Son la prueba viviente de la pasta de la que están hechas nuestras convicciones, o al menos las de las que acierta a ser portadora y garante la llamada 'comunidad internacional'. Tras haber pasado por ello hace dos décadas, a las afganas se las vuelve a degradar a la condición de animales domésticos, pero no de los nuestros, que tienen derechos garantizados por ley, sino de los de toda la vida: esos a los que el dueño puede abandonar, maltratar, incluso matar. Durante veinte años, una coalición internacional se arrogó el derecho de organizar Afganistán con el argumento, entre otros, de proteger su dignidad. Fuese a finales del verano de 2021 y –como dijo el poeta– no hubo nada. Los talibanes las aherrojan y ningún Gobierno rechista. Algunos hasta hacen negocios con ellos. Qué oprobio.
