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Patente de corso

Mi París y otros amores

Arturo Pérez-Reverte

Hay ciudades que sosiegan y otras que estimulan. El efecto, supongo, varía según cada cual. En lo que a mí se refiere, Sevilla, Lisboa o Tánger, por ejemplo, son de las primeras. De las que inspiran paz y ganas de pasear tranquilo, sin complicarte la vida: comer, leer, tomar una copa, mirar los lugares hermosos y ver pasar a la gente. Aquéllas donde no sientes la necesidad de hacer nada diferente a lo que haces. Otras ciudades, sin embargo, me causan un efecto distinto. En ellas es como si te tomaras una taza de café solo, bien cargado, o te fumaras un cigarrillo de los tiempos en que fumabas. O tuvieras quince años y te enamorases de alguien. Ciudades que abren puertas, que sugieren cosas quizá interesantes que todavía no has hecho. Puestos a seguir con los ejemplos, eso me ocurre en Londres, o en Nueva York, o en la ciudad de México. Son ciudades que incitan a hacer, a vivir, a imaginar. Que, como digo, estimulan. Que te vuelven lúcido y creativo.

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