Los descendientes del nazi se enfrentan a su pasado
Los descendientes del nazi se enfrentan a su pasado
Viernes, 25 de Octubre 2024
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Kai Hoess tenía solo 14 años cuando descubrió que su abuelo había asesinado a más personas que cualquier otro ser humano. «Estaba en clase de Historia, en el colegio, y escuché el nombre de 'Rudolf Hoess, comandante de Auschwitz'. Al volver a casa, le pregunté a mi madre: '¿Ese tipo tiene algo que ver con nosotros?'». Kai Hoess –pastor evangélico de 62 años– vive en Stuttgart (Alemania) y recuerda el shock de aquella revelación. «Mi madre me dijo: 'Sí, somos nosotros. Es tu abuelo'».
Rudolf Hoess era el padre de su padre, Hans Jürgen. Bajo su dirección, más de un millón de personas, principalmente judíos, fueron asesinadas. Desde el 4 de mayo de 1940 hasta noviembre de 1943, y desde mayo de 1944 hasta enero de 1945, Hoess estuvo al mando de Auschwitz. Meticuloso y brutal, convirtió el campo en la máquina de exterminio más eficiente del Holocausto, supervisando la eficacia de espeluznantes innovaciones, como el uso de Zyklon B en las cámaras de gas, una técnica que él mismo perfeccionó para maximizar el número de muertes y minimizar tiempo y recursos.
El infame comandante residía con su esposa y sus cinco hijos a solo unos metros de los barracones de exterminio, un escenario aterradoramente idílico reproducido en la ganadora del Oscar La zona de interés. Ese filme, basado en la novela de Martin Amis, es en parte ficticia y cubre solo unos años, pero The commandant's shadow, el documental sobre la familia Hoess, de Daniela Völker (Prime), es fidedigno y abarca un siglo.
«Tuvimos una infancia encantadora en Auschwitz», le cuenta su padre, hoy de 90 años, a su hijo Kai mientras pasean por la casa en la que el anciano creció, una escena clave del documental. En aquel jardín pegado al campo cultivaba flores Hedwig, la esposa de Rudolf. La mujer dedicaba su atención y cariño a las plantas y a sus cinco hijos mientras, a no demasiados metros, humeaban sin cesar las chimeneas del crematorio.
El documental va más allá del holocausto y analiza cómo Hans Jürgen, su hermana mayor, Inge-Birgitt, y Kai (los tres familiares que participan en el filme) han vivido sabiendo que descienden de un hombre tan brutal. «En casa no se hablaba de ello en absoluto», dice Kai. Tampoco lo hacía su madre, que supo la verdad sobre su suegro por una tía, pero que mantuvo el secreto hasta que su hijo le preguntó directamente.
Tras la guerra, en 1947, Rudolf Hoess fue capturado por un cazador de nazis, juzgado y condenado a muerte en Polonia. Lo colgaron en el mismo sitio en el que él supervisó la matanza de un millón de judíos. Tras la ejecución, Hedwig crio sola a sus hijos en Alemania. Pudo hacerlo, entre otras cosas, porque era imposible perseguir a todas las personas que habían tenido conexión con el exterminio. No está claro cómo Hedwig mantuvo a sus hijos, pero Hans Jürgen recuerda que recibía ayuda de alguien de América del Sur, quizá de Argentina. Más de 300 fugitivos nazis, incluidos Josef Mengele y Adolf Eichmann, se instalaron allí tras la guerra.
Antes de ser ejecutado, Rudolf le escribió a su hija Inge-Birgitt: «Eres demasiado joven para entender el alcance del duro destino que se nos ha dado. Pero tú especialmente, mi querida niña buena, estás obligada a estar al lado de tu pobre y desafortunada madre, y con amor ayudarla de todas las formas que puedas. Rodéala con todo el cariño infantil de tu corazón y muéstrale cuánto la amas».
