Es curioso cómo, en un mismo lugar y al mismo tiempo, puede observarse lo peor y lo mejor de la condición humana. Eso, a poco que nos fijemos, sucede en todas partes. Y si uno practica de vez en cuando el interesante ejercicio de dejar quieto el dedito y olvidar un rato la pantalla del teléfono móvil, alzando la vista para dirigir en torno una ojeada tranquila, la vida y la gente que la transita se muestran de nuevo reales, en carne y hueso. Dándole tal vez, a quien observa, lecciones que en este mundo absurdo en el que nos han metido como ratones en la ratonera –o nos metemos voluntarios, pues nadie te obliga a morder el queso– cada vez parecen quedar más lejos.
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Elogio de la mediocridad: asúmelo, no todos podemos triunfar
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