Viernes, 21 de Abril 2023, 13:47h
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Desde hace tiempo y una vez al año, cuando se acerca el momento en que largo amarras e izo todo el trapo que el viento me permite, veo de nuevo aquella obra maestra que Roy Ward Baker rodó en 1958 basada en el libro A night to remember, de Walter Lord, con un guión firmado por un enorme Eric Ambler que ya había escrito, entre otras, La máscara de Dimitrios. La película se llama en inglés igual que el libro original, y en versión española es conocida como La última noche del Titanic –no confundir con Titanic, bodrio protagonizado por Clifton Webb, ni con el colorido Titanic de DiCaprio y compañía, que son otra cosa–. La veo por varias razones: lo hice en el cine siendo niño, con mi padre, que me llevaba a todas las películas que tenían relación con el mar, la volví a ver muchas veces a lo largo de mi vida, y la sigo viendo porque, aparte su perfección, es un buen recordatorio de que, como diría el marino Coy, protagonista de La carta esférica, los seres humanos vivimos entre estachas de ballena. Al filo del abismo, vamos. O de las impasibles reglas del caos. Y de vez en cuando, el caos impone sus reglas.
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