Inge-Birgitt, a quien la familia llama Püppi, sigue negando la dimensión de las atrocidades cometidas por su padre. Vive cerca de Washington DC y su casa está decorada con fotos familiares. «Mi padre debe de haber sido una persona muy fuerte para vivir así y hacer lo que tenía que hacer», dice Püppi a la directora del documental. ¿Se refiere a matar a todos esos hombres, mujeres y niños judíos? «No lo veo así. Mira a toda la gente que dicen que murió en el campamento. ¡Pero y todos los supervivientes! ¿Por qué no murieron? Aún están vivos y reciben dinero de Alemania. Así que puedes creer lo que quieras». Püppi murió a los 90 años, en 2023, poco después de acabar el rodaje.
Su otra hermana, Annegret, reside en Alemania y no aparece entrevistada en la filmación, quizá porque solo era un bebé durante la guerra. De sus otros dos hermanos, se sabe que Klaus se mudó a Australia y falleció en los 80, y se cree que Heidetraud vive en Alemania. El otro hermano, Hans Jürgen, sí que participa en el documental. Trabajó como gerente de ventas de automóviles y abandonó a sus hijos cuando se divorció de la madre de Kai. Durante 30 años, padre e hijo no tuvieron relación. «Mi padre siempre ha sido un hombre de pocas palabras, ese fue uno de los problemas en su matrimonio. Simplemente no podía comunicarse», dice Kai.
Durante gran parte de su vida, el hijo de Hoess se dijo a sí mismo que su padre solo había firmado papeles. «Cuando lo conocí, estaba en un estado de completa negación», explica la directora del documental. Hasta que ella le dio a leer por primera vez la autobiografía de su padre. Rudolf la escribió poco antes de ser ahorcado. En ella describe como mientras era testigo de los asesinatos de los niños judíos pensaba en sus propios hijos. El documental recoge cómo Hans Jürgen, tras leer ese testimonio, se derrumba y finalmente acepta, a la edad de 89 años, quién era realmente su querido 'papá'.
Kai, el nieto de Rudolf Hoess, por su parte, ya conocía la historia familiar. Trabajó como chef y luego se enroló en el ejército alemán, hasta que en 2000 se ordenó pastor evangélico. El documental lo muestra sermoneando sobre si los pecados del padre pasan al hijo. «No busqué a Dios porque tuviera miedo de que Dios me maldijera. Pero sé que cuando los pecados no se confiesan, cuando se ocultan, te comen y afectan a tus hijos». Como prueba de sus palabras, Kai pone el ejemplo de su hermano Rainer, con más de una docena de condenas penales, muchas de ellas relacionadas con la explotación de su historia familiar (vendiendo fotos de su abuelo) y estafando a judíos. «Fui a su último juicio, donde leyeron su expediente penal, y fue aterrador –cuenta Kai–. Al salir de la sala, le dije: 'Hermano, ¿qué estás haciendo?'. Pero pasó junto a mí sin mirarme. No lo condeno. Espero que un día venga a mí y me diga: 'Kai, me equivoqué, recemos juntos'. Sigue siendo mi hermano».
En el documental, la otra protagonista es una víctima, la sobreviviente Anita Lasker-Wallfisch, de 98 años, una judía alemana que fue enviada al campo de concentración cuando era adolescente, pero esquivó la cámara de gas tocando el violonchelo en la Orquesta de Mujeres de Auschwitz. Después de la guerra, Lasker-Wallfisch se casó con otro superviviente del Holocausto y la pareja se instaló en Gran Bretaña, donde criaron a sus hijos y ella trabajó, con éxito, como violonchelista.
Es una historia de resiliencia, pero en el documental su hija, Maya, de 66 años, se lamenta de haber sido una niña emocionalmente desatendida por su madre. «Si has vivido el horror que yo he sufrido, es difícil empatizar», reconoce Anita.
La película termina con el nieto de Rudolf Hoess, Hans Jürgen, y Anita, su víctima, acompañados por sus hijos. Era la primera vez que Hans Jürgen conocía a un superviviente de Auschwitz. Kai, por su parte, lidia constantemente con la cuestión del perdón divino. La idea de que su abuelo pudiera haber sido perdonado por Dios si se hubiera arrepentido sinceramente le persigue. «Si realmente se arrepintió, Dios lo perdonó. Entonces, nos veremos en la eternidad».