Mientras ha durado el calorón de este verano, había justificación. Con estas temperaturas de horno de leña, cualquiera pierde la compostura, la paciencia y hasta el oremus. Es curioso. El grueso de la piara estábamos de vacaciones en nuestro Ferragosto nacional, ese tiempo-espacio teórico del relax y el disfrute y, sin embargo, en lugar de diseminar el buen humor y la socarronería por los campos de España, como si fuera polen, andábamos a la gresca, y no me refiero, precisamente, al restaurante de Rafa Peña. Al cocinero Boronat lo llamaron «ladrón» por pedir una señal a un cliente nuevo que quería una reserva para ocho en la Ambassade de Llívia en prime time agosteño. En un lugar de Ibiza del que no quiero acordarme cobran 35 euros por dos aguas y una cola. Y no piensen que quizá se ofrecía show, música, tapa o aceituna. Silla de terraza a pelo y chimpún.
