Viernes, 08 de Marzo 2024, 10:18h
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El endiosamiento humano ha engendrado, inevitablemente, cierta sensación de que Dios ya no es necesario. El hombre ha creado ideologías y tecnologías que lo hacen omnímodo y caprichosamente tiránico, permitiéndole satisfacer sus pulsiones de forma inmediata; ha llegado, incluso, a descifrar el álgebra genética que, supuestamente, le permitirá (risum teneatis) prolongar su vida hasta hacerla inmortal. Diríase que el hombre contemporáneo se hubiese esforzado por abolir de su vida a ese Ser Omnipotente que rige la Historia, para convertirse en monarca absoluto de su propia vida. Pero, simultáneamente, estamos asistiendo a un poderoso resurgimiento del espiritualismo en versiones variopintas y turulatas. Paradójicamente, este hombre endiosado que creía haber encontrado una solución científica a los enigmas más sobrecogedores ha empezado a inventarse otros enigmas más pueriles que lo mantienen en un estado de penosa orfandad. Así, la fe de nuestros mayores ha sido suplantada por un conglomerado de supersticiones emotivistas que se mueven entre el esperpento y la trivialidad.
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