Resulta, en verdad, muy instructivo (y revelador de las gangrenas que corrompen esta época terminal) que la ‘memoria’ se haya convertido en el instrumento político elegido para ‘recuperar’ el pasado. Pues, como todo el mundo sabe, la memoria adultera y rectifica el pasado a beneficio de quien la ejerce. La memoria filtra el pasado, lo pasa por el tamiz de nuestra subjetividad: nadie recuerda las cosas como efectivamente fueron, sino como personalmente las percibió. Y todo ello sin necesidad ni pretensión de mentir (aunque no debemos olvidar que ‘mente’ y ‘mentira’ son palabras que comparten etimología). Que la memoria es, por naturaleza, mistificadora lo demuestran, por ejemplo, las versiones siempre distintas y a menudo contradictorias que las partes en conflicto nos ofrecen de un mismo hecho: dos amigos que han reñido, dos hermanos que se disputan una herencia, dos cónyuges que se divorcian, exponen los hechos que ocasionaron su ruptura de formas tan divergentes que por momentos tenemos la impresión de estar escuchando la narración de hechos diversos.
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