Crítica y halago

Hace no tanto, la relación que el mundo de los restaurantes mantenía con la comunicación se cimentaba en el concepto de la crítica, la del experto que atesora conocimiento profundo, prueba y valora. En algunos casos, la figura del crítico, pongamos por caso a Rafael García Santos, era de una influencia decisiva en el devenir de vidas y oficios, por no hablar de los Gault y Milleu, que dotaron de corpus teórico al cambio que revolucionaría gastronómicamente la gran cocina francesa.

Todavía quedan algunos que practican el oficio como antaño, más o menos, pero la realidad es que su espacio en el ecosistema actual de la comunicación culinaria se va debilitando. Oigo por ahí que, ahora que cualquiera puede opinar, hay mucha mayor diversidad, pero a mí se me hace todo parecido cuando falta conocimiento en quien emite una opinión. La realidad es que vamos camino de sustituir la crítica por el elogio.

Miles de aficionados, cocineros y periodistas insisten en cantar las alabanzas por doquier como único estribillo de los contenidos que publican. A fuerza de muchas fotos y de decir 'brutal' todo el tiempo estamos llegando al punto que la crítica sensata y profesional, la misma que ha acompañado al cine o al teatro durante siglo y pico, deja de comprenderse. Hay compañeros de oficio que empiezan a estar mirados como si fueran viejos cascarrabias que protestan por todo. Da igual que aporten una trayectoria incuestionable y opiniones fundamentadas. Su voz, opuesta a la que marca el corifeo global, incomoda.

Es verdad que algunos cocineros veteranos añoran a ratos los años en los que crecían gracias al criterio aportado por críticos a los que respetaban profesionalmente, pero su vida es mucho más confortable desde que la tortilla se volteó y se convirtieron en los jefes del cotarro.