No conozco su título y tampoco su autor, pero sé que hay por ahí un relato que narra la historia de un pacífico ciudadano que, medio turulato por los ruidos infernales que nos invaden, un día empieza a apiolar gritones, bochincheros, perpetradores de carcajadas estruendosas y demás personas insufribles. En especial, a esos enemigos del silencio que son los dueños de establecimientos convencidos de que dar 'ambiente' consiste en poner a todo gas una música tan repetitiva, machacona y monocorde que, al cabo de un rato, uno tiene la sensación de que se le empieza a licuar el cerebro.
