alianza Atlántica. Decidió que se trataba de un ardid, las conversaciones no prosperaron y así comenzó la Guerra Fría. Sorprende, sin embargo, que —pese a que los historiadores tienen aún mucho que escarbar en archivos militares clasificados y en las no menos discretas maniobras de la diplomacia— en al menos cuatro ocasiones la Unión Soviética y luego Rusia pidieran entrar en la Alianza Atlántica.
Los intentos fueron realizados por cuatro presidentes distintos: Jrushchov en los años cincuenta, Gorbachov y Yeltsin en los noventa y, ¡caramba!, también Putin a principios de siglo, cuando todavía flirteaba con las democracias occidentales. En tres de ellas recibieron un portazo porque los líderes atlánticos no se fiaban de sus intenciones, pero en la última fue Rusia la que cerró la puerta. Y es que la desconfianza siempre ha sido el hilo conductor de esta relación tormentosa y plagada de secretos. Por ejemplo, sigue sin aclararse cómo de cerca estuvo de desencadenarse un conflicto atómico en suelo europeo en 1983 y 1995. Examinemos las claves.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte se creó en 1949 con un propósito: contener a la Unión Soviética. Su primer secretario general, Hastings Ismay, lo tenía clarísimo: «Hay que mantener fuera a los soviéticos, dentro a los norteamericanos y abajo a los alemanes». Por entonces, Berlín no solo estaba dividido entre las cuatro potencias que vencieron a Hitler, sino que llevaba un año bloqueado por órdenes de Stalin. «Los aliados acabaron la Segunda Guerra Mundial pensando que habría paz con la Unión Soviética y que se crearía un nuevo orden mundial basado en las Naciones Unidas. Esa idea fracasó casi de inmediato», explica la historiadora Anne Applebaum. Una docena de países firmó el tratado, cuyo artículo 5 se inspira en el lema de los Mosqueteros: si se ataca a uno de los miembros, la respuesta será conjunta. Todos para uno y uno para todos. La primera vez que se invocó fue el 12 de septiembre de 2001, un día después de los atentados de Al Qaeda contra Estados Unidos.
En 1954, todo pudo cambiar. El impulsivo Nikita Jrushchov llevaba un año en el poder y sorprendía a propios y extraños. Antes de liarse a zapatazos en la ONU encargó a su ministro de Exteriores, Mólotov, la más improbable de las misiones: ¡ingresar en la OTAN! Al fin y al cabo, todavía no eran archienemigos... Eso sí, con la condición de que Estados Unidos fuese solo un observador. Las potencias occidentales rechazaron la propuesta alegando que era incompatible con sus objetivos democráticos y defensivos. Mólotov insistió: «Negociemos. Esto es solo un borrador». Incluso propuso la reunificación de Alemania... ¿Era sincero? «No hay que descartarlo. Aunque la ventaja propagandística era un argumento, eso no significaba que las propuestas no tuvieran también una intención seria», considera su biógrafo, Geoffrey Roberts, decano del University College Cork (Irlanda). La campaña de Moscú por liderar la seguridad colectiva europea continuó hasta la Conferencia de Ginebra de 1955. Fue desestimada y el mundo entero se sumergió en la Guerra Fría.
Las invasiones de Hungría y Checoslovaquia dejaron claro que Europa del Este era el patio trasero de la URSS. El Pacto de Varsovia se creó para contrarrestar a la OTAN. Son los años del espionaje que inmortalizaron novelistas como John le Carré. La CIA y el KGB juegan al ratón y al gato en Berlín, París –primera sede de la Alianza– y Bruselas, donde está el actual cuartel general (y que expulsó a los últimos espías rusos infiltrados el año pasado)... Topos, desertores y agentes dobles salpican la intrahistoria a un lado y otro del telón de acero. Está documentado que Kennedy y Jrushchov casi desatan la Tercera Guerra Mundial en 1962, durante la crisis de los misiles en Cuba, pero todavía hay muchas lagunas sobre otros episodios ocurridos en los años ochenta y noventa, cuando la paranoia llegó a su cénit. Dos de ellos sucedieron en 1983, durante la Crisis de los Euromisiles, que llegó con el despliegue de armamento nuclear de largo alcance tras el acceso al poder de sendos gallitos: Ronald Reagan, por un lado, y Yuri Andrópov, por el otro.
Unas maniobras de la OTAN, denominadas Able Archer ('Arquero Capaz'), incluían largos silencios de radio, cargas de ojivas, anuncios crípticos y una cuenta atrás a través de todas las fases de Defcon (el nivel de alerta, que va de 5 en tiempos de paz a 1, ataque inminente). Los ancianos líderes soviéticos (conocidos como 'la gerontocracia') creyeron que iba en serio y pusieron sus fuerzas nucleares en alerta. No ocurrió nada porque unos pocos individuos, en rangos intermedios, mantuvieron la serenidad. Pero solo se conoce la versión sin confirmar de Oleg Gordievski, un agente doble del KGB. Casi se vuelve a liar ese mismo año, cuando satélites de la URSS informaron del lanzamiento de dos misiles balísticos estadounidenses. Un oficial de la Defensa Aérea, Stanislav Petrov, se percató de que era una falsa alarma y consiguió parar un ataque de represalia. Y, ya en 1995, el presidente Borís Yeltsin activó el maletín nuclear cuando le informaron del lanzamiento de un cohete noruego que, en realidad, llevaba equipo científico para estudiar las auroras boreales. «Ayer mismo me entregaron por primera vez el maletín negro con el botón nuclear que siempre dos oficiales llevan conmigo mientras seguíamos el vuelo del cohete de principio a fin», confesó.
Por entonces, la Guerra Fría ya había acabado. «La OTAN quedó desorientada por el colapso de la Unión Soviética. Y hubo un debate sobre si debía desmantelarse. Pero sus líderes empezaron a ver que podía asumir otra función: ser la punta de lanza ideológica de las democracias liberales en el centro y este de Europa. Irónicamente, la primera vez que intervino en combate no fue contra la URSS, sino para pacificar los Balcanes», cuenta Applebaum. En 1990, el presidente Mijaíl Gorbachov, en plena desbandada soviética, le pidió la entrada en la OTAN al secretario de Estado norteamericano, James Baker. «Usted dice que la OTAN no está dirigida contra nosotros, que es solo una estructura de seguridad que se está adaptando a las nuevas realidades. Le propongo el ingreso». Al parecer, Baker dijo que Gorbachov «debía de estar soñando». Pero, en 1991, Yeltsin –el primer presidente del nuevo Estado ruso– reiteró la propuesta.
En 1994, Rusia se adhirió a la Asociación para la Paz, un programa para fomentar la confianza mutua. El presidente Bill Clinton lo describió como una «vía que llevará a la adhesión a la OTAN». Lo más sorprendente es que Vladímir Putin le dijo al cineasta Oliver Stone en una entrevista de 2017 que discutió la opción con Clinton durante la visita del presidente estadounidense a Moscú en 2000. Con el paso de los años, sin embargo, la nostalgia por la Unión Soviética comenzó a ganar fuerza. En 2005, Putin dijo que su desintegración fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo».
La mayoría de las alianzas militares no dura mucho. Cambian la situación, los intereses... Un estudio de la Brooking Institution contabiliza 63 coaliciones en los últimos cinco siglos. Solo 10 perduraron más de 40 años. «La OTAN, que va por su séptima década, es la más exitosa», asegura The Economist. Y recuerda que, de sus 30 miembros actuales, 7 pertenecieron al Pacto de Varsovia y 3 son antiguas repúblicas soviéticas.